Panfleto y panfletario, pocas palabras se han utilizado con tanta vehemencia cuando se trata de desacreditar un texto, a un escritor o periodista. Humildemente, a mí me han dicho panfletario varias veces, entre otras linduras. Y está bien, sea o no verdad. Es mejor recibir ese insulto que haber sido tibio, alguien que pasa desapercibido.

Del panfleto hay que decir que a todos nos cae bien cuando putea al enemigo y mal cuando se ensaña con uno de los nuestros. Algo así dice don Vargas Llosa: "Muchos autores han escrito para combatir dictaduras brutales y corruptas. Esto es moral y políticamente correcto, pero desde el punto literario son panfletos". Es decir, para Vargas un panfleto que puteaba a Fidel estaba bien. No hay que ser muy vivo para entender que este personaje vería muy mal un panfleto desacreditando a, digamos, la Thatcher.

¿Qué es un panfleto? Un texto para putear a alguien, si es irónico e incendiario, mejor. ¿Tiene que estar fundamentado? No necesariamente, aunque los hay. En general son textos breves. Dicen que el nombre viene de una obra teatral del siglo XII: "Pamphilius seu de amore". Ha sido un género cultivado por tipos como Voltaire y Víctor Hugo, y en su corpus hay textos de gran influencia: El manifiesto comunista, Mi lucha y el Yo acuso de Zola, por ejemplo. Y recientemente el panfleto de veinte páginas ¡Indignaos! de Stéphane Hessel, guía de una generación de chicos que se rebelaron porque les habían robado el chupete. Por suerte se los devolvieron y ya están en las casas de sus mamás tomando la leche con vainillas.

¿Son todos panfletos los textos citados? Bueno, siempre hay zonas grises en las etiquetas. Pero no todo es putear en el mundo del panfleto, señores. Según J. C. Rodríguez y A. Salvador en los inicios de la literatura argentina es imposible distinguir "literatura propiamente dicha o literatura política", o sea panfletaria. Convengamos que era gente aguerrida, que además de escritores eran políticos, militares, genocidas algunos, perseguidos otros. Y al sentarse a escribir les saldría las almorranas por la pluma. Si hasta el circunspecto Alberdi escribía en "La Moda" bajo el seudónimo Figarillo para ridiculizar a la sociedad y de paso mellar a Rosas.

Tiene razón Marcos Aguinis (hoy mi nivel de citas está sin brújula) cuando acompaña el título "¡Pobre patria mía!" con el paratexto panfleto y agrega: "…aquí recupero este género literario que fue popular en el siglo XIX y principio del XX, el panfleto, que era la expresión de la gente que no tenía voz y no tenía medios para publicar un libro". Claro que a don Marcos le molestaría mucho un panfleto para putear, digamos, a Macri, que también sería la "expresión de la gente que no tenía medios… bla bla bla". 

Ahora están las redes, que son panfletarias por naturaleza, aunque a esta altura es difícil saber cuándo algo es panfletario, mentira, fake news u operación política. O todo a la vez. Creo que lo peor (al menos para mí y mi trabajo) sería ser panfletario sin darse cuenta. Porque si tenés ganas de escribir un panfleto, y podés publicarlo, hacelo, que estás avalado por la historia con sus panfletarios personajotes. Pero combatir a los panfletarios que pululan en algunos medios, escribiendo panfletos como si fueran grandes verdades, sería como combatir a los que linchan con linchamientos, o a los que mienten con mentiras. No será la primera vez que sucede. Mejor dicho, sucede todos los días.

Algunos han sabido usar el carácter incendiario del panfleto muy bien, y sin hacerle asco al humor. Witold Gombrowicz y Virgilio Piñera editaban "Aurora: Revista de la Resistencia" y "Victrola: Revista de la Insistencia" para burlarse de Victoria Ocampo, la dueña de la cultura oficial. El polaco y el cubano los repartían ellos mismos, por bares y reductos culturales, algo similar a lo que hacían panfletistas famosos, que escribían cada panfleto a mano, sin pasar por la imprenta. Gombrowicz, al que le sobraba mala leche, también escribió el texto "Contra los Poetas". Es que hay cada poeta, vea, que con un solo panfleto no alcanza.

Hay personas que son capaces de alabar un panfleto aunque hable mal de él. Ahí lo tienen a Rosas, que al saber de la publicación del Facundo, dijo: "... señor; así es cómo se ataca; ya verá usted cómo nadie me defiende tan bien". Hay más de nuestro próceres, tan panfletarios ellos. José Hernández y Mitre escribieron panfletos. Y de "Amalia" de José Mármol alguien dijo que era "libro y espada a un tiempo", elogio que no me daría vergüenza recibir. 

El resultado es que hay panfletos buenos y panfletos malos. Se han escrito muchos panfletos contra Cristina o Néstor. Los escribían los mismos que se escandalizan cuando alguien escribe un panfleto sobre sus amigotes. Lo curioso es que muerto Néstor y fuera del poder Cristina, se sigan escribiendo contra ellos. No siempre fue así. Antes desaparecía el enemigo y la tarea se daba por cumplida. Así se lo hace saber Sarmiento a Alsina en 1851 ante la inminente caída de Rosas: "He suprimido la introducción, como inútil, y los dos capítulos últimos como ociosos hoy…".

La palabra panfleto aparece y desaparece en la pirotecnia verbal de la crítica o de los escritores. Richard Millet (una especie de Vargas francés, pero más retrógrado) escribe un panfleto para reivindicar al noruego que asesinó a setenta y siete pibes en un campamento (Serie "22 de julio" en Netflix). Dice Millet: "Breivik (el asesino) es el producto ejemplar de la decadencia de Occidente". El Nobel Coetzee le respondió que el texto era repugnante. ¿Serán ambos textos representativos de la gente que no tiene medios para decir lo que piensa?

Podríamos seguir así un buen rato. Ejemplos abundan. Es que saber si se tiene la razón resultó complicado, pero hacer de cuenta que se tiene razón ya no lo es tanto. Basta con ponerle ganas y tener una verba inflamada. Para cerrar la idea que da comienzo a la nota, creo que peor que ser panfletario es ser tibio, temeroso, excesivamente cuidadoso. Si se ofende a alguien siempre hay tiempo de pedirles disculpas. Si se pone muy boludo, se le puede escribir otro panfleto en contra doblando la apuesta. Y si se quiere homenajear a la tradición, se lo puede escribir a mano, reproducirlo con mimeógrafo y repartirlo por bares y esquinas.

 

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