¿Puede haber amor en el dolor? Sigmund Freud sostenía que el ser humano puede sentir placer en el sufrimiento. Pero, ¿puede haber amor? En situaciones límite es donde suelen emerger los sentimientos más solidarios e intensos, como así también las mayores miserias humanas que están en todos los individuos, a veces, de manera latente. Emilia Faur decidió titular su nuevo documental Amor en dictadura, que presentará mañana a las 20.30 en el Café Cultural Caras y Caretas (Venezuela 330), con entrada gratuita. Se trata de un documental reflexivo vinculado con la historia política del pasado reciente. Indaga sobre los efectos que produjo el terrorismo del Estado argentino en las relaciones amorosas. El eje de este film son las indagaciones acerca de cómo atraviesa la representación de lo político los vínculos amorosos, a través del testimonio del recordado autor y director Alberto Migré y sus telenovelas. Y también se vale de testimonios de mujeres militantes como, por ejemplo, Miriam Lewin y Liliana Chiernajowsky. Los testimonios –a los que se suman los de Eduardo “Tato” Pavlovsky, María Sonderéguer y Diana Maffia– se articulan con aquella entrevista inédita al propio Migré realizada por Faur tres días antes de la muerte del padre de la telenovela argentina, en marzo de 2006.
De profesión psicóloga social, con una trayectoria de más de veinte años en el área de Psicología Social y el psicoanálisis, donde ha desarrollado gran parte de su profesión, Faur ha incursionado en el género audiovisual con su ópera prima, T y el Canto de Lilith, documental basado en una entrevista a Lohana Berkins, presidenta de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual. Para concretar su nuevo trabajo, Amor en dictadura, hay años clave en la historia de este documental. Uno de ellos es el año 2001, cuando Faur lejos estaba de pensar en esta película. Amor en dictadura tuvo su primer nacimiento el 19 de diciembre del convulsionado 2001. Ese día, la documentalista subió a un taxi y el conductor le dijo: “¿Se enteró que hay estado de sitio?”. A partir de ese momento, se produjo en la mente de Faur una especie de déjà vu. “En aquel momento, sobre los edificios y las calles se sobreimprimieron imágenes de más de treinta años atrás. Eran imágenes de mi experiencia en los años 70. Casi que entré en un estado de confusión. Se me superpusieron los tiempos”, recuerda la directora. Al llegar a su casa, decidió ir a la Plaza de Mayo, donde estaba ocurriendo la represión. En el trayecto la llamó su hijo, que ya era grande. Le dijo: “No irás a la Plaza, ¿no?”. Faur le contestó que ya estaba yendo. Y su hijo le respondió: “Si vos vas a la Plaza, a mí no me ves más”. Ahora, la cineasta reflexiona: “Fue la primera vez que manifestó todo su terror en esos años cuando era chiquito. Ahí me apareció la pregunta: ¿Cuáles fueron las secuelas del terrorismo de Estado en los lazos afectivos? Esa es la pregunta y luego la puntualicé con las relaciones de pareja”, relata.
–Si tuviera que responderse esa pregunta, ¿qué diría hoy?
–Esto se vislumbra en la obra de Migré, en las dos telenovelas que seleccioné: Rolando Rivas taxista y Piel naranja. El terror se metió entre las sábanas, en los dormitorios. Pero yo me centré fundamentalmente en el amor militante porque repensar el amor militante implica repensar el vínculo entre la vida y la muerte en una generación que fue diezmada y recordada por todas las torturas que ha padecido pero no así por el amor vital, por la pasión que tenía y que tiene aún hoy esta generación.
Justamente la entrevista a Migré que Faur concretó en 2006 fue el segundo nacimiento de Amor en dictadura. Hasta ese año, la directora había comenzado a interrogar a sus amigos, los que se fueron al exilio y los que se quedaron. “Y ahí apareció toda una información y todo un diálogo que teníamos totalmente tapado. La mayoría eran militantes y algunos que pudieron huir. Apareció una cosa más íntima de la que no se hablaba. En el transcurso de ese tiempo comencé a entrevistar a algunas personas que habían estado detenidas. Para mí, lo más central era explorar esta pregunta que sigue siendo una pregunta retórica, porque no tiene una respuesta asertiva. Pasaron muchas cosas”, cuenta. Faur se analizaba con Fernando Ulloa y en aquel entonces había comenzado a estudiar guión. Un sueño que tuvo la paciente lo llevó al analista a decirle: “Tu sueño es de Rolando Rivas. Tenés que hacer algo con Migré”.
