Para funcionar, el thriller pide, como el policial y el cine de espías, precisión y verosimilitud. Si el espectador advierte un dato que no cierra, un personaje poco creíble o una zona de la trama no muy convincente, se va a “desenganchar” y eso puede ser fatal. Los anglosajones, que gozan de las virtudes requeridas, son, como se sabe, campeones en todos esos géneros, primero en la literatura, más tarde en el cine. A los latinos, más espontáneos que precisos, más fantasiosos que verosímiles, esos géneros no se nos hacen fáciles, más allá de que la literatura y el cine franceses tengan una alta tradición en el rubro y de que por aquí también se hayan dado dado, gracias a cierto cosmopolitismo, obras consumadas en ambos campos. Ópera prima de Ezequiel Inzaghi, basada en una novela de Julio Pirrera Quiroga, El jardín de la clase media es un thriller político con ambiciones en varios terrenos, al que le falta el ajuste fino necesario para resultar convincente.
Una de las ambiciones de El jardín de la clase media se da en el terreno de la trama, tan intrincada como los exponentes más enrevesados del género. La historia adaptada por el propio Inzaghi, que parecería transcurrir aquí y ahora (en un momento, una prostituta inhala una línea de cocaína sobre un afiche de Mauricio Macri) narra una interna política en la que el apriete salvaje, los cadáveres usados como mensajes mafiosos y el crimen liso y llano del opositor interno son el pan cotidiano. El protagonista es Claudio Sayago (Luciano Cáceres), joven abogado a quien el veterano político Gallaretto (Enrique Liporace) apadrinó para llegar al cargo de legislador provincial. Sayago está en pareja con la psiquiatra Silvina Campás (Eugenia Tobal), hija de un médico prominente (un inseguro Lalo Mir). Aunque sus profesiones parecerían tener poca relación, Sayago se ganará a los mismos enemigos que Silvina, gracias a una disposición sobre residuos nucleares que acaba de impulsar por compromiso, y a la resistencia de ella para firmar la cesión del terreno del hospital en el que trabaja, para que capitales privados puedan disponer de él.
Una de las apuestas de El jardín… (cuyo título no se explica, ya que la película no trata sobre clases sino sobre la inescrupulosidad política) es la de vincular lo supuestamente “alto” y respetable (las máscaras de los políticos) con los bajos fondos. Gallaretto está relacionado con un personaje impresentable al que él puso como Director de Aduanas (ese emblema de la truchada nacional que es Roly Serrano), y éste a su vez con las pupilas de un puticlub y un guardaespaldas-psicópata asesino. Del lado de enfrente, la llamada “Señora 5” (Leonor Manso) parece, por su descarado y cínico maquiavelismo de dos caras, la versión criolla de la M de Judi Dench en la serie Bond. Es muy complicado manejar con fluidez tantas subtramas, personajes y actores “de nombre”, y El jardín de la clase media queda apenas como un intento, que patina entre situaciones poco creíbles, actuaciones dispares (no sólo en términos de eficacia sino de ajuste al género), tonos oscilantes y más ambiciones que logros.