El naufragio macrista espera que el bote del G-20 lo rescate del hundimiento de la economía, mientras está abrazado al salvavidas del Fondo Monetario Internacional facilitado por Estados Unidos. La confluencia de intereses de Christine Lagarde y Donald Trump para salvar a Mauricio Macri tiene el objetivo político de evitar el regreso del populismo y el económico de auxiliar a bancos y fondos de inversión que se enterraron hasta el cuello con el festival record de bonos emitidos por Argentina en los últimos tres años. El respaldo a un gobierno que demostró ineptitud en todos los frentes, hasta en la imposibilidad de garantizar el viaje en micro de un equipo de fútbol visitante o instalar un servicio de wifi en la sala de prensa del G-20, está motivado en el temor a un nuevo período de CFK en la Casa Rosada a partir del 2020 y en el propósito de eludir el default en este año al extender el período de gracia financiera hasta fines de 2019 con los dólares del FMI.
La Argentina de Macri es extremadamente dependiente del apoyo financiero internacional y, en especial, de las dos potencias en disputa, Estados Unidos y China. Ambas hacen su aporte en divisas para darle oxígeno. La primera, a través del FMI a cambio de la subordinación geopolítica y el compromiso de compras de material militar, como dejó en claro Trump en el saludo público compartido con Macri. La segunda, con la entrega de líneas de créditos financieras (swap de monedas para engordar las reservas del Banco Central) y para infraestructura (energética y ferroviaria) a cambio de no sufrir el cierre de las puertas a la ampliación de sus negocios en el país. Hoy los presidentes Macri y Xi Jinping rubricarán una Declaración Conjunta y un Segundo Plan Quinquenal de Acción Conjunta para avanzar en acuerdos de cooperación.
No es seguro que Macri sepa hacer equilibrio en esa cuerda inestable, sostenida en cada uno de los extremos por estos dos gigantes enfrentados.
Incomodidad
En la cumbre en Buenos Aires quedó de manifiesto la fractura y parálisis del G-20, con el foco concentrado en lo que hace y dice el G-2 (Estados Unidos y China). Tensión que ha dominado y determinado el tono del encuentro y del documento final, que tuvo al resto como espectadores privilegiados, con sus propias disputas cruzadas.
Existe una crisis del multilatelarismo a partir de la guerra comercial de Estados Unidos y China, que no es otra cosa que la manifestación de la presente etapa del actual ciclo de hegemonía mundial. Esa instancia quedó expresada en esta cumbre de presidentes, como antes en los fracasos de las últimas reuniones del G-7 en Canadá, cuando Trump la abandonó, de la OMC en Buenos Aires, el año pasado, y de la APEC (foro de cooperación económica Asia-Pacífico), cuando en cada uno de ellas no se alcanzó el mínimo consenso para elaborar un documento final.
Durante el año que ocupó el rol de presidente del G-20 (ese lugar fue traspasado a Japón para el 2019), Argentina tenía la posibilidad de tratar de buscar acuerdos y aportes para la agenda del G-20, incorporando la mirada latinoamericana, sus intereses y prioridades, aprovechando la grieta abierta por la disputa entre Estados y china. No lo intentó o no supo hacerlo y fue sólo entonces un anfitrión pasivo, con una sucesión de papelones protocolares, destacándose el que tuvo como protagonista a la vicepresidenta que tenía la misión de recibir a Emmanuel Macron y llegó tarde, convirtiendo al personal de chaleco amarillo apostando en la pista de aterrizaje en la persona de darle la primera bienvenida al presidente de Francia.
La desorientación del gobierno de Macri está exhibida también en que trabajó para un G-20 que celebrara el libre comercio y la globalización cuando hoy el contexto mundial es otro. Sigue sin registrar en la agenda de su política exterior que está avanzando el proteccionismo, el nacionalismo y la xenofobia, con conflictos bilaterales que han debilitado la cooperación internacional. Esas complejidades y tensiones al interior del G-20 han devaluado este foro de los presidentes de países que equivalen en conjunto el 85 por ciento del Producto Bruto mundial.
