Todavía hoy, a 20 años de su muerte, hay algo que sigue inquietando: la fotografía que muestra a Yabrán caminando junto a su esposa por las playas de Pinamar. La que estuvo en el centro de tantas explicaciones acerca de las razones sobre el final de Cabezas. No es que no se haya realizado una investigación y un juicio y se hayan comprobado las responsabilidades correspondientes. Policía bonaerense, entramado de negocios turbios de empresarios poderosos, bandas mixtas: un cóctel explosivo, no tan exótico para la política argentina de entonces, ni de ahora.

Pero esa foto que todavía insiste desde las portadas de la revista Noticias, desde el reciente libro de su compañero Gabriel Michi, desde tantas muestras de la Asociación de Reporteros Gráficos de la Argentina (ARGRA), sigue siendo una presencia inquietante. No es la única fotografía que tiene importancia en las interpretaciones sobre el proceso desatado por la muerte de Cabezas. Otras muestran a representantes del poder político con la foto de Cabezas en mano, imagen que luego se convertiría en un ícono de la lucha iniciada por los que llevaron adelante acciones públicas y judiciales sobre la muerte de su compañero.

El crimen de Cabezas fue ubicado por el gremio ARGRA, por la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA) y por algunos de sus compañeros de trabajo en relación con un contexto más amplio de crímenes políticos que se sucedieron durante la década menemista. Crímenes que denunciaban corrupción, impunidad del poder en las élites provinciales y en las más altas esferas nacionales, crímenes de militantes sociales que intentaban alzar la voz y ponían el cuerpo contra un modelo neoliberal excluyente y prebendario. Allí aparecían entonces otros nombres que de distintas maneras se enlazaban con la muerte de Cabezas: María Soledad Morales, Teresa Rodríguez, los crímenes de lesa humanidad cometidos por la dictadura militar y tantos otros.

Pero la foto que muestra a Yabrán caminando con su esposa por las playas de Pinamar... llama la atención que se la coloque en el centro de una representación sobre el significado del crimen. No es cualquier representación. Intenta decirnos que ahí está el quid de la cuestión, que sin esa imagen quizás ‑nunca lo sabremos‑ Cabezas todavía estaría entre nosotros. Nos intenta decir que un trabajo como cualquier otro no lo es tanto, que las imágenes fotográficas no son sólo lo que parecen ser sino algo más, que adquieren vida propia luego de lanzarlas a la consideración pública. No es algo original. Lo sabemos los cientistas sociales, lo saben los periodistas, los fotógrafos, los comunicadores sociales, los funcionarios judiciales y así podría seguir la lista.

 

José Luis Cabezas/ Argra

Pero en este caso permanece todavía opaco el vínculo entre los usos sociales de esa imagen y el resultado final de una muerte violenta, perpetrada de manera ostentosa, con un cuerpo calcinado y atado, con dos tiros en la cabeza.

Una muerte con un mensaje se desliza rápidamente hacia el modus operandi de la mafia. Porque su muerte fue más que eso: se convirtió en un mensaje para otros, algo a ser descifrado. Pero para el común de las personas nunca se terminó de dilucidar cuál era ese mensaje.

La idea de impunidad como forma general de hablar del caso Cabezas no era suficiente para legitimar su muerte como una causa pública. A pesar de estar acompañados por instituciones patronales y figuras prominentes del mundo periodístico, para quienes la amenaza del crimen de Cabezas estaba más cercana a una violación a la libertad de expresión o a valores cívicos y morales en decadencia, los gremios de prensa fueron capaces de liderar un proceso de denuncia que agregó otros matices a la cuestión de la impunidad.

Fueron ellos los que incluyeron otras muertes en una serie de amenazas del poder hacia sectores sociales movilizados en contra de las políticas neoliberales del gobierno menemista y fueron ellos también, los que actuando en consonancia con lo que eran sus experiencias y trayectorias previas al hecho, poniendo a disposición sus maneras de entender la lucha política, sus contactos con organismos de derechos humanos y personalidades prestigiosas del campo experto, trasladaron significados y modos de actuar frente a la impunidad.

"No se olviden de Cabezas. La impunidad será la condena de la Argentina", no fue un lema arbitrario, fue la necesidad de ubicar ese crimen en una trama más amplia que el crimen individual de un reportero gráfico.

Fue un asesinato que a través de múltiples canales y junto a tantas otras muertes, colaboró en reafirmar a la impunidad como problema público que en la Argentina tiene un alcance temporal enorme, que llega hasta el presente.

¿Y la foto? Está ahí. Pero no cesa de "estar ahí" y no es sólo un estar. Es el retrato de un empresario poderoso que no quería salir de las sombras, develado por la cámara nunca neutral, nunca mero objeto técnico, de un reportero gráfico que pagó con su vida el riesgo de su profesión. Es una imagen que se sugiere como develación de un quehacer oculto, como un dedo en la llaga de los poderes fácticos. Misterio no develado aún en su significado más profundo, quiero decir, en el significado de la vida social de los objetos. En todo caso, la capacidad de inquietar que tuvo esa fotografía se mantuvo intacta a lo largo del tiempo. Tan intacta como la mirada de Cabezas.

*Doctora en Ciencias Sociales ‑ UNGS