Esta tarde, cuando pasadas las 18.30 (o más aún si hubiera alargue o tiros desde el punto penal), River o Boca alcen la Copa Libertadores en pleno estadio Santiago Bernabéu de Madrid, pasará a segundo plano el recuerdo amargo de todo lo que se vivió y se sufrió en este inacabable mes de polémicas, discusiones, chicanas, enfrentamientos, negociados y casi nada de fútbol. Quedará todo relegado. Porque ninguna imagen será más fuerte que la de la consagración. River y Boca apostaron la totalidad de sus energías a la Copa, fue su máxima obsesión. Y quizá por eso, por quererla tanto, la quisieron mal y terminó pasando lo que pasó.
Será muy fuerte ver a River o a Boca salir campeones en una geografía tan ajena y tan extraña como la de un lujoso estadio europeo. Desde que se la juega en 1960, la Copa Libertadores siempre se definió dentro de los límites del continente americano. Pero la irracionalidad de algunos hinchas, la mezquindad de los dirigentes de los dos clubes, más preocupados en sacarse ventajas (o en no darlas) que en crear las condiciones para una final limpia e intachable y la voracidad y el oportunismo de la Conmebol que vio una oportunidad de negocios donde todos palpitaban una crisis, detonó un cambio de escenario que no le cierra a nadie, que casi nadie ha podido digerir y que, acaso, sea el cruel anticipo de los nuevos tiempos por venir.
Dentro de todo lo malo, hay siempre algo bueno. Y es que la gran final, sin dudas el partido más importante de todos los tiempos a nivel de clubes en el fútbol argentino, ha quedado limpia de factores extradeportivos. Ya no está el morbo de imaginarlo a Boca dando la vuelta olímpica en pleno estadio Monumental. Ni River tendrá 65 mil hinchas vociferantes a su favor. Habrá gente de los dos, sin dudas. Pero la presión que bajará de las tribunas será muchísimo menor que la que hubiera habido si todo hubiera sido más o menos normal. River perdió la única ventaja que disponía: la de definir en condición de local. Será un partido en cancha neutral. Nada de lo exterior o de lo ambiental será decisivo. Y todo quedará estrictamente limitado a lo que pueda pasar cuando entre a rodar la pelota con el arbitraje del uruguayo Andrés Cunha.
Tanto Marcelo Gallardo como Guillermo Barros Schelotto, los dos técnicos, han puesto especial énfasis en jugar el misterio y esconder las formaciones de los equipos que se conocerán una hora antes del pitazo inicial. Gallardo evalúa repetir el esquema con cinco defensores que plantó en el 2-2 de la ida en la Bombonera e incluir a Lucas Martínez Quarta para liberar las subidas por los costados de Gonzalo Montiel y Milton Casco. Pero tampoco descarta salir con cuatro en el fondo, con Nacho Fernández, Ponzio, Enzo Pérez y Palacios en el medio y con Gonzalo “Pity” Martínez como media punta por detrás del único delantero, Lucas Pratto. El colombiano Juan Fernando Quintero llega con lo justo en lo físico, irá al banco y entrará sólo si el partido le demanda su talento.
El Mellizo Guillermo, por su parte, tampoco ha resuelto si arranca con sus dos goleadores, Wanchope Abila y Darío Benedetto, si el colombiano Sebastián Villa y el cordobés Cristian Pavón van por las puntas, si sale uno de ellos para que jueguen Carlos Tevez o Mauro Zárate o si al final, vuelve a decantarse por el juvenil Agustín Almendra, quien hubiera estado en el Monumental si no hubieran apedreado la llegada del micro boquense. Está todo por verse. Y por eso, no tiene sentido hacer especulaciones acerca de cómo puede llegar a darse el partido.
La distinguida platea europea demandará buen juego. Y los hinchas argentinos exigirán lo de siempre: ganar como sea. En el medio estarán los jugadores, tratando de hacer lo suyo de la mejor manera posible. Y de protagonizar una final acorde con las mejores tradiciones del manoseado futbol argentino. Será un dolor de ojos, una puñalada traicionera por la espalda, ver a los capitanes Ponzio o Pablo Pérez levantar la Copa Libertadores en un escenario distante, casi irreal. Pero esto es lo que se supo conseguir. La pasión se desbordó. Y después del último giro imprevisible de la pelota, deberíamos ponernos a pensar cómo fue que llegamos a Madrid. Para que nunca más nos suceda.