De cuatro años del mandato de Macri, tres serán con caída del Producto Interno Bruto. La economía anotará un retroceso mínimo total de 4 por ciento respecto al nivel recibido en 2015, con un derrape de casi 10 puntos del PIB per cápita. Estas cifras surgen en base a estimaciones optimistas en relación a la evolución de la economía en 2019, lo que significa que la caída no sería mayor al 1,6 por ciento previsto por el FMI. Este escenario es con el supuesto de estabilidad cambiaria, lo que hoy muy pocos se atreven a pronosticar, y con el aporte de una muy buena cosecha del campo luego de un año afectada por la sequía. Este derrumbe de la cantidad de riqueza generada por habitante coloca al gobierno de Cambiemos como uno de los peores desde la recuperación de la democracia. Y tiene posibilidad de ser el peor de todos con apenas una renovada corrida cambiaria, que es un escenario muy probable a medida que se acerque el año electoral, como ha sido habitual en elecciones pasadas, con más intensidad cuando se trata de presidenciales. 

Postular que este pésimo saldo de la economía macrista es consecuencia de la herencia recibida es abusar de la pasividad de interlocutores ocasionales o de la fidelidad de un electorado cautivo. Las cifras que arroja la economía son muy malas, ya no sólo en comparación con las recibidas en diciembre de 2015, sino también en una evaluación global respecto al ciclo kirchnerista. El gobierno de Cambiemos se ubica en los mismos rangos que las decepcionantes experiencias radicales de Alfonsín y De la Rúa. 

El PIB per cápita en dólares muestra el siguiente recorrido, según el estudio realizado por la ultraliberal Fundación Libertad y Progreso:

  • El período alfonsinista (1983-1989) descendió 12 por ciento en promedio. 
  • El menemista (1989-1999) subió 33 por ciento.
  • El de De la Rúa (2000-2001) bajó 8 por ciento.
  • El interinato de Duhalde (2002) retrocedió 12 por ciento. 
  • El kirchnerista (2003-2015) trepó 88 por ciento.

Si la economía macrista sigue haciendo méritos como en este año, desestimando el inconsistente optimismo del ministro Nicolás Dujovne, estaría en condiciones óptimas para culminar sus cuatro años peleando el trono de ese ranking. Con proyecciones optimistas terminará con una caída del 10 por ciento del PIB per cápita. 

Riesgo país

Ya no habrá dos años de crecimiento seguido, como difundía la red de propaganda oficial, sino que habrá dos de caída en continuado. La combinación de argumentos de la herencia kirchnerista y del temor al regreso de CFK en 2020 para explicar ese derrape es la exhibición más contundente del fiasco de la gestión de la economía por parte de Cambiemos. La culpa del fracaso en términos cuantitativos –no así del plan de negocios del macrismo– sería de un pasado inventado y de un futuro imaginado; en el medio transcurrirán cuatro años de desindustrialización, elevada inflación, deterioro sociolaboral con alza de la desocupación y la pobreza, fuerte reducción del poder adquisitivo del salario y de las jubilaciones, redistribución regresiva del ingreso y un endeudamiento récord. Si bien el ejército de voceros oficiosos intenta aliviar al macrismo de la responsabilidad de esta debacle, les resulta cada vez más complicado hacerlo por el propio peso del fracaso.

La campaña del oficialismo para desentenderse de estos resultados desastrosos no tiene sutilezas, en una línea de continuidad con los análisis rústicos que atribuyen la persistencia de CFK en el escenario electoral como el factor determinante de que el riesgo país navegue por encima de los 700 puntos. 

El nivel que alcanzó ese indicador refleja que el macrismo ya no tiene acceso al mercado voluntario de crédito internacional, pese a capitular ante los fondos buitre y de liderar la embestida política, mediática y judicial contra el populismo. 

Los más de 700 puntos, que implica que si Argentina quisiera emitir un bono a 10 años debería pagar una tasa por arriba del 10 por ciento anual, no es por la vigencia sorprendente de CFK en el tablero político nacional, sino por la vulnerabilidad financiera que derivó del vertiginoso endeudamiento en moneda extranjera durante el macrismo. Si el criterio político fuera un factor determinante del indicador riesgo país, éste debería ser bastante más bajo porque el líder político de derecha que el mercado prefiere frente a CFK mantiene un piso de adhesiones elevado, según coinciden las encuestas, pese a que registra una pésima performance en materia económica. 

Un motivo real que explica los más de 700 puntos de riesgo país es la incertidumbre en el mercado financiero internacional por la tendencia al alza de la tasa de interés de Estados Unidos y el riesgo a que esta potencia mundial ingrese en una fase recesiva del ciclo. En ese contexto, las economías emergentes más frágiles, entre las que se destaca la argentina, generan sospechas entre los inversores y, por lo tanto, éstos tratan de evitarlas para destinar sus capitales.

