La cultura es aquello que distingue el paso de la humanidad por el planeta, modificando, adaptando y resignificando lo dado por la naturaleza. La forma que va tomando la cultura –constantemente en transformación- es lo que nos identifica como sociedad. En este sentido, UNESCO la entiende como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos, que caracterizan a una sociedad o a un grupo social (Declaración Universal sobre la Diversidad Cultural). Pero en el hacer de la cultura no partimos de una “tabula rasa”. Si la cultura es aquello que resulta de nuestras acciones y percepciones colectivas, los medios masivos de comunicación a los que nos exponemos diariamente tienen una gran influencia en aquel proceso. Siguiendo a Katz (On conceptualizing media effects) son los medios de comunicación masivos las fuentes de las principales estructuras sociales y políticas que luego circularán en una comunidad, cristalizándose en representaciones colectivas longevas.
El paradigma mediático del siglo XX está cambiando. Hoy en día -como señala la Encuesta Nacional de Consumos Culturales, elaborada por la Secretaría de Cultura de la Nación- hablar de consumo cultural es hablar de conectividad, smartphones y redes sociales. En 2013, sólo el 9% de la población del país se conectaba a internet a través del celular. Hoy, más del 75% lo hace diariamente. Sin embargo, los niveles de consumo y las horas que los argentinos destinamos a navegar por internet –en promedio, ocho horas diarias según un reciente informe de GlobalWebIndex- no se traducen en niveles de confianza respecto a la información que se consume.
Cantidad vs calidad: la información en las redes sociales
La Universidad de San Andrés publicó recientemente una encuesta (ESPOP: Especial Consumo de Información) realizada en base a mil casos en todo el país. El informe aporta varios datos interesantes que nos permiten conocer cómo somos los argentinos a partir de lo que consumimos y cómo valoramos dicho consumo.
La era de la televisión aún está vigente. Para cinco de cada diez argentinos este medio de comunicación –cuya primera transmisión en el país data de 1951- es el principal elegido para informarse, seguido de los diarios online y las redes sociales. Si bien los tres medios son a quienes mayor consumo de información demandan, resulta llamativa la dispar confianza que los consumidores le otorgan a cada uno de ellos. La información que circula por las redes sociales es consumida con desconfianza: solo cuatro de cada diez argentinos confía en ella. La televisión y los diarios impresos están en segundo lugar, siendo confiables sólo para cinco de cada diez encuestados, mientras que en primer lugar están los diarios online y la radio, cuya información resulta confiable para seis de cada diez argentinos.
El tiempo, como en muchos órdenes de la vida, será un ordenador natural de las preferencias mediáticas. Con el paso de los años, el consumo de redes sociales como fuentes de información crecerá cada vez más en detrimento de los medios masivos hegemónicos del siglo XX. Para casi nueve de cada diez jóvenes, de entre 18 y 24 años, las redes sociales son el medio de información predominante, mientras que para el 86% de la segunda franja etaria, es decir, los jóvenes de 25 a 34 años, las redes sociales siguen siendo el principal medio de información, seguidos de los diarios online.
Evidentemente las redes sociales son, en su conjunto, el medio de comunicación al que debemos prestarle particular atención. Según el informe mencionado, de la información que los consumidores recaban en redes sociales, el 76% corresponde a Facebook, el 49% a WhatsApp, el 26% a Instagram y el 18% a Twitter. Sin embargo, hay tres grandes hallazgos en dicha publicación. El primero es que Facebook es trasversal, como fuente primaria de información en redes sociales, a grupo etario, nivel educativo y región geográfica: todos consumen noticias de esta red social. El segundo elemento a destacar es que WhatsApp se logró posicionar para los argentinos a partir de los 25 años como la segunda fuente de información en redes sociales. El tercer elemento es Instagram, que para los jóvenes de 18 a 24 años constituye la segunda fuente de información en redes sociales de dónde se informan.
Así, el doctor en Ciencia Política y Director de la Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública (ESPOP) emitida por la Universidad de San Andrés, Diego Reynoso, esgrime que “la gente tiene, en términos generales, desconfianza sobre las redes sociales. Como vos tenés un algoritmo de interacción, las redes sociales están preparadas para hacer “echo chamber” (o efecto ‘cámara de eco’) todo el tiempo. Es decir, funcionan con disposición selectiva: yo interactuado con los que piensan como yo y ‘pico’ la noticia de los que piensan como yo. Eso va generando cada vez más una exposición a noticias que confirman tus creencias, etc. Es paradójico, porque la gente está expuesta cada vez más a redes sociales –lugar donde más se consume información- pero desconfían de la información que allí circula. Esta idea de que haya una mala calidad de información en las redes tiene que ver con las noticias que los consumidores creen que no deberían estar circulando, las cuales, básicamente, son aquellas con la que no coinciden”.