Y así lo fue a ver al padre de la telenovela argentina, sin saber de cine ni de cámara por aquel momento. “Migré se enganchó de un modo muy profundo conmigo. La entrevista duró dos horas y 43 minutos. Y se produjo realmente un encuentro profundamente íntimo, donde él comenzó a hablar de cosas que luego lo llevaron a decir: ‘Ahora me puedo morir tranquilo’. A los tres días me llamaron para decirme que había muerto de un ataque cardíaco”, cuenta Faur con la cara llena de tristeza cuando recuerda ese episodio tremendamente doloroso para ella. Migré la había autorizado a utilizar el material de sus telenovelas a través de una carta en Argentores. Y sugería un título para su película: La novela del amor en dictadura. Ahí Faur se dio cuenta de que debía hacer un film. “Cuando vi semejante legado dije: ‘No puedo hacer una película sin tener una formación como cineasta’. Me parecía que era de tal responsabilidad después de haber hecho esa entrevista y haber logrado ese encuentro tan profundo”, admite la directora, que decidió incursionar en el género audiovisual y en particular en el documental: realizó la Maestría de Periodismo documental en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), además realizar cursos y seminarios en Buenos Aires y en La Habana, en la Escuela de Guión de San Antonio de los Baños. Finalmente, en Amor en dictadura hay fragmentos de Rolando Rivas Taxista y de Piel Naranja, que se articulan con las entrevistas.
–¿La idea fue también reflejar cómo se vivía el amor en ese contexto ominoso?
–Sí, la idea fue reflejarla. Y hasta en la obra de Migré. Supuestamente eran telenovelas rosas, pero mucho del terror que se vivía en lo cotidiano como secuestros, allanamientos, también se metió en estas. Rolando Rivas taxista adelantó el golpe porque es una telenovela que se hizo en el 72 (su primera temporada) y en el 73 (la segunda). Migré introdujo elementos como el hermano guerrillero de Rolando, que era montonero y que lo mataba la policía. Ahí me pareció interesante mirar el efecto que tiene un hermano militante en una familia común y en los vínculos que se arman alrededor de esa familia: qué le pasa a la viuda del militante abatido por la policía.
–¿Cómo afectó el concepto de intimidad que se bajaba desde el poder a la vida de las parejas?
–Mi pregunta parte del supuesto de cómo se pudo amar en contextos intimidatorios. Si el amor nace en base a la confianza y a la entrega, ¿cuánto de esta intimidación se metió en los vínculos amorosos? Tuvimos que ocultar información a los seres que más amábamos para protegerlos. Había muchas cosas de las que no se hablaba. A veces, había parejas que tenían militancia en distintas agrupaciones. De esto no se podía hablar porque era filtrar información de una agrupación a la otra. Pero no sólo en personas militantes. También en personas que no eran militantes se vivía permanentemente el terror. Yo hice 434 entrevistas grabadas (pocas filmadas), y otras en Cuba, en un viaje que hice para saber cuál había sido el tratamiento de las relaciones homosexuales en una Revolución que hablaba del Hombre Nuevo. A lo largo de estas entrevistas pude advertir que en nuestro país y en un sector con ideología progre, las relaciones sexuales eran sumamente intensas y diría compulsivas.
–Respecto de lo que surge en las entrevistas con ex detenidas y secuestradas por la dictadura, ¿cómo se aunaban en una misma persona el amor y la militancia?
–Era indisoluble, porque el amor era a la revolución. La pasión era a lograr gestar un Hombre Nuevo, destituir las fuerzas –en ese momento hegemónicas– que estaban torturando a diestra y siniestra. Había una gran pasión por la militancia. Y, de hecho, era muy raro que hubiera una pareja más o menos consolidada que no tuviera una ideología afín.
–¿Puede haber amor en el terror?
–Lo más transgresor que yo encontré en mi investigación fue el tema del amor. Creo que no hay nada más transgresor que hablar del amor durante esos años. Había mucho dolor en el amor, pero no así en quienes militaban. Sufrían por amor, pero como había una causa que los unificaba, les daba una unidad.