La democracia es la discusión urgente que recorre Latinoamérica. En las últimas semanas, la pregunta sobre qué es la democracia nos la hizo directa nuestro país vecino: la combinación más descarada de fascismo, misoginia y machismo llegó al gobierno a través de las elecciones, con Jair Bolsonaro a la cabeza. Para que esto pasara fue necesario valerse de un impeachment a Dilma Rousseff, la cárcel a Lula y una serie de artilugios con el padrón electoral que ponen en duda rápidamente el carácter democrático del nuevo gobierno brasileño.

En nuestro territorio crecen el hambre, la deuda, la pobreza y las violencias por las políticas de un gobierno electo democráticamente. Escribo esto horas después de que Patricia Bullrich quiso legalizar la doctrina Chocobar, por ahora suspendida formalmente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y en otros distritos. 

¿Qué es, entonces, la democracia? ¿Hay democracia con estos niveles de concentración de riqueza en pocas manos y hambre en tantas panzas? ¿Hay democracia con un femicidio por día y cuando siguen muriendo pibas por abortos clandestinos? ¿Con unx pibx asesinado por gatillo fácil por día? ¿Hay democracia cuando no hay trabajo? ¿Hay democracia cuando quienes deciden son unos pocos, los mismos de siempre? ¿Será eso la democracia?

¿Qué es la democracia? ¿Hay otra democracia más allá del voto, de la encuesta? ¿Hay otra democracia más allá de la Constitución y de aquel pacto terrorífico entre Menem y Alfonsín?

Es inevitable pensar en las Madres de Plaza de Mayo, para quienes la democracia es la lucha contra el terror estatal. Inevitable pensar en el movimiento de mujeres, para el cual la democracia son las asambleas y las luchas contra el terror patriarcal. Inevitable pensar en lxs estudiantes, que en sus asambleas discuten sus escuelas y universidades. Inevitable pensar en los sindicatos democráticos, donde se discuten las condiciones de un trabajo y una vida digna. En los territorios, cada vez que entre vecinxs se organizan en búsqueda de respuestas. Allí hay otra democracia y es la que cada día debemos construir. 

En pocos meses volveremos a discutir y decidir quiénes ocuparán los puestos estatales. Pienso, de nuevo, en qué es la democracia. La primera respuesta: no habrá democracia con una política de ricos y para ricos. Esta democracia solo en apariencia no se aguanta más.

En mi caso, desde el Frente Patria Grande se apuesta a la construcción de un frente progresista y de izquierda que impida que el macrismo vuelva a ganar, y me sumé a ese desafío. No podemos permitir que el FMI y unxs pocxs empresarixs decidan la vida de todo el país. Las diferencias deben nutrir un frente opositor, que debe debatir con el conjunto de la sociedad, en cada plaza, en cada esquina, en cada lugar de estudio y de trabajo. Esa es la democracia que debemos proponer: la de discutir y re-discutir cada posición sobre el presente y la historia reciente. Organizar la bronca es importante pero también es importante organizar la esperanza. 

Surgen preguntas: ¿podremos imaginar un gobierno que impulse y promueva la otra democracia, desde abajo? Un nuevo gobierno, ¿no debe preguntarse sobre quién y cómo se toman las decisiones? ¿Un gobierno puede tolerar de nuevo el predominio de la soja y la megaminería? ¿Un nuevo gobierno puede volver a reprimir? ¿Pueden volver a ganar lo mismo los bancos durante un gobierno que defendamos? ¿Puede seguir dependiendo de cada provincia el presupuesto educativo? ¿Podremos ir más a fondo con la integración regional? ¿Podemos pensar un nuevo gobierno popular con los sectores populares por fuera? 

Como señala Rita Segato –una de las pensadoras más relevantes de la época–, una de las grandes fallas del ciclo progresista de latinoamérica fue la incapacidad de ver la importancia de la disputa desde y por abajo. Y si miramos cómo se nos escurrió la ley de medios no podemos dejar de darle la razón. Los cambios culturales no se decretan y nosotrxs estamos en una batalla cultural y política contra el egoísmo, el individualismo, el machismo y el consumismo. Y para ganar necesitamos convencer. 

El desafío inmediato por delante es gigante. Como izquierda debemos estar a la altura de nuestros sueños, aferrarnos a la idea de que las ideas sin fuerza, sin organización, sin movilización, no triunfan. Esa es la certeza de las generaciones nacidas en democracia, la única forma de fortalecerla es no separar el gobierno del pueblo. Nuestro destino está atado a ese pueblo humilde y las generaciones más jóvenes tenemos mucho que aprender en este recorrido de quienes con aciertos y errores han construido estos años en democracia. Eso sí, no esperen que dejemos nuestras críticas en la puerta de entrada de “la política”. Llegamos para decir lo que nadie quiere decir, eso que puede restar votos. Cuando gritamos que migrar no es delito y que vamos a seguir luchando por una Patria Grande donde quepan muchos mundos sabemos que puede que eso no garpe. Por suerte nuestras pretensiones no son vivir de la política los próximos años en democracia sino construir libertades para quienes vienen detrás nuestro, porque tenemos claro que la historia no empieza ni termina con nosotrxs.  Y somos tan pretensiosxs que soñamos con cambiarla. 

* Ex presidenta del Centro de Estudiantes del Carlos Pellegrini.