Referirse al jazz en términos de “perfección” es como establecer un límite. Posiblemente sea en la amplitud del término “clásico” donde esa severidad de lo perfecto encuentra un espacio para distenderse, para humanizarse. Branford Marsalis es de los que saben que el jazz tiene un clasicismo, que más que en un repertorio o una corriente está en una manera de tocar. El jueves, en el Teatro Coliseo, el saxofonista estadounidense, de regreso en Buenos Aires después de tres años, ofreció un concierto impecable en lo técnico, poderoso en lo expresivo y generoso en lo emotivo. Al frente de un cuarteto que se completó con Joey Calderazzo en piano, Eric Revis en contrabajo y Justin Faulkner en batería, Marsalis desplegó esa forma de magisterio que sabe sacar poesía de la perfección mecánica.
Y si ese clasicismo que encarna el Marsalis del saxo tiene que ver con una manera de tocar, todo comenzó en la disposición del cuarteto en el escenario. Los músicos se acomodaron uno muy cerca uno del otro, para sentirse y escucharse sin interferencias. Marsalis apenas tenía lugar para pasar entre el contrabajo de Revis y la batería de Faulkner, cada vez que después de un solo dejaba el centro de la escena a sus compañeros y, en ese clima de cercanías, se elaboró una música implacable en las individualidades y compacta en lo colectivo. Y además, en esa manera de escucharse abundaron los comentarios entre ellos, las risas, las bromas y cargadas.
El comienzo, con “Dance of the Evil Toys”, de Revis, puso sobre la mesa mucho de los que se desarrollaría a lo largo del concierto. Con el tenor, Marsalis ofreció una exposición clara y distendida del tema. Su sonido fue de una calidez intrigante y la articulación del fraseo, técnica y sentimentalmente perfecta. Llegó el momento del primer solo de la noche y el saxofonista desarmó y rearmó el tema de distintas formas, hasta llevarlo con fraseos angulosos a una densidad melódica descomunal, que aun en su excitación no dio la idea de extremo.
La música de Marsalis y su cuarteto despierta en quien escucha, además del regocijo del presente, la sensación de que pueden suceder más cosas. La base entre el contrabajo y la batería sostiene la ebullición con empatía ejemplar y técnica demoledora, y el piano ronda tanta firmeza aportando detalles encantadores. Calderazzo es un pianista de una economía formidable, que aun entre las más complejas tramas sonoras hace escuchar fraseos que se amplifican por su delicadeza o que irrumpen con ímpetu.
Enseguida, con Marsalis al saxo soprano, comenzó “Cianna”, una balada de Calderazzo, que en la parte central puso uno de los grandes solos de la noche, amplio y pensado, sensible sin caer en sensiblería. “Snake Hip Waltz”, un vals que el cuarteto desplegó en la misma tónica de diálogos ajustados y prodigiosos desarrollos de energía colectiva, encabezó una seguidilla que culminó con “On the Sunny Side of the Streets”, uno de los momentos más aplaudidos de una noche generosa en ovaciones. Consagrado en el tiempo a través de interpretaciones de Louis Armstrong, Benny Goodman, Ella Fitzgerald y Billie Holiday, el clásico sirvió para el despliegue integral del juego del cuarteto. La melodía gentil y el andamiaje rítmico de blues sobrio, se proyectaron en solos precisos, de Calderazzo y Marsalis. Fue un momento de pura diversión, de la contagiosa. Entretenimiento superior y prodigio de gracia, para una noche de alta densidad que culminó con “The Windup”, tema de insinuaciones funky del Keith Jarret compositor de los ‘70. En plena ebullición, con más cortes rítmicos perfectos y solos amplios y certeros, en los que cada regreso al tema se escuchaba como un triunfo, la noche terminaba en su mejor momento.
Había pasado casi una hora y media, y ante el miedo al vacío que todo final trae aparejado, la sala colmada pedía un bis, que llegó entre más aplausos y terminó de instalar la certeza de haber asistido a un gran momento de jazz. El arte del cuarteto, clásico y perfecto.
* La presentación de Branford Marsalis fue la penúltima del ciclo Jazz Nights, que culminará el 10 de diciembre con el bajista Victor Wooten, con Dennis Chamber en batería y Bob Franceschini en saxo.