Las creaciones propagandísticas en los medios no alcanzan para gobernar. La distancia entre lo que se dice y lo que sucede termina debilitando los gobiernos. Sus discursos decrecen en vida útil: pasan de durar meses a sólo días. Hemos presenciado un caso extremo con la Cumbre del G-20: el oficialismo la imaginó como un evento capaz de irradiar una gran onda expansiva de optimismo y entusiasmo sobre una Argentina en la que prevalecen indicadores sociales y económicos negativos.
El razonamiento es lineal: una realidad no favorable puede ser sustituida por otra conveniente. Lo que viene de afuera puede desplazar a lo que sucede adentro. Sin embargo, siguiendo esa misma lógica, cuando el nuevo acontecimiento finaliza, lo anterior suele volver con la misma fuerza que tenía antes de ser reemplazado.
Luego de la Cumbre del G-20, hubo dos tendencias en pugna. Por un lado, la euforia derramada sobre los argentinos y argentinas por los grandes medios. En dos días, según ellos, había sucedido lo que no se había producido en varios años: acuerdos con una gran cantidad de países, entusiasmo de la sociedad con los líderes mundiales, imagen del Gobierno en recuperación vertiginosa, baja del dólar en casi 3 por ciento y del riesgo país a valores por debajo de los 700 puntos. Una realidad había sido sustituida por otra y, sobre ese pase de magia, se aceleraba el lanzamiento de la campaña para la reelección.
Pero esa euforia duró poco. Finalizado el acontecimiento global, en un juego de sustituciones veloces, los indicadores sociales y económicos críticos volvieron inmediatamente al primer plano.
Por ejemplo, según un informe de Unicef conocido esta semana, el 48 por ciento de los niños, niñas y adolescentes en la Argentina son pobres. Además,de ese 48 por ciento, 20 puntos porcentuales corresponden a “privaciones severas” tales como vivir en una zona inundable, en las inmediaciones de un basural o no haber concurrido nunca a la escuela.
También se conocieron estos días datos sobre la industria y la construcción, ambos con una caída de casi el 7 por ciento en su nivel de actividad en octubre con relación a igual mes del año pasado.
Según la Asociación de Concesionarias de Automotores de la República Argentina, la venta de coches cayó casi un 46 por ciento en noviembre respecto del mismo mes de 2017.
De acuerdo con un informe de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria, las ventas de vestimenta en comercios minoristas de todo el país bajaron un 14,2 por ciento interanual en noviembre.
En la misma línea, la Cámara Argentina de Supermercados alertó sobre “serios riesgos de cierre y pérdidas de empleos” en el sector por la suba de costos y la caída de ventas.
En paralelo, la Asociación de Industriales Metalúrgicos de la República Argentina informó que la producción de este sector disminuyó un 9,1 por ciento interanual en octubre y acumula una baja de 2,3 en 2018 comparado con igual periodo de 2017.
Marcelo Bonelli, en base a estudios de la Universidad Católica, afirma en el diario Clarín que “la pobreza aumentó en alrededor de 5 puntos durante el tercer trimestre del año. La abrupta suba obedece a dos cuestiones centrales: la aceleración del proceso inflacionario y la caída fuerte de la actividad formal e informal (…) Y agrega: “Será un indicador social y político complicado para Mauricio Macri. Afirmó que había que evaluar su mandato por los indicadores de pobreza”.
Pero no es la única noticia referida a promesas incumplidas del oficialismo. El mínimo no imponible para el pago de Ganancias será el próximo año de 38.301,85 pesos del salario de bolsillo neto para solteros y de 50.667,76 para casados con dos hijos. Ello producirá un aumento en la cantidad de empleados alcanzados por el impuesto a pesar de que el presidente Macri había asegurado en uno de sus spots de campaña en 2015: “En mi gobierno los trabajadores no van a pagar impuestos a las Ganancias”.
En simultáneo, la calificadora Moody’s difundió un informe en el que prevé que la política monetaria del Banco Central de la República Argentina “limitará drásticamente la actividad económica”, los próximos meses. Agrega que el PBI de la Argentina se contraerá en un 2,5 en 2018 y en 1,5 en 2019 y que la inflación será de aproximadamente un 45 por ciento en 2018 y se mantendrá en niveles elevados en 2019.
También se conocieron datos de la Asociación Argentina de Presupuesto sobre el incremento del pago de intereses de la deuda durante el mes de octubre: 49.678 millones de pesos frente a los 14.924 de un año atrás. Es decir: un 232% más que en el mismo mes de 2017. De este modo, el pago de intereses de la deuda –el segundo rubro en el ranking de los gastos del Estado– insumió en los primeros meses del año 366.226 millones de pesos.
En ese escenario, el objetivo del Gobierno es alcanzar la sustentabilidad financiera, es decir, no necesitar tomar nuevos préstamos para pagar los servicios de deuda. Para ello, procura alcanzar en 2019 déficit primario cero y continuar hasta llegar a un superávit primario equivalente a los intereses que el país debería pagar por la deuda. Un plan muy parecido aplicado en Grecia le costó a ese país una caída de más del 22 por ciento del PBI, un incremento de la deuda hasta un 188 por ciento del PBI y un aumento del desempleo a más del 20 por ciento.
Todo lo que prometía ser sólido se ha desvanecido en el aire. No sólo la euforia por el G-20 ha durado horas. También surgieron dudas sobre el acuerdo o la tregua entre Estados Unidos y China. El propio presidente de EE.UU. y algunos de sus funcionarios de confianza han comenzado a criticar los convenios con el país asiático. Pero, además, estos pactos no son sin daños colaterales. Un ejemplo: una parte de los acuerdos con la potenciaemergente implica el compromiso de esta última de aumentar las compras de productos agrícolas a Estados Unidos. Trump ha declarado su interés en incrementar la venta de soja al gigante asiático. Intenta compensar, de ese modo, los productos con valor agregado que su país le compra a China. Esto podría explicar por qué en estos días la soja subió en Chicago y bajó en Rosario.
El trasfondo del conflicto entre las dos potencias globales obedece a factores muy profundos donde se cruzan nuevas estrategias nacionales con disputas comerciales y geopolíticas mundiales. Hace unos días, Donald Trump declaró estar “muy decepcionado con General Motors y su CEO, Mary Barra, por cerrar plantas en Ohio, Michigan y Maryland. No cerraron nada en México ni en China. Estados Unidos salvaron a General Motors y este es el agradecimiento que recibimos”. Y concluyó: “Estamos estudiando cortar todos los subsidios a General Motors, incluido los de los coches eléctricos (…) Estoy aquí para proteger a los trabajadores americanos.”
No parece que esta crisis, protagonizada por Estados poderosos y gigantes empresariales, se resuelva por las buenas intenciones de un país anfitrión.
Además, esta tensión entre estrategias nacionales y mundo globalizado se traslada a todos los bloques regionales y dificulta el avance de acuerdos como el que impulsa el Presidente entre el Mercosur y la Unión Europea. En ese contexto, el Mercosur, tras el ascenso de Bolsonaro en Brasil, parece también haber ingresado en una fase crítica.
Tras la euforia ha vuelto la realidad, la recesión, han vuelto los indicadores económicos y sociales críticos que, seguramente, se van a mantener, como mínimo, durante buena parte de 2019.
Algo pasó y se desvaneció. Las crisis, como las mareas, vuelven una y otra vez. Parafraseando las habituales metáforas gubernamentales sobre fenómenos naturales: no se puede tapar el sol con las manos.
* Presidente Partido Solidario.