Esas tensiones fueron expuestas en forma despiadada por la vocera de Trump, Sarah Huckabee Sanders, cuando informó que en el encuentro con Macri ambos presidentes hablaron de enfrentar desafíos regionales como los que presentan la situación en Venezuela y “la actividad económica depredadora china”. Trump le advirtió así a su “amigo” Macri acerca del vínculo que mantiene con China. Argentina firmará hoy 37 acuerdos con China, país que se compromete a girar imprescindibles recursos para atender la emergencia económica macrista. Tan incómodo quedó el gobierno que el canciller Jorge Faurie, en un acto de audacia diplomática, desmintió a la vocera de Trump, diciendo que no cree que se haya hablado en “esos términos”. Lo mismo hizo Macri en la conferencia de cierre de la cumbre.
China y Rusia
La identificación de China y también de Rusia como amenazas a la “seguridad nacional” de Estados Unidos ha revitalizado, en relación a Latinoamérica, la Doctrina Monroe. Esta dice que todo intento de potencias extranjeras para extender su sistema o influencia a cualquier nación del hemisferio debe considerarse como un peligro para la paz y la seguridad de Estados Unidos. En el mensaje original al Congreso, en 1823, el presidente James Monroe, en referencia a los asuntos interamericanos, expresó que Estados Unidos iba a “considerar todo intento de su parte (Europa) para extender su sistema a cualquier nación de este hemisferio, como peligroso para nuestra paz y seguridad”.
Esta doctrina sólo puede ser enunciada y puesta en práctica por una potencia que tiene una muy importante capacidad de intervenir en la soberanía de otros países. Eso lo puede hacer sólo Estados Unidos; ningún otro país en la región. Como se ha señalado en muchas oportunidades, el territorio al sur del río Bravo hasta Ushuaia, la ciudad más austral del continente americano, es considerado su patio trasero. Cualquier movimiento que ponga en cuestionamiento ese ordenamiento geopolítico lo evaluará como un riesgo.
Líderes del denominado populismo latinoamericano fueron y son indicados entonces como un peligro para los intereses estadounidenses, no solamente porque impulsan medidas progresistas y de desarrollo con inclusión, sino especialmente porque abrieron las puertas de la región a China.
Cuando la Doctrina Monroe fue enunciada, la amenaza era Europa; durante los años de la Guerra Fría fue la Unión Soviética; y en el nuevo siglo ese lugar fue ocupado por China y Rusia. La revista Council of Foreign Relations publicó en 2008 “La relación entre Estados Unidos-América latina: una nueva dirección para una nueva realidad”, texto donde se explica que por más de 150 años la Doctrina Monroe proveyó los principios de la política de los Estados Unidos para Latinoamérica.
El entonces secretario de Estado de Estados Unidos John Kerry declaró en la OEA, en noviembre de 2013, que “La era de la Doctrina Monroe está terminada. La relación que buscamos y por la cual trabajamos no se trata de la declaración de Estados Unidos acerca de cuándo y cómo va a intervenir en los asuntos de otros países americanos. Se trata de que nuestros países nos veamos como iguales, compartiendo responsabilidades, cooperando en asuntos de seguridad y no adhiriendo a una doctrina pero sí a las decisiones como socios en función de valores e intereses que compartimos”.
En ese momento, esa declaración fue interpretada no tanto como una opción política, sino como un reconocimiento de que en la era con cada vez más interconexiones globales a través del flujo de productos, dinero, personas e información, no era ni práctico ni políticamente factible bloquear relaciones entre estados del Hemisferio Occidental y otros fuera de la región.
Neoliberales
Fue un desvío fugaz de la política exterior estadounidense. La aplicación de esa doctrina ha tenido momentos de mayor o menor intensidad, pero siempre ha estado activa y ahora se despliega con intensidad. Washington no se desentiende de la región pues está profundizando y reafirmando su presencia e influencia. Por eso la mayor proyección de poder de China y la gradual reaparición de Rusia en el área ha motivado la recuperación de la esencia de la Doctrina Monroe. Algunos números explican esa reacción. En 2014, la financiación total otorgada por China a la región ascendió a 22.000 millones de dólares, un 71 por ciento más que la brindada en 2013 y más que todo lo desembolsado por el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Fue una luz de alerta para Washington, que intensificó la estrategia de debilitar a los gobiernos populistas y de fomentar líderes regionales aliados, como Macri en Argentina.
