La recuperación democrática cumple 35 años, la mitad de la vida de quien les habla. Este cronista tenía entonces, vaya, 35. Veníamos de transitar la decadencia y brusco derrumbe de la dictadura, un trance fascinante y promisorio que ojalá no se repita nunca.
Aclimatado a la época, uno escribió: “la democracia es la diferencia entre la vida y la muerte”. La intención –celebratoria y sencillita– queda corta hoy en día. Es poco pedir y, trágicamente, no se ha cumplido: demasiada violencia institucional, demasiados crímenes de estado, demasiada represión brutal han signado este lapso. Tal vez menos violento que el siglo pasado pero con un abuso de vidas segadas… sangre joven con cruel frecuencia.
En contrapartida es imperioso ampliar el repertorio de sueños, anhelos, demandas. Nada original porque en el despertar de la primavera el presidente Raúl Alfonsín predicaba que con la democracia se vive, se educa y se cura. Además, iba a levantar las ventanas de las fábricas. No resultó así o no resultó del todo o resultó con intermitencias.
Zigzagueos formidables registró la historia… onda montaña rusa. Subimos y descendimos a velocidades impactantes. Pasamos del calor al frío, al punto de pasteurizarnos, enfermarnos o creer perennes los avances o desencantarnos. En un sinnúmero de ocasiones fuimos fukuyamistas sin quererlo o sin saberlo: pensamos en el fin de la historia, en un estadio perdurable. Ora en la cima o en una etapa valiosa, ora en el quinto subsuelo.
La nómina –de tan extensa– insumiría toda esta nota. Mencionemos hitos. Del Juicio a las Juntas a las leyes de la impunidad y luego a la reapertura de procesos con condenas a los represores. De la ilusión de autonomía económica al más amplio ensayo neocolonial y privatista en los 90. De la crisis integral de 2001 al mayor nivel de protección social de América latina. Del “No al ALCA” a la sumisión al Fondo Monetario Internacional. De la Carpa Blanca al desbaratamiento del sistema educativo. Cien etcéteras, usted puede multiplicar ejemplos.
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La consigna de este suplemento faculta a gambetear la intención de la síntesis o del promedio engañoso entre alzas y bajas. Importa más pensar, dicho de modo muy simplote, qué se puede “esperar” o reivindicar. En un país caracterizado por una infatigable capacidad de movilización, es repasar los objetivos de la sociedad civil, los reclamos a promover, las conquistas a construir (o recobrar).
Todo lo real es posible, estipuló un filósofo. Nunca inevitable, ojo al piojo. Los grandes progresos condensan luchas colectivas e iluminaciones de los gobernantes. La Argentina produjo prodigios y probó, pues, que son alcanzables. El piso irrenunciable es reencontrar lo que ya se pudo, confrontando con las derechas locales o globales. En distribución del ingreso, niveles de empleo, mitigación de las desigualdades, derechos humanos, legislación tutelar de las garantías constitucionales y siguen las firmas.
Las mejores marcas alcanzadas distan de ser una utopía: constituyeron espacios ganados. A veces (muy a menudo en los 90 y desde fines de 2015) usurpados o regados con sal por los poderes fácticos o sus aliados políticos.
Si se lograran conjugar, de nuevo y en simultáneo, los aires libertarios del 83, la estabilidad y los indicadores económico sociales del kirchnerismo (en especial entre 2003 y 2011) estaríamos en un contexto más vivible, reparador, menos doloroso.
Puesto así, seguramente no es factible y, de nuevo, no bastaría. Por cien factores nuevas minorías (en poder y no siempre en número) cobran protagonismo militando por cambios colosales que no siempre “hicieron agenda”. Enumeración parcial otra vez: las mujeres, los trabajadores desempleados o con trabajo informal o insuficiente para parar la olla, los jóvenes a quienes se les cierran horizontes, los pueblos originarios, las organizaciones sociales. Todes ocupan calles y plazas, lo sabemos. Su compromiso es un reto a la derecha, un freno a la reacción conservadora o facha, una base para el optimismo de la voluntad.
La coyuntura es cruel. Machaquemos: es coyuntura, pasará si se le da batalla. No suena sencillo: como en 1987 o 2001 (no entramos a discutir cuan certeros fueron esos temores) parece que la propia subsistencia del sistema democrático está en riesgo. La acecha una degradación autoritaria que copa la región. Es imperioso defender la democracia sin conformismos ni banderas arriadas.
La noche de la dictadura quedó atrás, ese alivio sabe a poco. Como en cada momento de los 35 años es indispensable ampliar los márgenes, resistir y combatir sin violencia ni desmayos.
No darse por vencidos; la experiencia demostró que hay revancha o reparación aún tras los momentos más oscuros. Jamás resignarse al horizonte sombrío de la declinación y el conformismo. Ningún presente es inmutable, evidencia que a veces esconden las depresiones o el ensimismamiento que acompañan a las crisis.
Millones de personas del común protagonizaron luchas entrañables, eventualmente coronadas por el éxito. Tras sus pasos iremos, con sus banderas y consignas marcharemos: resistiendo, construyendo, desafiando. PáginaI12, que viene de cumplir 31, siempre participó en esas bregas.