Los presidentes de Estados Unidos y China, Donald Trump y Xi Jinping, mantuvieron una cena de trabajo hoy en Buenos Aires después de meses de guerra comercial y, pese a los reclamos de los últimos días y las caras serias del encuentro, ambos se mostraron optimistas. En medio de un clima de mucha expectativa e incertidumbre, la cena terminó sin declaraciones ni anuncios, pese a que el diario The Wall Street Journal reveló que ambos gobiernos están trabajando en un acuerdo para que Washington se abstenga de imponer nuevos aranceles, al mismo tiempo que Beijing aceptaría el fin de las restricciones a la compra de productos agrícolas y energéticos estadounidenses.
No obstante, Larry Kudlow, asesor económico de la Casa Blanca, afirmó que la reunión fue “muy buena”, en una breve declaración a periodistas a bordo del avión que esta noche llevaba de regreso a Trump y su comitiva. Pese a que no hubo ningún anuncio oficial, el encuentro en si mismo representó un primer paso necesario: por primera vez desde el inicio de la guerra comercial los dos mandatarios hablaron cara a cara. Además, los dos se esforzaron en mostrarse optimistas al inicio del encuentro.
“Las relaciones con Xi Jinping son excelentes. Discutiremos sobre comercio y creo que llegado un punto traeremos a casa algo importante para China y Estados Unidos”, afirmó Trump antes de la cena. “Sólo con la cooperación entre nosotros podemos garantizar los intereses mutuos de paz y prosperidad”, coincidió Xi.
Los dos mandatarios se juntaron en uno de los salones privados del Palacio Duhau Park Hyatt, el lujoso cinco estrellas de Recoleta donde se hospeda el mandatario estadounidense. A lo largo de dos horas y media intentaron poner fin a la escalada arancelaria y tranquilizar a los mercados e inversores internacionales. Trump había presentado el encuentro como una oportunidad única para que Xi acepte sus exigencias de reforma de las prácticas comerciales chinas o, de lo contrario, sufra nuevos aranceles a productos chinos. El mandatario estadounidense, quien ya impuso aranceles de un exorbitante 10 por ciento a importaciones de productos chinos por 250.000 millones de dólares, ha desechado el tradicional libreto librecambista de su país desde su inesperado triunfo electoral de 2016, con la promesa de proteger a los olvidados trabajadores industriales y poner a “Estados Unidos Primero”.
Xi, en cambio, se presenta como el defensor de un capitalismo global estable, una transformación impensada para el líder de un Estado comunista cuyo ingreso a la Organización Mundial del Comercio (OMC), hace dos años, desató polémica y aún es resistido por Washington.