Respecto al posicionamiento de la red de mensajería más usada en el mundo, Reynoso señala que “lo que ocurre con WhatsApp, posicionada hoy como segunda fuente de información en redes sociales en todas las franjas etarias, se puede explicar porque no es una red en donde yo veo lo que otros postean, sino que se caracteriza por tener lugar la conversación. Los grupos de amigos, el diálogo, la charla y el meme compartido, generan flujo de información”. Retomando esta idea de Reynoso y alguna de las conclusiones del célebre sociólogo Manuel Mora y Araujo, es la conversación una fuente estimada de información para las personas.
Las redes sociales: El deseo de reconocimiento y la interacción con “uno mismo”
El auge de las redes sociales no se explica por ser un medio informativo, sino que es por su dimensión afectiva y social lo que posteriormente tiene un correlato informativo. Todo lo novedoso -en términos tecnológicos- de estas plataformas se reduce, en última instancia, a un concepto tan antiguo como constitutivo para la humanidad: sentirse deseado y reconocerse mutuamente.
Hegel (Fenomenología del Espíritu) esgrimía que, entre todas las cosas que queremos las personas, nos caracterizamos por un tipo particular de deseo: el deseo de otros deseos. Queremos que otros nos deseen y sentirnos reconocidos. La historia de la humanidad, en palabras del filósofo de Stuttgart, se pone en movimiento a partir de la lucha por el reconocimiento entre los sujetos. La necesidad del otro –de la otredad, de lo distinto- es necesaria para realizarse como sujeto. Doscientos años después de su obra, el bestseller de filosofía Byung-Chul Han lo retoma señalando que la vida contemporánea se caracteriza por ser la del sujeto “narcisista”, para el cual el otro es prescindible y basta con la propia subjetividad para descargar la libido (La agonía del Eros). El filósofo norcoreano no hace referencia a la existencia de un sujeto con amor propio –lícita interpretación del concepto “narcisismo”-, sino que habla de un sujeto para el cual el límite entre él y el mundo –lo otro- se vuelve difuso, y para quien lo único que existe es un mundo con la proyección de sí mismo. En otras palabras, el otro agoniza, lo distinto -la otredad- es reemplazada por las significaciones auto reconocidas del propio sujeto. En resumidas cuentas, solo reconozco en el otro, aquello que me caracteriza a mí mismo, aquello que me identifica, aquello con lo que coincido.
Volviendo a las redes sociales, buscamos la coincidencia permanente reduciendo el disenso. Este es, a su vez, un claro ejemplo de la clásica incapacidad por parte de los medios de comunicación de modificar la percepción de los sujetos (Lazarsfeld, The people´s choice). Las variables cognitivas aparecen en el centro de la escena comunicativa: las personas no le prestamos atención a todos los medios, ni a toda la información que en dichos medios circula. Nuestra preferencia está en aquello que no disiente con nosotros. En términos de Kalpper (La efectividad de la comunicación masiva), lo que condiciona nuestro vínculo con los medios de comunicación es la exposición y la percepción selectivas, es decir, el correlato de la información con aquellas creencias, posturas y valores que el espectador tiene y que constantemente trata de reforzar.
Estas prácticas van creando lo que se conoce como opinión pública. De acuerdo con la politóloga Noëlle-Neumann (La Espiral del Silencio), la opinión pública se caracteriza por quienes hablan y quienes callan, pero fundamentalmente por el miedo al aislamiento social que produce la confrontación de opiniones minoritarias respecto a las mayoritarias.
Esto plantea un desafío de cara al fortalecimiento del debate en la democracia. En referencia a esto, Belén Amadeo, titular de cátedra de Opinión Pública en la Carrera de Ciencia Política (UBA), señala que “el disenso es parte medular de la vida democrática. Todos tienen el derecho a pensar como quieran y el deber de aceptar que otros piensan de manera diferente. Si quiero exponer mi punto de vista debo saber que muchos van a coincidir conmigo, pero muchos otros van a disentir. Asimismo, si otro sostiene una idea que me parece inválida yo tengo derecho a disentir, pero no a censurar. Si no acepto el disenso, no acepto la posibilidad del debate, ni siquiera la posibilidad de una convivencia razonable. Cierro las puertas y abro la grieta. Las redes sociales con sus algoritmos nos llevan a creer que muchos piensan como nosotros, hasta que los trolls nos castigan. De ahí la importancia de los debates electorales: muestran de manera concreta que la democracia es diversidad de opiniones con reglas de juego que nos incluyen a todos”.
La dinámica cultural que nos atraviesa cotidianamente nos está alertando de prácticas de “gueto”: nos aislamos junto a quienes se nos parecen y rechazamos sistemáticamente la disidencia. Si bien cada vez convivimos con más personas –y el crecimiento demográfico es evidencia de ello- nuestra relación con los otros, lejos de fortalecerse, está agonizando. Los alcances de estas prácticas no auguran un destino afectuoso, sino que, incluso, la democracia y sus pilares tambalean.