Moris, Pappo, Johnny Tedesco, Sandro y los de Fuego, y así. La música que suena de fondo es el plafón exacto para el hecho. El hecho es la largamente esperada presentación del libro Catálogo de vinilos de rock argentino, realizado por el sistema de crowdfunding. El lugar es el Marquee, los grupos en vivo dos: unos que abren, los poderosos Subespecie, y otros que cierran, los extraordinarios Gualicho Turbio. Y los disertantes, cuatro: Johnny Tedesco, Carlos Rodríguez Ares, el periodista Víctor Tapia y Zelmar Garín (DJ y violero de los Gualicho), moderados por Leo Vizioli. “Ojalá este libro sea el punto de partida para que se empiecen a encontrar más archivos, para seguir redescubriendo nuestro rock”, dijo escuetamente uno de los hacedores del libro (Fernando Brener), antes que la palabra empezara a circular entre los invitados. “Esto nació como un capricho, se podría decir. Y bajo la idea de mostrar gran parte de los músicos y bandas conocidas y desconocidas que forman parte de esta historia”, agregó él y el micrófono empezó la ronda.
El primero fue Ares, una especie de mecenas de la escena que tuvo su gran momento junto a Virus en los ochenta y que –dicen– es el hombre que más sabe de Elvis Presley en la Argentina. “El rock llegó acá a mediados de los cincuenta, empujado por dos cosas muy importantes: la radio y el cine, y esa línea es la que llega hasta hoy. La verdad es que estoy cansado de escuchar que el rock nació en el 67, o en el 49, o en el 79... el rock arrancó acá en los cincuenta”, sostuvo Ares, congraciándose con la línea editorial e historiográfica del libro que ancla, precisamente, en determinar la fecha del origen del rock argentino en 1958. “Yo no tengo dudas que esto nació con Mr. Roll y sus rockers, de Eddie Pequenino; continuó con mi amigo Johnny Tedesco, que en 1961 me destruyó la cabeza cuando lo vi cantar el ‘Rock del Ton Ton’, en Canal 7... después vinieron Los Shakers, Manal, Pescado Rabioso, Virus. Acabemos con las grietas en nuestro país... el rock no es Boca–River. No es Tedesco o Nebbia... es Tedesco ‘y’ Nebbia”, sentenció el hombre.
Así, al menos, es como deja entrever el catálogo armado por Brener y Claudio Zuccala, que compila tapas y data de los más disímiles rockers argentinos: desde Los Bárbaros hasta La Máquina de hacer Pájaros, pasando por el mismo Tedesco, La Cofradía de la Flor Solar, Invisible y unos seiscientas cincuenta artistas más, entre bandas y solistas, esparcidos en unos mil seiscientos discos. “Me es muy agradable estar acompañando el lanzamiento de este libro, porque hace falta”, dijo Tedesco en medio de la noche. “No puedo hablar por mí solo, sino por todos mis compañeros de ruta. Por Jackie y los Ciclones, por los Pick Ups, por todos los que soñábamos cuando éramos pibes y cacheteábamos guitarras en los zaguanes, o en algún cumpleaños de una tía... Unos llegaron, otros quedaron en el camino, pero todos tienen que ser reconocidos como partícipes de una de las más ricas, fabulosas y virtuosas historias del rock del mundo. Este libro es el granito de arena que estaba haciendo falta para empezar a llenar baldes, muchachos. Recuerden que nosotros empezamos a tocar cuando no había ni cuerdas”, señaló el legendario guitarrista.
El trabajo, que transita el universo iconoclasta de treinta y ocho años de músicas populares urbanas, en un recorte temporal que va desde 1958 hasta 1996, también devuelve al historock criollo bandas como Los Bambis, Conexión Número 5 y Los Cuatro Planetas, pioneros del surf garagero cuyo guitarrista y cantante (Carlos Roney) fue convidado a subir a escena. Tras una encendida apuesta de Tapia, joven y atrevido periodista que se atrevió a tildar de mito que el nacimiento del rock argentino haya sido “en un baño”, Roney se despachó con sus recuerdos. “Nosotros hemos sido pioneros de todo esto, también. Somos historia, aunque hayamos nacido en Mendoza, y no teníamos nada que envidiarle a los Shadows, por ejemplo”, dijo Roney, el primero –según él– en comprar una guitarra Fender en Argentina. “Me acuerdo que mi viejo me dijo ‘negro, qué querés, que te compre una Fender o un Mercedes Benz’... valía igual”, recordó él entre risas, antes que la noche se enturbiara en un gualicho tribal. Y siguiera el curso de una historia que parece interminable.