Estos factores colaboran en la comprensión del porqué los grandes fondos de inversión se están alejando del mercado de bonos argentinos, pero esencialmente lo hacen debido a que Argentina está cerca del abismo del default y que sólo es contendida en esa caída por el auxilio extraordinario brindado por el Fondo Monetario Internacional. Como se sabe que los dólares del FMI no sólo se acabarán a fines de 2019, sino que son insuficientes, la prudencia de bancos y grandes inversores internacionales es desprenderse de bonos argentinos a un ritmo pausado y constante, para evitar quebrantos mayores, mientras el bombero FMI sigue lanzando los dólares para apenas aplacar el incendio macrista.

Reservas

Un aspecto poco mencionado en los análisis acerca de las razones de un riesgo país tan alto es que la política de emisión y negocios de deuda argentina desenfrenada, durante la gestión al frente de Finanzas de Luis Caputo, saturó las carteras de los fondos de inversión internacionales. Estas compañías definen márgenes de exposición en activos, y las colocaciones de papeles argentinos fueron tan voluminosas que los superó. El derrumbe de las cotizaciones de los títulos junto a la corrida cambiaria a partir de abril pasado les reportó importantes quebrantos, lo que eso sólo ya los impulsa a desprenderse de esos activos. Si además de ese golpe a la rentabilidad, que para algunos financistas significará perder o recibir un bonus reducido, están sobreexpuestos y con el riesgo de un default latente cuando se limpie la billetera del FMI, la decisión esperable en administradores de carteras de títulos públicos es abandonar el mercado argentino.  

Grandes jugadores del negocio de las finanzas globales manifiestan a sus clientes que están desencantados con la experiencia macrista. Hoy la evalúan con la doble frustración de haber sido un fiasco en la gestión económica y de no haber sido capaz de desplazar del escenario político la opción del populismo de CFK. No lo expresan públicamente porque están en una carrera contrarreloj para desprenderse de los papeles de deuda argentina más pronto que tarde, con el último plazo a fines de 2019, y no tienen voluntad entonces de precipitar una corrida contra los bonos.  

De todos modos la fuga se verifica en la evolución diaria de las reservas internacionales del Banco Central. La conducción tuitera de la entidad monetaria difunde que está fortalecida en su política monetaria y cambiaria porque pudo contener la disparada del dólar con tasas que tocaron un máximo de 74 por ciento anual. Mientras practican esa autosatisfacción, que exhiben sin pudor en la prensa amiga, por la canaleta de las reservas se están fugando a ritmo creciente los dólares del Fondo. 

La economista Silvina Batakis presentó en su cuenta de Twitter un ilustrativo balance de cómo se ha acelerado el ritmo de dilapidación de reservas obtenidas de endeudamiento en este año. Indica que la última gran emisión de deuda en el mercado internacional, en enero pasado, por unos 9000 millones de dólares, se perdió a un promedio de 121 millones de dólares por día, agotándose esos recursos en el día 79. El primer desembolso del FMI por 14.796 millones de dólares se evaporó en 80 días, a un ritmo de 175 millones de dólares por día. El segundo giro del Fondo por 5630 millones de dólares, efectuado el 30 de octubre pasado, se está perdiendo a un promedio de 184 millones de dólares por día. Es muy probable que esta última partida de dólares se agote antes de recibir el tercer aporte del Fondo, que se producirá en pocos días, por unos 7700 millones de dólares. La velocidad de la fuga de reservas se precipita porque nadie en el mercado financiero quiere ser el último en apagar la luz de la caja de las reservas del Banco Central.

Como si no hubieran aprendido nada del fracaso de las dos anteriores gestiones macristas al frente de la autoridad monetaria, la liderada por Guido Sandleris repite la política de perder dólares a un precio barato, según la evaluación de la mayoría de los protagonistas del mercado financiero. Si dejaran de hacer una intervención en las sombras en la plaza de dólar futuro y si no estuvieran ahogando a la actividad con una contracción monetaria asfixiante, la cotización del billete verde se ubicaría en valores más cercanos al techo que del piso de la banda de la tablita cambiaria modelo 2018. El actual ritmo de ajuste diario del tipo de cambio por debajo de la evolución de precios, con tasas de interés positivas, es una experiencia cambiaria y monetaria que tiene antecedentes en la economía argentina con la tablita de Martínez de Hoz (1979-1981), durante la última dictadura militar. 

Para quien la vivió, para quien no pero se la contaron y para quien no sabe de qué se trata, el final traumático de este nuevo experimento monetarista es conocido y decirlo no es un spoiler de la historia porque es una serie repetida y que el macrismo decidió hacer en una desesperada remake. 

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