El psicoanálisis se formula una pregunta: ¿cómo se articula lo que ocurre en un diván con la sociedad? Una respuesta ha sido: el psicoanálisis es individual, solo concierne al inconsciente de quien acude a una consulta. A eso se le añadió que en el psicoanálisis, el analista es neutro, decía Freud. “Se comporta como una pantalla que solo refleja lo que el paciente dice para que este lo vea”. Con esa concepción, los hechos sociales quedarían fuera de esa práctica pues no pertenecerían a la singularidad del analizante.

Ha corrido bastante agua debajo, al costado y encima del diván desde que Freud inventara el psicoanálisis en su Viena. Lacan en 1966, en una fecha cercana a los acontecimientos del Mayo del 68 francés introdujo en sus Escritos una nota al pie de página que aún tiene vigencia y aguarda que los analistas despleguemos sus consecuencias. ¿Cuál era su nota?: “Lo colectivo no es nada sino el sujeto de lo individual” (Escritos I, pp.198). El término “sujeto” fue invención conceptual de Jacques Lacan. Así, los sueños, los actos fallidos, los síntomas, los chistes, llamadas formaciones del inconsciente, son una producción colectiva, no es individual o propiedad privada de quien va a un análisis. 

A continuación se presenta una experiencia de sufrir una calumnia, una  difamación como si esta fuese un estigma privado solo perteneciente a una familia, y de pronto un leve giro muestra la participación colectiva que permite salir de ese callejón sin salida: al localizar la entrada se encuentra una salida. El relato es el siguiente:

La “bruja”, como la llamaba su madre, era esa maldita vecina que no cesaba de calumniarla. Esta mujer tenía un maligno placer en hacerle una muy mala reputación. Ella divulgaba sus difamaciones a quien quisiera escucharla, hablaba mal a sus espaldas diciendo que todos los días, mientras el padre trabajaba, su madre recibía a un buen número de amantes. A tal punto, que sería legítimo preguntarse de quién era verdaderamente el hijo... Por supuesto, él no podía más que rechazar esas monstruosas acusaciones defendiendo la reputación de su madre, muy frecuentemente sobrepasada por esas insinuaciones a repetición. Eso le arruinaba la vida, y eso terminaba, muchas veces, a los escobazos.

El pensaba que seguramente ella estaba loca, en tanto pasaba regularmente largas temporadas en el hospital Sainte-Anne de la cabeza del distrito, pero a veces, la duda que esa mujer había perniciosamente instalado, se insinuaba subrepticiamente en su espíritu. Quería comprender. ¿Dónde estaba la verdad?

Hasta que un día un habitante del barrio le reveló otro rumor que circulaba en el pueblo, y que esta vez, le dijeron, estaba totalmente establecido. Parece ser que, siendo una jovencita, dicha “bruja” había trabajado como sirvienta en el albergue de la esquina, durante la ocupación nazi. Y le dieron a entender que, seguramente, ella había “colaborado” con los cuerpos de guardia alemanes, lo cual precisaba de esa manera el origen y el régimen de esas imputaciones.

Así era que, la gran Historia, se había introducido, insidiosamente, en su pequeña historia. (Jean-Louis Sous, Prólogo, de “Lacan ante la política”).

* Psicoanalista.