Con la experiencia del fin de la Guerra Fría, periodo donde se produjo la expansión y el posterior fracaso de gobiernos neoliberales, Estados Unidos decide apoyar a una generación de líderes latinoamericanos de derecha, que implementan políticas neoliberales, de libre comercio y predominio de las finanzas. El fiasco de los noventa y la reacción negativa de las sociedades a ese ciclo de deterioro de las condiciones de vida, les brindó la enseñanza acerca de que el populismo se fortalece por las frustraciones de la población abrumada por la precariedad económica y por la amenazante inseguridad de lo que deparará el futuro. La apuesta estadounidense y del poder económico y mediático local es entonces que sus medidas económicas, que en esencia son las mismas del conocido recetario neoliberal, produzcan resultados positivos de manera que esos líderes de derecha prosperen políticamente. Esa pretensión es un desafío a uno de las frases más conocidas de Albert Einstein: si buscas resultados distintos no hagas siempre lo mismo. La economía macrista está brindando una prueba contundente de que no respeta ese postulado de Einstein.
Macri y la coalición política y económica que representa es una pieza clave en la estrategia regional de Estados Unidos. Para consolidarla es imperativo para la potencia mundial ayudar a garantizar resultados favorables de aquellos que siguen caminos alineados con su filosofía económica y política. Así se entiende el decidido apoyo para que el Fondo Monetario se apresure en el auxilio financiero al gobierno de Macri, que evita de ese modo la declaración de un nuevo default, instancia que perjudicaría a bancos y fondos de inversión internacionales.
En América latina, a Estados Unidos se les presenta una nueva oportunidad luego del derrape de los noventa. En la región son mayoría los gobiernos neoliberales y a favor de Estados Unidos. En su radar, hoy están en primer lugar Argentina, Brasil y Perú; y luego Colombia y Chile, que ya están bajo su influencia porque no se han movido del péndulo ubicado en el lado derecho en el manejo de la economía y de las relaciones internacionales desde hace varias décadas.
Enemigos
En 2017, antes de emprender un viaje a la región, el entonces secretario de Estado, Rex Tillerson (luego fue reemplazado por Mike Pompeo), habló sobre América latina en la Universidad de Texas. No dejó dudas de que la Doctrina Monroe está vigente. Lo expresó abiertamente sin recurrir a un lenguaje ambiguo. Tillerson identificó dos contrapartes amenazantes para los intereses estadounidenses en América latina. Rusia, cuya creciente presencia en la región “es alarmante”, y China, que “tiene una apariencia atractiva” pero en realidad conduce a una “dependencia de largo plazo”. Definió que “nuestra región debe ser diligente contra poderes lejanos que no reflejan los valores que nosotros compartimos”. Enfatizó que “a veces creo que nos hemos olvidado de la importancia de la Doctrina Monroe y de lo que significó para este hemisferio y para mantener aquellos valores compartidos”. Fue explícito: “América latina no necesita de un nuevo poder imperial que busque beneficios solamente para su gente. El modelo de desarrollo de China guiado por el Estado es una reminiscencia del pasado. La creciente presencia de Rusia en la región es también alarmante en la medida en que continúe vendiendo armas y equipo militar a regímenes que no son amigos y que no comparten o respeten los valores democráticos”. “La Doctrina Monroe es relevante actualmente como lo fue el día en que fue escrita”, concluyó Tillerson.
La Doctrina Monroe es una pieza, no la única, de la geopolítica estadounidense, y es clave para interpretar el actual ciclo político argentino y regional. También para confirmar el papel subordinado en el que actúa el gobierno de Macri respecto a la política exterior de Estados Unidos. Esto provoca más lágrimas que las que se le escaparon a Macri en el Teatro Colón.