Rania Youssef es una popular actriz egipcia, conocida en su país por haber interpretado variopintos roles en cantidad de series de tevé (entre ellas, Riyah AlMadina y A’ilat Al HajjMetwaly), además de films. Sin embargo, no ha sido ninguna interpretación superlativa la que depositó su nombre los pasados días en numerosísimos diarios y portales del globo. Oh, no; Youssef devino figurita repetida a lo largo y ancho por una noticia insólita: por vestir un vestido negro en la ceremonia de clausura del Festival Internacional de Cine de El Cairo, un coqueto modelo con transparencias que dejaba entrever sus piernas todas, trascendió que esta artista en sus 40 sería enjuiciada y, de ser encontrada culpable, podía acabar tras las rejaspor hasta cinco años. El “ilícito”, a decir del team de abogados ultraconservadores que elevaron la denuncia a tribunales, saltaba a la vista: con tan sugerente pilcha, Youssef había cometido “un acto obsceno en público, incitando al libertinaje, a la lujuria, a la tentación y la expansión del vicio que violan las normas establecidas en la sociedad egipcia”. Y eso, a consideración de estos protectores de las buenas costumbres, ameritaba una pena ejemplar, en tiempo récord. Porque, como algunas voces locales hicieron notar, el (selectivo) sistema judicial no es precisamente expeditivo en un país donde apremian graves problemáticas crónicas (el acoso sexual y la corrupción, entre ellas), pero actuó raudamente en el caso Youssef dando a la actriz cita en la corte el mes próximo, en enero, para que defendiese su elección de outfit ante los rancios vigilantes de la moral egipcia.
Por fortuna, la presión internacional se hizo sentir y, ante la indignación generalizada, los letrados dieron un pasito al costado: le quitaron la letra escarlata a la acusada y retiraron los cargos. Dieron sus razones: la mujer había hecho un sentido y muy público mea culpa. “Rania Youssef presentó sus disculpas a las familias egipcias por este incidente, afirmó que su conducta fue inapropiada pero no intencional (… ). La decisión de tomar acciones legales contra ella respondió a nuestra preocupación por el orden público, por sentir el peligro que enfrenta la sociedad egipcia como resultado de este incidente, cometido por una figura pública con una audiencia que puede tratar de imitarla, lo que conduciría a la propagación del caos y la violación de nuestros valores y de nuestra ética”, se despacharon los reclamantes al avisar que soltaban el caso.
En efecto, entre la espada y la pared, la “indecente” Youssef no pudo sino disculparse; dijo que no fue su intención ofender a nadie con su conjuntito, que creía que estaba acorde a un evento de proyección internacional, que jamás imaginó que despertaría tanta ira. No tuvo muchas opciones, realmente. En programas de tevé y en redes sociales, la destruyeron al grito de “¡Ha insultado a nuestra nación!”. Para más inri, ni siquiera contó con el apoyo del sindicato de actores, del que es parte: la asociación sentó inquietante posición en un comunicado oficial en el que aseguró que sancionaría a los intérpretes que desfilasen por alfombras rojas en pilchas “inapropiadas”, que van contra “las tradiciones, los valores y la ética de la sociedad”. Una sociedad emperrada en hacerle imposible la vida a las mujeres, conforme corroboró un estudio realizado el año pasado por la Thomson Reuters Foundation…
Finalmente, tras analizar distintas variables (violencia sexual, prácticas culturales perniciosas, acceso a la salud, a las finanzas, a la educación), el susodicho estudio arrojó que -entre todas las metrópolis del globo- El Cairo es la ciudad más peligrosa del mundo para las mujeres. A nivel país, la cosa está bravísima: más del 99 por ciento de las egipcias reconoce haber sido víctima de acoso sexual; la mitad de las divorciadas o separadas, que ha sufrido violencia doméstica; apenas el 23 por ciento de la fuerza laboral es femenina; 10 millones de mujeres son analfabetas; la mutilación genital femenina -aunque criminalizada desde 2016- persiste aún como rito de iniciación y/o símbolo de castidad; por mencionar unas pocas cuestiones.
Vale decir que el caso de Rania Youssef y su vestido de la controversia dista años luz de ser un episodio aislado. Como anota el diario El País, “aunque el mariscal Abdel Fattah el-Sisi, actual presidente del país, justificó ante Occidente su golpe de Estado contra los islamistas Hermanos Musulmanes en la defensa de una interpretación de un islam más abierto y tolerante, la realidad es que se ha acentuado el acoso legal contra aquellas personas que no encajan con unos rigurosos estándares morales, ya sea por su condición de ateos, homosexuales o artistas que coquetean con el erotismo”. Sin más, en las superpobladas cárceles egipcias, cumplen sentencia hoy día: una cantante, Leila Amer, que osó hacer sugerentes contoneos en el clip de su canción Bus ummak; la música Shyma, encarcelada por el video del tema Aindyduruf, donde viste lencería y come una banana en forma provocativa, tras las rejas por “incitación al libertinaje” y “difusión de un video vil”; la joven activista Amal Fathi, que denunció la sonada epidemia de acoso sexual en Egipto vía Facebook, y fue apresada por “publicar mentiras y hacer mal uso de las redes sociales”… Más suerte tuvo la cantante pop Sherine Abdel-Wahab, que fue condenada a seis meses de prisión por hacer un chiste sobre las aguas del Nilo (uno de los ríos más contaminados del mundo, como es harto conocido), pero fue absuelta el pasado mayo tras apelar el fallo inicial.