"En el monte, uno no se pierde", se oye decir la voz de Ruperta Pérez en la sala de exposiciones del Museo de la Memoria (Córdoba y Moreno, Rosario). Ella y Oscar Talero, referentes de la comunidad qom, narran en su lengua materna y a través de la primera radio indígena local sus exilios en la ciudad, un relato donde además denuncian la devastación del monte chaqueño, el dolor en el corazón al ver los camiones del desmonte. Y la ciudad como la verdadera jungla, el laberinto. Ellos mismos se traducen al castellano, que es su segunda lengua, desdoblando el texto oral fijado en el archivo de audio. Esta instalación sonora está acompañada por otras instalaciones de textos, en tres idiomas: qomlaqtaq, castellano, francés. En el centro de la sala, setecientos nueve animales diminutos de barro cocido huyen en las cuatro direcciones, uno por cada kilómetro de éxodo transitado.
Se trata de Traducir el desborde, la exposición que con curaduría y textos de María Elena Lucero creó la artista plástica Julieta Hanono en colaboración con familias de maestros artesanos, maestros traductores y chamanes de la comunidad Qom de Rosario, a través de un encuentro producido en el Centro Cultural El Obrador. Todos los artesanos que realizaron las piezas escultóricas representando animales del monte (osito hormiguero, venaditos, chanchitos, lechuzas, yacaré, pájaros) cobraron por sus obras un precio justo que fue decidido en asamblea. La muestra puede visitarse hasta febrero.
Nacida en Buenos Aires a comienzos de la década del sesenta, Julieta Hanono cursó la escuela secundaria en Rosario, donde fue militante de la UES (Unión de Estudiantes Secundarios). En 1977, ella y su hermana Laura (testigo en la causa Díaz Bessone) fueron secuestradas por la patota de Feced y detenidas-desaparecidas más de un mes en uno de los centros clandestinos de la dictadura, el infame Servicio de Informaciones o "el Pozo" de Dorrego y Santa Fe, antes de ser "blanqueadas" como presas políticas al sótano de la Alcaldía de la Jefatura de Policía en esa misma manzana, donde ya podían recibir visitas. Sus padres lucharon incansablemente reclamando la libertad de sus hijas. Alojadas en condiciones degradantes, las presas tenían prohibido pintar o escribir pero se les permitía bordar. Cuando ya podía pensar en la libertad, Julieta "estaba muy triste sola en la Alcaldía y mamá me dio una tela para bordarme un vestido para salir".
El bordado del encierro, en hilo perlé, siguió un colorido modelo de blusa campesina mexicana. Trescientos noventa y cinco fueron sus días de encierro; ese mismo número de bordados encargó Julieta durante un viaje a México en el año 2008 a 300 bordadoras de una aldea muy pobre en la cima de una colina, que trabajaban para otros talleres por precios viles. Se los pagó muy bien. A partir de entonces, ellas comenzaron a vender su producción directamente al público. Julieta vive desde 1990 en París, donde el idioma francés le permite la distancia necesaria para testimoniar sus dolorosas experiencias de 1977-78. Allí editó Temps-melès (2009), libro bilingüe de memorias fragmentarias que acompañó su exposición en la Casa de América Latina donde mostró la obra realizada en México, titulada 395. "Es a partir de eso que comienzo al traducción", señala. La obra fue el punto de partida de toda una serie de "traducciones": días de encierro a bordados, kilómetros de éxodo a animales en extinción, poesía a arte.
"La obra es ese proceso político relacional cuando uno se encuentra con la comunidad y hace comunidad con esa gente. No me interesa el arte de salón. No es por ahí que va mi trabajo, sino por interrogar la existencia de uno en relación a los otros. La escritura la hago sola, para escribir tengo que ir al interior más interno de mí misma, pero después necesito que esa trama se abra y haga trama con otros", contó Julieta Hanono ayer por Whatsapp recién llegada de regreso a París, y en plena mudanza. No sonaba molesta. Contó que le gustan las serpientes. ¿Será porque mudan de piel? "Cambiar de una lengua a la otra es deconstruirse, al estar inmersa en otra lengua sos otra, uno es uno y a la vez se construye desde otro lugar", reflexionó. Habló de Horacio Quiroga y sus Cuentos de la selva en el origen de su venida al encuentro de lo que ella fantaseaba como "la lengua de las anacondas", el qomlaqtaq. Y se encontró con "seres de una gran sensibilidad e inteligencia" y con una profunda identificación mutua entre condiciones de existencia no tan diversas como podría parecer.
Arsenio, maestro traductor, le contó de los 709 kilómetros que hizo desde su pueblito en el Chaco y de cómo "cuando él traduce se feminiza". "¡Lo que ha sufrido esta chica!", se compadecía Arsenio. Y ella, de ellos. Los talleristas del Obrador escuchaban emocionados.
"Hoy soy militante feminista, de la causa feminista desde el punto de vista de los oprimidos", asegura Julieta. Lee mucho y bueno. Deplora el avance del cristianismo evangélico sobre el chamanismo chaqueño y recomienda el Manifiesto antropófago de Oswald de Andrade; lectura de cabecera, además, de la curadora de la muestra, donde la poesía escrita por mujeres poetas argentinas tiene su constelación-cosmogonía-templo de poemas para llevar: Alfonsina Storni, Olga Orozco, Susana Thènon, Alejandra Pizarnik, María Negroni, Susana Villalba, Sandra Torlucci y Claudia Masín, presentes.