Treinta y cinco años de democracia. Tanto y tan poco. Cuantas promesas incumplidas. Cuantas realizaciones impensables y cuantas destrucciones indeseables.
“Con la democracia se come, se cura, se educa” fue la promesa elemental de Alfonsin. La evidencia de la destrucción social que había dejado la dictadura como continuidad del terrorismo de Estado. La imposibilidad de hacer real esa palabra es, quizás, una de las fragilidades que signan el presente.
Desde entonces, la palabra como el instrumento que valida la legitimidad de la representación popular esta en cuestión. Se supone que vivimos una democracia representativa, elegimos a nuestros representantes a partir de lo que dicen, de lo que nos dicen ¿Elegimos? ¿Se puede hablar de elección cuando se parte de premisas falsas? ¿En que medida el engaño destruye la elección?
El primer gobierno radical intentó pero no pudo: juzgó a los máximos responsables del genocidio, trató de pararse frente al poder financiero internacional y fracasó. Menem casi que se ufanó de la estafa: indultó a los represores pero terminó con el poder militar, privatizó todo lo que pudo y se entregó al capital financiero. De la Rua se convirtió en la caricatura del reencauzamiento democrático: su fallida presidencia culminó en debacle económica y represión mortal. Duhalde evito el desmadre institucional y tuvo que acortar su mandato ante otra represión mortal. Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner sorprendieron a propios y ajenos: desendeudaron el país, reabrieron los juicios a los genocidas, estatizaron los fondos previsionales, instauraron la Asignación Universal por Hijo y dieron batalla para que la comunicación sea reconocida como un derecho. Macri esta transitando su mandato de destrucción y retroceso.
La superficialidad y efectividad de las consignas ponen en tela de juicio el valor de los argumentos. El voto se define en los programas de chimentos, escribió, palabras más palabras menos, Jaime Durán Barba en su último libro. Hasta ahora es indudable que tuvo razón. Lleva quince años asesorando al PRO y asistiendo a su crecimiento.
“Cada vez se asemeja mas votar y comprar, el Estado y el mercado, el ciudadano y el consumidor”, resume el filósofo surcoreano Byung Chul Han en Psicopolitica: el neoliberalismo y nuevas técnicas de poder.
Como todo proceso en un contexto de globalización no es exclusivo de la Argentina. Fuerzan la institucionalidad hasta retorcer la democracia con la anuencia y complicidad de los medios de comunicación dominante y el Poder Judicial.
“Era preciso mudar. Todo PT, PT, PT, corrupción”, explicó un votante de Bolsonaro. Solo se trata de traducir el verbo –mudar por cambiar– y PT por kirchnerismo. El dispositivo continental está en marcha.
La palabra oficial banaliza lo que toca. Apuesta a destruir o, en su defecto, tergiversar la memoria. La prolijidad de la imagen se transforma en contenido y todo se muestra en un “como si” fuera cierto.
Las mentiras estilizadas en Fake news desvirtúan el debate. El poder concentrado manipula a las mayorías. Los diagnósticos sobre la utilización de la información que cada uno aporta a través de sus hábitos digitales y cómo son aprovechados para dirigir nuestras elecciones son abundantes. Las alternativas para sortear el sometimiento aparecen desdibujadas.
Las leyes son avasalladas por decretos, la presunción de inocencia es aplastada por la condena express. Ahora reforzada por el asesinato policial concebido como daño colateral. Se impone el rescate de la esencia de la democracia: del pueblo para el pueblo. Sobre las instituciones que la modelan es imprescindible un rediseño.
El requisito de igualdad para ejercer la libertad se resignifica en un contexto de creciente inequidad. La realidad de la exclusión no puede ser reivindicada. Este no es el único camino. El neoliberalismo represivo es sí el único camino para ampliar los privilegios de los privilegiados de siempre.