El estudio de Unicef que mide la pobreza estructural también genera un cruce de datos entre pobreza monetaria y no monetaria. Un 16,3 por ciento de la población total sufre de pobreza monetaria y no monetaria a la vez, mientras que un 11 por ciento de los pobres por ingresos no son pobres en la medición no monetaria. Es decir que del total de 27,3 por ciento de pobres medidos por el Indec en el primer semestre, más de la mitad son además pobres en términos estructurales, ya que sufren privaciones en alguna de las siguientes dimensiones: educación, protección social, vivienda, saneamiento básico, acceso al agua segura y hábitat seguro. En términos absolutos, 7,3 millones de personas no pueden acceder a la canasta básica de consumo y además sufren de alguna privación estructural. De ese total de población “pobre-pobre”, prácticamente la mitad son niños, niñas y adolescentes (NNyA). Se trata del segmento más postergado de la sociedad.
La población que no es pobre por ingresos asciende al 72,7 por ciento del total, es decir, unas 32 millones de personas. Los que no son pobres por ingresos ni sufren una carencia no monetaria son el 49 por ciento del total, unas 22 millones de personas que están en la cúspide de los cuatro estratos medidos por pobreza monetaria y no monetaria. Un grupo de especial interés es el de la población no pobre por ingresos pero pobre según la medición no monetaria. Se trata del 23,4 por ciento del total de la población, son 10,4 millones de personas que si bien son pobres según la medición de Unicef, el Indec no los registra como pobres porque cuentan con el dinero suficiente para comprar los bienes de la canasta básica.
Entre los NNyA, el cuadro empeora en términos socio-económicos. “Se estima que en 2018 alrededor de un 27 por ciento del total de NNyA en Argentina sufren privaciones monetarias y no monetarias a la vez. Tomando en cuenta a la población total de NNyA (unos 13 millones) esto equivaldría a un poco más de 3,5 millones”, alerta Unicef. Por otro lado, hay unos 2,9 millones de NNyA que no son pobres en la medición por ingresos pero sí lo son en la medición de privaciones no monetarias. Esos 2,9 millones de NNyA no son tenidos en cuenta como pobres por las estadísticas oficiales.
“Nos preocupan los valores que está mostrando la pobreza, que sigue teniendo rostro de niñez”, indicó Sebastián Waisgrais, especialista en inclusión social y monitoreo de Unicef y director del estudio presentado ayer. “En lo que refiere a la niñez y adolescencia, vivir en la pobreza durante las primeras etapas de la vida significa no asistir a la escuela o hacerlo con retraso, no tener vestimenta digna y estar privado del acceso al agua potable, a la electricidad, vivir en espacios inseguros y en condiciones de hacinamiento. Estas realidades tienen consecuencias negativas, al igual que la posibilidad de que se reproduzca en la siguiente generación y comprometen el presente y futuro de las niñas y los niños que la viven, así como el desarrollo económico y bienestar social del país”, indica el informe.