Advierte el The New York Times en un reciente artículo que pocos países del globo se están moviendo hacia una sociedad sin efectivo tan rápido como Suecia. A punto tal que una quinta parte de la población ya no usa cajeros automáticos; la mayo-ría de los minoristas estima que dejará de aceptar cash para el 2025; el 95% de los compradores de 18 a 24 años hace sus compras con tarjeta de crédito o vía app. Lo cual no es especialmente sorprendente, visto y considerando que a razón de 4 mil suecos –en un país de 10 millones– ya se han implantado chips electrónicos bajo la piel: decisión voluntaria –y futurista– que les permiten pagar el viaje en tren o en autobús, la comida en restaurantes o supermercados, operar impresoras, desbloquear computadoras, entrar en oficinas o gimnasios apenas con un ademán de la mano. Así, en la nación transhumanista, como algunas voces la llaman, el microchip subcutáneo (tiene el tamaño de un grano de arroz) está reemplazando tarjetas de crédito, documentos de identidad, llaves, boletos de subte... y las personas las eligen para facilitar su día a día, porque –según especialistas en tema– “agiliza procesos de acceso, identificación, transacciones”. Para operaciones sencillas, sí, permitiendo obviar el tedio de cargar adminículos físicos, por más pequeños que sean, salvaguardando a desmemoriados que a menudo olvidan el DNI o una contraseña. Fáciles de inyectar, difíciles de retirar, poco y nada inquieta a los suecos que los microchips permitan el fino rastreo, saber todos y cada uno de sus movimientos. Al parecer, si no tienen recelos en compartir sus datos perso-nales es porque confían en el gobierno pero, sobre todo, porque confían en los beneficios de una sociedad tecnologizada y digital. No todos están tan convencidos de la ascendente tendencia, empero. Entre ellos, Ben Libberton, un doctor en microbiología de Lund, en el sur de Suecia: “A medida que estos chips se integran en más servicios digitales, revelarán más datos si se ven comprometidos. Es un punto débil en lo que respecta a la seguridad. Y los riesgos serán aún mayores cuando se empiecen a incorporar datos biológicos a los chips. Si una empresa sabe más que uno sobre tu propia salud, ¿cuáles son las implicaciones éticas y quién decide las normas?”.
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