Quien esto escribe no es un político, mucho menos un politólogo, ni siquiera un militante. La única chapa que puedo mostrar, ya oxidada, son más de dos décadas de periodismo profesional y, desde muy joven, una pasión por lo que pasa en el país. Tengo curiosidad por lo que opina la gente llamada común, los escucho. En síntesis: soy un porteño octogenario que mira pasar la vida desde la vidriera de un bar. Tome estas opiniones como de quién vienen.
Como muchos argentinos y muchas argentinas vivo días de pesadilla. Desde ya, no es la misma pesadilla que transitan los desocupados, los excluidos, los hambrientos. Llamémosla una pesadilla intelectual.
La campaña electoral ha comenzado. La mirada está puesta en octubre de 2019. Macri asegura que se presentará a la reelección, la oposición rosquea a lo loco. Nadie está seguro de los que puede pasar. En un extremo hay quienes dicen que Macri no termina el mandato. En el otro extremo que seguirá cuatro años más.
Los encuestadores, números más, números menos, hablan de una paridad entre Macri y Cristina en torno al 30 por ciento, pocos votos para los posibles candidatos y un 20 o 30 por ciento para los que llaman “independientes”. Con todo mi respeto por estos profesionales, si bien hay ciudadanos y ciudadanas independientes, la mayoría son “indiferentes”, que no es lo mismo. Y son esos indiferentes los que muchas veces deciden una elección. La segunda vuelta de Macri en 2015, por ejemplo; un porcentaje del 54 por ciento de Cristina en 2011.
A los indiferentes no les importa la política, no la entienden, a veces la odian. Desde ya, a la hora de votar, reaccionan de acuerdo a cómo les va en la vida. El trabajo, la familia, la seguridad. Si son hinchas de Boca o de River les importa más el resultado del superclásico que la suerte del país. (Entre nosotros creo que a Macri le pasa lo mismo).
En mi reducida encuesta entre los indiferentes que me rodean advierto que todavía no están decididos. Son todos gente de trabajo, se quejan por su situación económica, pero casi invariablemente culminan la protesta con “y bueno...”. ¿Y bueno hay que aguantar? ¿Y bueno no había mas remedio? ¿Y bueno esto va a mejorar?
El pensamiento de los indiferentes es indescifrable, pero sospecho que muchos adhieren todavía a la teoría de Cambiemos de que la crisis es producto del mal gobierno anterior. Que las medidas que se toman son inevitables. “Hay que pagar la fiesta”.
Es cierto que falta mucho para las elecciones de 2019 y que muchos de los indiferentes pueden cambiar de opinión. Pero también es cierto que la poderosa máquina publicitaria del gobierno puede inclinar la balanza.
Desde mi humilde atalaya creo que los políticos y los militantes opositores deberán poner el ojo en estos ciudadanos y ciudadanas. ¿Cómo? No lo sé. He dicho: no soy político ni militante.
Cuando la oposición sale a la calle y junta 500.000 personas se habla del pueblo que se moviliza. En parte es cierto, pero los que votan son 25.000.000. ¿Un 20 o 30 por ciento de indiferentes?
Son tiempos imprevisibles. Hasta el “bolsonarito” Olmedo empieza a figurar en las encuestan con un 5 por ciento. Los sectores progresistas tienen por delante una responsabilidad histórica.
* Advertencia
Hace unos días el destacado periodista Mario Wainfeld utilizó la letra “E” cada vez que debió aludir a hombres y mujeres. También en su portada, PáginaI12 incluyó la expresión “todes”.
Advierto a la empresa y al periodista Wainfeld que les iniciaré una demanda por idiomicidio calificado.