Lo que no se dice –pero se piensa– alimenta el volcán el en ebullición de los pensamientos. “La noche en que cumplía cincuenta y dos años, mientras soplaba una velita en una porción de torta de manzana en una parrilla de Pinamar, Alberto sintió, de una manera brutal, que no quería seguir compartiendo su vida con Norma. Antes, a ciegas, había pedido tres deseos (que Huracán no se vaya a la B, que Ramiro sea feliz, volver a jugar a la pelota), y cuando abrió los ojos y vio la cara de su esposa volvió a cerrarlos para agregar un cuarto deseo: que Norma se muera.” No es un hombre violento ni un asesino serial, pero el protagonista de El cuarto deseo, nouvelle de Ignacio Molina que inaugura el catálogo de una nueva editorial, Falsotrébol, intuye que el deterioro de su relación transita por el andén de lo irreversible. Las ruinas de ese amor contrastan con la pareja que comparte el fin de semana con ellos, que parecen estar todavía en esa instancia en la que caminan tomados por los hombros o de las manos.

Molina, autor de las novelas Los modos de ganarse la vida y Los puentes magnéticos, cuenta en la entrevista con PáginaI12 que siempre le interesó escribir sobre las parejas. “Tenemos muy naturalizado lo que es una pareja, algo muy lindo y maravilloso, pero también es muy extraño: dos personas desconocidas, con orígenes distintos, que un día se juntan, se mimetizan, se fusionan; ¿pero qué pasa cuando esa criatura uniforme se bifurca en dos caminos? Lo que pasa, en el peor de los casos, es una tragedia”, plantea el escritor, autor de un recordado texto, “Fuiste un lujo”, que publicó en la revista Anfibia, en diciembre de 2015, a modo de despedida de la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner.

–¿Por qué se le ocurrió escribir una novela en la que el narrador es mucho más grande y se tiene que poner en la cabeza de un hombre de 52 años?

–En todos los libros anteriores, los narradores eran más jóvenes que yo. No sé por qué se me ocurrió; esta novela no me acuerdo muy bien cómo la escribí. Lo único que me acuerdo es que estaba en una parrilla en Pinamar con mi mujer y su hija y había una pareja de cincuenta y pico de años y los empecé a mirar y dije: “él no la está pasando bien”. Ahí se me ocurrió el primer párrafo y apareció Alberto; el primer capítulo lo imaginé esa misma noche. Quedó un tiempito ahí y después lo retomé y en dos semanas terminé la novela. El narrador en tercera persona está muy pegado al protagonista, al personaje; tuve que ponerme en la piel de Alberto, que era algo nuevo para mí porque siempre trabajé con personajes más jóvenes y con otro tipo de problemáticas que se iban desencadenando con el correr de la trama. Acá el problema está instalado en el primer párrafo, donde aparece el cuarto deseo, que es que se muera Norma. Lo único que sabía cuando empecé a escribir es que iba a ser un fin de semana en ese departamento de Pinamar. El disparador fue ver una pareja de cincuenta y pico que no la estaba pasando bien. Me gustó escribir sobre alguien más grande que yo, con otros problemas y con un hijo ya grande de 27 años, y que además va a ser abuelo. Sería interesante ver qué pensaría Norma.

–¿Por qué en la novela no aparece la perspectiva de Norma?

–Norma no habla en la novela; todo lo que sabemos lo sabemos a través de Alberto. Nunca me lo planteé, mientras la escribía, qué pensaba Norma. Yo hablo de Alberto y de lo que él siente ese fin de semana al estar con su amigo Daniel y con la mujer de su amigo, que es 17 años más joven. Son detalles que alguien sea más joven que otro, pero para él es un montón. Alberto piensa que al otro le va mejor en el trabajo, que gana plata casi sin trabajar, cosas por el estilo. Si nos ponemos en la cabeza de Daniel, tal vez la pasa mal. Pero no lo sabemos porque Alberto proyecta en Daniel a un tipo exitoso, en contraste con él, que sería un fracasado. Para Alberto la relación de Daniel con su  mujer es ideal, pero tal vez no es así. Las peleas o los conflictos entre las personas no son por el aparente motivo del conflicto, siempre hay algo más atrás de eso. Hay un cuento de Borges, “La intrusa”, sobre los hermanos Nilsen que comparten una mujer, Juliana, y en un momento se empiezan a pelear y el narrador dice algo así como se peleaban por unos cueros pero en realidad estaban coqueteando por el amor de ella. Acá un poco pasa eso… Todo lo que imagina Alberto de su amigo exitoso y de la mujer de su amigo son cosas que tiene en su cabeza y que se le ocurren a él. 

–¿Qué pasa cuando un deseo terrible parece concretarse?

–Cuando eso se aproxima, cambia la actitud de Alberto y se le resignifican muchas cosas porque una hipotética muerte de Norma para él era una salvación, un alivio. Pero cuando ve que efectivamente puede pasar eso, ya no es la Norma de estos últimos tiempos, sino que vuelve aparecer la Norma que conoció hace treinta años. Entonces Norma pasa a ser la mujer simpática que conoció, que quizá sigue siéndolo pero él no lo puede percibir; la que salía a hacer pintadas en la facultad contra la Obediencia Debida y que ahora parecería que es todo lo contrario.

–Es muy fácil desear la muerte del otro, ¿no?

