La idea de que los poetas poco o nada tienen que ver con el tiempo en el que viven, no sólo es de larga data en el imaginario popular –y hasta en el crítico–, sino también totalmente falsa. Siempre y cuando se la piense como una separación absoluta, una que en tiempos de fórmulas fáciles y escasa entrega a la reflexión, parece solucionar el escollo de matizar, de poner en perspectiva, de historizar. Ese es el trasfondo del gran logro intelectual, vital de Paul Bénichou (Argelia, 1908 - Francia, 2001), quien desde la década del ‘70 en adelante comenzó a publicar una serie de libros que estudian la conformación de la figura del escritor en la Francia de finales del siglo XVIII y que culmina, precisamente, en los escritores desencantados de mitad del siglo XIX. Escritores, en algún punto, responsables de un segundo momento del romanticismo francés, pero también, a su modo, iniciadores de una nueva era en la escritura y en la posición del escritor que llevarían a su grado extremo figuras como Verlaine, Rimbaud y Sthépane Mallarmé, a quien Bénichou le dedicase su último libro, de 1995, Selon Mallarmé. Con el objetivo de cerrar la serie de cuatro libros dedicados a la emergencia de la figura de escritor, de la literatura, en sí, tal como la entendemos aún en el presente, Fondo de Cultura Económica acaba de sacar la primera traducción al castellano del imprescindible La escuela del desencanto. Último libro, aparecido originalmente en 1992, que recorre la herencia del romanticismo en Francia y que se propone pensar la constitución del escritor desencantado de la sociedad, viviendo una vida aparte, distante, que tiene su génesis, precisamente, en la ruptura de una vinculación primera entre el literato y la política.
Bénichou toma cinco escritores representativos del período para poder observar, tanto en su vida cotidiana como en su producción, la manera en la que se transformó cierto modo de la decepción en un elemento intrínseco al “ser escritor”. Así, el libro comienza con la figura de Sainte-Beuve, sigue con Charles Nodier, Alfred de Musset, y concluye con dos nombres claves: Gérard de Nerval, quien es el centro indiscutible del libro, y Théophile Gautier. Esa centralidad de Nerval es una toma de posición por parte de Bénichou, por varios motivos. Y es que en él parecen condensarse todas las preocupaciones políticas de los escritores de su generación, al mismo tiempo que su relación con el Estado y, en algún sentido, su trágico final, deviniendo la figura trágico-romántica por definición del período. Por ejemplo, Nerval se identificaba como escritor liberal frente al avance del primer romanticismo, de carácter monárquico y cristiano, representado por figuras como Chateaubriand. Inclinación que lo llevó a buscar en la literatura extranjera otro tipo de referentes. Encontró uno en Goethe, de quien tradujo a duras penas el Fausto. Con la Revolución de Julio en 1830, pasa de un modo del entusiasmo a la más absoluta desconfianza y decepción: el fin de la Restauración, en lugar de traer las ventajas de la razón y el buen gobierno al poder (cosa que un partidario de la izquierda, como era Nerval, no podía sino celebrar), instala a un monarca pro-burgués como Luís Felipe, conservador y tímido, y su pensamiento del “justo medio”. Los textos de 1830-1831 evidencian ese grado de profundo asco, que irá incrementándose con el paso del tiempo. ¿Se aleja totalmente, por eso, de la esfera política? No. Por el contrario, Nerval realiza un viaje oficial a lo que hoy sería Alemania y Austria, entre noviembre de 1839 y febrero de 1840. Su rol era el mismo que el de cualquier escritor vinculado al poder: ejercer, por un lado, de figura diplomática; y, por otro, tomar nota del estado de la cultura, de las publicaciones, de las novedades en el país visitado. Nerval ya trabajaba como periodista por esos años, luego del fracaso de la revista en donde gastó casi toda su herencia, proyecto que abrazó el más rotundo fracaso, la revista Monde dramatique (1836). Pero, a su regreso, no pudo tener ninguna otra misión oficial por parte de la Monarquía de Julio. Su primera crisis mental seria, de 1841, tampoco lo dejaría como alguien interesante para mandar al exterior y representar al gobierno francés. Progresivamente, Nerval acentuaría su complejo estado mental, su adhesión cada vez más contundente a un pensamiento de izquierda y sus logros más trascendentes en términos literarios: Sylvie (1853) y Aurélie, ou le rêve et la vie (1855). Esta última obra consiste en un conjunto de reflexiones fuertemente autobiográficas acerca del “viaje” hacia la locura. Se suicidaría a comienzos de 1855.
El derrotero de Nerval sintetiza todo el “viaje a la locura y el solipsismo” de la generación que vio a los levantamientos populares de 1830, que se decepcionó con las decisiones de Luís Felipe, que volvió a saludar alegre a la revolución de 1848, pero que abrazó el más franco cinismo y distancia con el golpe de Estado de Luís Bonaparte. Esos son los hitos que atraviesan a fuego a los cinco escritores reunidos en el libro, y lo que marca también el tono pesimista que empieza a tomar el romanticismo (si es que se puede conservar tal nombre) de mitad del siglo XIX. Nacido con el cristianismo como bandera, pero con el objetivo de imponer los ideales iluministas como herramienta central de progreso humano, la laicización se hace inevitable, como inevitables son los encontronazos con una realidad socio-política que va a contrapelo de los deseos de estos escritores. El repliegue hacia lo individual, e incluso la cerrazón del discurso poético, que pasa del claro y hasta didáctico Víctor Hugo y termina con el misterioso Gautier, es la muestra de cómo ese contexto y esas reflexiones sobre lo que pasaba impactan en la forma literaria.
El capítulo final, que abre las puertas al simbolismo de los escritores por venir, plantea la posibilidad de entender esa lógica de las “correspondencias” entre los símbolos literarios y un mundo más allá de este mundo como, por un lado, la herencia de ese origen cristiano de comienzos de siglo y, por otro, la viva muestra de un arrobamiento que fue más una estrategia de supervivencia que una moda.
Paul Bénichou es un crítico e historiador literario tan imprescindible como poco frecuentado en nuestro panorama intelectual. Si bien libros como La coronación del escritor y El tiempo de los profetas son trabajos citados y leídos, el hecho de que recién ahora podamos tener la última parte de ese largo viaje por el siglo XIX y la configuración del “sujeto autor” en literatura muestra ese lugar evanescente que tiene en la crítica en castellano. Bénichou logra, en su estudio, saltar de la obra, a la vida, al contexto, al posicionamiento político y, finalmente, invita a una reflexión sobre el impacto que eso ha tenido. Bénichou muestra que, al final, nunca nada es una cuestión de absolutos, sino de complejos procesos que llevan su tiempo, que llevan tiempo leer, y que, para comprenderlos plenamente, el matiz, lo pequeño, se hace imprescindible.