El caso de Chocobar cayó en manos de un gobierno dispuesto a transformar las armas en la manivela para levantar las banderas del odio que siempre rinden a los fines de campaña, a las que siempre se recurre cuando no hay otra cosa que ofrecer. Primero Bullrich impulsó la legitimación del gatillo fácil en forma simbólica, acompañando al policía procesado por matar por la espalda a un joven asaltante que en ese momento ya no ofrecía peligro. Ahora impulsa su legalización, con el reglamento. El primer paso fue la publicación en el Boletín Oficial.
La proclama ilegal de la ministra de Seguridad, que alentó hace un mes a que la sociedad esté armada, tiene incidencias impredecibles. Por el impacto que tiene en los agentes de seguridad, siempre dispuestos a la salida más rápida y que suponen más efectiva, que es jalar el gatillo. Y en la sociedad, donde alentar el odio durante las depresiones económicas, siempre da dividendos porque desarma el tejido social y arma las cadenas de odio. La xenofobia duerme en esa cuna. La solución violenta duerme en esa cuna. El huevo de la serpiente.
Con pocas horas, dos acontecimientos de índole policial dieron los indicios de lo que se viene de la mano de la propuesta del gatillo fácil de Cambiemos. Uno, en el plano nacional, un video que se viralizó en las redes: un intento de asalto en el microcentro aparentemente por parte de dos hombres; intervienen policías que logran detenerlos a ambos; el video muestra a los dos hombres esposados sobre el asfalto, sujetos por policías, mientras el público se aglomera alrededor. El video fue grabado por un hombre al que se escucha gritar “¡un tiro en la nuca como en Brasil!”, y vuelve a gritar “¡aguante la policía!”. Se ve a dos o tres personas que también filman con sus celulares. Y alguien que grita por detrás “¡mátenlos, tírenselos a la gente!”.
La escena es tremenda pero no queda demasiado clara su espontaneidad. Conociendo las fotos de Macri y Vidal saludando como si hubiera una multitud cuando no hay nadie, conociendo las cantidades de puestas en escena prefabricadas por el aparato publicitario, no extrañaría que incluso los dos esposados fueran parte del equipo de los bolsonaros argentinos.
No hay que confundir de todas maneras: parte de la sociedad comparte ese odio, y lo vitorea. Lo grave es que el gobierno de Cambiemos aliente esa gente y la use como soporte, parte de la sociedad usada como cortina de humo.
El segundo acontecimiento vino del plano internacional, nada menos que de Brasil, como una inmediata respuesta a los reclamos de bolsonarización de Argentina que hacía el ignoto indignado de la mano dura en el microcentro porteño.
La policía estadual brasileña en el norte del país, había intervenido en un asalto con rehenes. La intervención policial derivó en la muerte de 13 personas al menos, entre las que se debe contar una familia con dos niños que viajaban en un auto y fueron interceptados por los asaltantes antes de la intervención policial, y un conductor de otro vehículo, también interceptado. La solución del gatillo es fácil. Lo que no dice Bullrich es que trae consecuencias.
Carlos Ruckauf usó el mismo lema de “meter bala” como bandera de campaña en 1999. El 16 de septiembre 200 policías siguieron su aliento como si fueran órdenes habilitantes. Ocurrió en Villa Ramallo, en la toma de rehenes que derivó en las muertes del gerente y del contador del Banco Nación, graves heridas a la esposa del gerente y la muerte de uno de los asaltantes. Lo que nadie recuerda es que había policías en la banda, que fueron condenados, y que también hubo condenas para los que dispararon.
Los bolsonaros de Bullrich tienen antecedentes.