–Es lo más fácil del mundo, uno nunca lo piensa seriamente. Incluso la frase hecha “me quiero morir” es la que uno tiene más a mano cuando le pasa algo malo, pero uno no se quiere morir. Alberto se siente atrapado en su propia vida, sin tener la libertad… La libertad también es una fantasía, uno muchas veces quiere hacer otra cosa y cuando llega a eso ya no lo quiere o extraña lo anterior. Una vez me junté a tomar un café con un editor que había leído una novela mía y él me dijo que le había gustado mucho, que estaba bien escrita y que era entretenida, pero “no sé qué quisiste decir”… Eso me hizo pensar, porque me parece lógico del lado del editor, que tiene que convertir un texto en una mercancía, pero es un cuestionamiento ajeno a la literatura, por lo menos a la idea que yo tengo de la literatura. Yo no sé bien qué quiero contar, para mí la escritura es una experiencia con el lenguaje. Me interesa el sentido de las palabras, pero me interesa también la música de ese sentido, de ese lenguaje, lo que suena más allá de las palabras. Por eso es interesante la literatura, por lo que deja picando. Escribir una novela es como tirar una botella al mar.

–Alberto muchas veces desea hablar de política, pero a Norma no le interesa y no encuentra una interlocutora. En un momento de la novela, hay una manifestación de los trabajadores del casino en contra de la gobernadora de la provincia de Buenos Aires. ¿Por qué la política aparece como si fuera también el cuarto deseo de Alberto?

–No solo se reprime hablar de política en presencia de Norma, también se reprime hacer chistes porque ella lo tomaría mal. Lo que es una decisión del autor de la novela es poner a la gobernadora de la provincia porque todos sabemos a quién nos estamos refiriendo sin necesidad de nombrarla. La escena en que aparece la manifestación contra la gobernadora de la provincia de Buenos Aires era más larga, pero un amigo que la leyó me recomendó acortarla, sacarle referencias a la grieta y a la coyuntura. La política es una de las cosas que hace ruido entre Alberto y Norma.

–¿Cómo aparece la política en sus otras novelas?

–En Los modos de ganarse la vida y en Los puentes magnéticos la política aparece como lo que no está dicho pero que está ahí: los jóvenes que tienen que trabajar y no les alcanza la plata, aún en épocas muchos mejores que esta. Hay novelas en las que no se sabe de qué trabajan los personajes o de qué viven. Mi aporte en esas novelas fue mostrar la realidad no intentando emularla; pero si vamos a hablar de gente que vive en Buenos Aires, vamos a mostrar de qué trabajan y cómo viven. No me interesa tanto en la ficción transmitir lo que yo pienso porque quizá hoy pienso una cosa que es muy diferente a la que pensaba hace tres años y va a ser diferente dentro de diez. Hace dos años, cuando Cristina (Fernández) se fue, escribí un texto en Anfibia, que debe ser uno de los textos que más se leyeron, una especie de carta. Ahí sí estoy yo y está lo que yo pienso. Pero en las novelas lo que yo pienso no tiene por qué meterse tanto. Yo trato siempre de separar al narrador del autor, yo no soy los personajes ni el narrador; un narrador es una voz que aparece en un momento y lo más importante es encontrar el tono. Yo doy talleres literarios y cuando me dicen “no se me ocurre qué historia contar”, yo digo que no tienen que contar una historia, sino encontrar un tono. Si se encuentra el tono, después la historia sale sola. Lo interesante es meterse en la cabeza de alguien diferente a uno; entonces cuestiones como la política van a aparecer a través de un filtro.

–¿Por qué en la literatura argentina aparecen personajes que no se sabe bien de qué trabajan o de qué viven?

–Siempre está el debate sobre el realismo, sobre el costumbrismo. A veces me dicen “costumbrista”, pero yo no creo que lo que escriba sea costumbrista. Si alguien vive en Buenos Aires, en esta época, y puede sobrevivir, me parece interesante plantear qué es lo que hace o qué problemática tiene para vivir, para llegar a fin de mes. Alberto envidia a Daniel porque cree que él vive sin trabajar y él quiere hacer lo mismo. En los 90, parecían que todos eran millonarios y vivían en Beverly Hills. No sé por qué no aparece tanto en las novelas de qué viven los personajes, de qué trabajan, cuando es la primera problemática que tenemos las personas: uno no se despierta pensando en los grandes temas, sino que en un rato tiene que entrar a trabajar. 

–¿Por qué Alberto es hincha de Huracán?

–Yo tenía que elegir un club que fuera de la Capital Federal, que no fuera de los más grandes y que estuviera por irse a la B. Quienes hayan leído Los puentes magnéticos van a pensar que soy de Huracán. Pero no. Yo soy de Excursionistas. Me imaginé a un tipo de 52 años, ferretero e hincha de Huracán, cansado de su matrimonio… Ahora me acuerdo que la primera vez que fui a una cancha con mi papá fue a la cancha de Huracán, que jugaba con Boca, porque ese domingo era el único partido que había en Capital.

–¿Hay una responsabilidad por el hecho de inaugurar el catálogo de Falsotrébol, una nueva editorial?

–Responsabilidad es una palabra demasiado grande, pero yo venía publicando en editoriales que tienen más trayectoria y son un poquito más grandes, como si estuviera jugando en un equipo que ya está en funcionamiento. Acá es empezar con un equipo de cero en un contexto de crisis, donde no sólo está más caro hacer un libro, sino que está más caro el precio de tapa de un libro y la gente tiene menos plata para comprar. Los escritores siempre tenemos esa expectativa de ver qué pasa con nuestros libros, una expectativa de algo que después no es tan importante. La utilidad de hacer un libro no es venderlo; si se vende mucho, mejor. Y si circula mucho, mejor. El libro es una pieza y lo interesante es construir esa especie de artesanía; pero el camino hacia el libro uno no puede manejarlo; es muy azaroso. Hasta el último punto, el libro depende de mí. Pero después lo lanzo al mar y alguien lo agarra o no y puede estar dando vueltas en el océano cinco años, hasta que alguien lo descubre. Lo interesante de la escritura es la experiencia de la escritura.