La intervención de Cristina en el Foro del Pensamiento Crítico marcó un antes y un después, un cruce de frontera respecto del camino que nos queda por recorrer para derrotar al macrismo en octubre de 2019. Sin dar nombres, sin hablar de candidaturas, dejando que sus reflexiones agudas en torno al daño causado por las políticas neoliberales decantaran en una propuesta política superadora de dogmatismos y encriptamientos colocó la idea de una unidad patriótica como soporte de un frente antineoliberal. Frente que supone una confluencia de todos aquellos que efectivamente han sido dañados por un proyecto destructivo de la vida económica, social, cultural e institucional definiendo un horizonte de alianzas que, como resulta claro, no puede ni debe renunciar a una alternativa democrática y popular que sea amplia, generosa y con vocación de poder. En su revalorización del concepto de “pueblo” (con todas sus reminiscencias laclausianas y valga el homenaje a Ernesto que en La razón populista arriesgó una reivindicación de una categoría despreciada y maltratada desde los medios, la política y la academia y que Cristina no duda en reponer con osadía) potenció una idea que supone, al mismo tiempo, la unidad más amplia y la imposibilidad de que la derecha extrema y neoliberal sea parte de aquello que abomina y que le resulta irreductible a sus ambiciones.
No hace falta nombrar a ese otro monstruoso para saber de quién se trata, en cambio sí es necesario nombrar a todos aquellos que deberían integrarse al Frente patriótico porque sus intereses se corresponden, bajo la forma de la confluencia, con los intereses del conjunto del pueblo. Serán parte, en la suma de los que no tienen parte en la distribución más justa de la riqueza conjuntamente producida, todos los que identifiquen al causante del daño social, aquellos que no acepten negociar una alternancia que disfrace la continuidad de lo mismo. Es, en este sentido, que la propuesta que gira en torno a la idea de “pueblo” (que se ramifica hacia la memoria histórica de todas las gestas populares y asume el perfil refundacional que necesitará un país saqueado por los grandes grupos económicos en asociación con los medios concentrados y el poder judicial) no se recuesta en las categorías (para nada perimidas pero sí necesarias de ser repensadas y resignificadas) de izquierda y de derecha (no fue casual que en su discurso Cristina mencionara una y otra vez las consecuencias nefastas del proyecto neoliberal y el retorno de las derechas extremas de raíz neofascista –ahí está el ejemplo que dio de la Alemania hitleriana, su elección de un chivo expiatorio en los gitanos y los judíos para mostrar, en espejo, la gravedad del retorno de la xenofobia y el racismo como parte del discurso de esas derechas contemporáneas que, desde Trump a Bolsonaro, desafían la vida democrática, los derechos y la libertad descargando una violencia retórica y efectiva sobre los más débiles). Difícilmente aquello que todavía llamamos “derecha” pueda encontrar su lugar en un frente que busca frenar la maquinaria destructiva del neoliberalismo. Si, en cambio, el amplio espectro que engloba la idea de “Pueblo” puede ser capaz de ofrecerle a la sociedad el punto nodal en el que confluirían todos aquellos que, con independencia de sus identidades políticas o ideológicas, asumen al neoliberalismo como el gran depredador del país. Una unidad transversal, sin exclusiones, desprejuiciada, amplia, multitudinaria que se ofrezca como la galvanizadora de una sociedad compleja y diversa que, sin embargo, tiene algo en común: su pertenencia a una memoria de patria compartida y de rechazo a un proyecto de país fundado en la exclusión de las grandes mayorías.
Pero también, y en un giro reflexivo poco común para los tiempos que corren y para la medianía de los discursos políticos que suelen predominar, Cristina se preguntó por la democracia, por sus desafíos, sus falencias y sus reformulaciones en el contexto de los profundos cambios operados en la sociedad global. Y lo hizo, para ello, retrocediendo a la historia, a la revolución francesa, a la división de poderes y sosteniendo –a través de una metáfora médica– que nadie se sacaría una muela con los recursos técnicos y humanos del siglo XVIII precisando, de esa manera, que se vuelve fundamental repensar la trama institucional en una época dominada por las grandes corporaciones que han demolido la división de poderes y, sobre todo, la autonomía de la justicia al mismo tiempo que ampliaron a límites inimaginados la desigualdad y el vaciamiento de las instituciones democráticas encargadas, supuestamente, de impedir esa lógica destituyente del valor democrático y de su doble amalgama que reúne la libertad con la igualdad. Es decir que ese Frente Patriótico postulado en Ferro supone una unidad de distintos sectores y actores (sociales, políticos, sindicales, económicos, de género, culturales, con y sin demasiados acuerdos en cuestiones puntuales pero todos atravesados por el daño producido por el macrismo neoliberal) junto con una proyección, de cara al futuro inmediato, de una decisiva refundación nacional que sea capaz de abrir nuevos horizontes para un país y una democracia que requieren de la invención de una política reparadora, igualitaria y emancipatoria en condiciones de entusiasmar al único soberano que es el Pueblo. Y lo hizo utilizando el recurso capaz de interpelar –con inteligencia provocadora– al poder y cuestionarlo: la palabra política enraizada en el pensamiento crítico, ese mismo del que abominan aquellos que están destruyendo Argentina. Palabra que, como siempre, emerge de la memoria irredenta de un pueblo que no acepta ser reducido a la servidumbre voluntaria diseñada por un sistema atroz que quiere seguir gobernando con impunidad hasta convertir a la democracia en un pellejo vacío. ¡De nuevo el nombre maldito del país neoliberal pronunció un discurso memorable!