PáginaI12 En Gran Bretaña
Desde Londres
Entre la inevitable derrota y una incierta huida hacia adelante, Theresa May eligió la segunda vía. La primer ministro comunicó al parlamento su decisión de posponer la votación que debía realizarse hoy sobre el acuerdo que alcanzó en noviembre con la Unión Europea (UE).
May no disimuló la razón. “Está claro que si bien hay apoyo a muchas partes del acuerdo, hay mucha preocupación con un tema: Irlanda del Norte. Como resultado de esto, si procediéramos con la votación, el acuerdo sería rechazado por un amplio margen”, dijo May.
La derrota que predecían los cálculos más pesimistas (unos 100 votos) hubiera acabado con su gobierno. Pero el acuerdo requiere aprobación parlamentaria: May solo postergó la agonía. En el debate parlamentario ayer se negó a dar un fecha precisa para la votación. La ley estipula que el límite es el 21 de enero. En el medio están las navidades y año nuevo, así que mucho dependerá del éxito que tenga May en su enésima ofensiva europea. En el curso del día May dialogó telefónicamente con el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, el presidente de la Comisión Jean-Claude Juncker y el premier irlandés Leo Varadkar.
Este jueves hay cumbre en Bruselas, pero en esa telaraña de rumores que fue de la Cámara de los Comunes de la mañana a la noche, la especie no confirmada que circuló era que ya se habían reservado los hoteles para hoy, cosa de comenzar cuanto antes las conversaciones directas.
El problema de May es que el mensaje de la Unión Europea ha sido consistente desde que aprobó el acuerdo el 25 de noviembre: no hay posibilidad de cambiar el acuerdo. En el mejor de los casos, May podría conseguir frases elogiosas o tranquilizadoras, pero de la letra del documento no se tocará ni una coma. Mientras tanto el frente interno se le deteriora a pasos agigantados.
Anoche el líder del laborismo, Jeremy Corbyn, solicitó un debate de emergencia para hoy sobre la decisión de May. “No está bien que el gobierno de manera unilateral cambie el procedimiento de debate y votación sin que la Cámara pueda expresar su voluntad”, dijo Corbyn.
El presidente de la Cámara, el conservador John Bercow, autorizó el pedido de Corbyn que contó además con el respaldo de otros diputados torys. “Es totalmente apropiado”, señaló Bercow que al principio de la sesión parlamentaria había calificado la postergación como “descortés” con un gesto de suprema indignación. Theresa May tiene el dudoso privilegio de ser la primera mandataria de la historia que ha “desacatado” la voluntad del parlamento, tal como votó la Cámara la semana pasada.
Ayer la primera ministra tuvo que responder varias veces a dos preguntas. La primera era obvia: ¿qué le puede ofrecer la UE que cambie un acuerdo que es inaceptable para la mayoría de los diputados? La segunda dividió a la Cámara: ¿no es la salida a todo este interminable impasse un segundo referendo?
Los Unionistas de Irlanda del Norte, que sostienen con sus 10 votos al gobierno, dejaron en claro que a menos que se reviera drásticamente el acuerdo en el capítulo fronterizo, no cambiaría su posición. En esa misma línea avanzaron los conservadores pro-Brexit duros y blandos.
Jeremy Corbyn fue por la yugular diciendo que el gobierno estaba en una situación de absoluto caos. “Si no puede renegociar un acuerdo que no cuenta con el apoyo del parlamento, tiene que dar un paso al costado porque ha perdido el control de la situación”, dijo. El líder laborista apunta desde hace meses a nuevas elecciones como única salida al impasse, pero muchos miembros de su bancada, del resto de la oposición y de los conservadores exigieron un segundo referendo.
En la Cámara May respondió que eso generaría descreimiento y cinismo en el electorado. “¿Qué le vamos a decir a la gente que votó a favor del referendo?”, dijo la primera ministra. Pero su palabra cuenta cada vez menos. El dictamen ayer de la Corte Europea de Justicia que le concedió al Reino Unido la potestad de revocar unilateralmente el artículo 50, le dio alas ayer a los que ven a una nueva consulta popular como la única salida. (ver aparte)
El gran obstáculo en estos casi dos años de negociación es la frontera entre Irlanda del Norte (provincia del Reino Unido) y la República de Irlanda (parte de la UE). Esta frontera concentra cerca de un 17% del comercio entre ambas partes: un 43% de los alimentos que consume el Reino Unido vienen de la República. Más fundamental aún que el económico es el lado político. Uno de los pilares del acuerdo de paz de 1998, que puso fin a treinta años de violencia en Irlanda del Norte, fue la eliminación de los controles fronterizos entre ambas partes.
En 1998 era fácil: el Reino Unido pertenecía a la UE. La cosa cambiará cuando los británicos abandonen definitivamente el bloque europeo. La salida a este dilema ha sido el llamado “backstop”.
En el acuerdo el Reino Unido permanece en la Unión Aduanera y el mercado común europeo en un período de transición hasta diciembre de 2020 mientras ambas partes negocian el tipo de relación que tendrán a futuro. Si en esa fecha no se llega a un acuerdo, se estira el período un año más, pero en caso de que no se resuelvan las diferencias, Irlanda del Norte se seguiría rigiendo por las reglas de la UE hasta que se encuentra una solución al problema.
May aseguró a la Cámara que ni el Reino Unido ni la UE quieren usar el “backstop” o que se convierta en un arreglo permanente, pero lo cierto es que la letra dura del acuerdo dice otra cosa, algo que confirmó el informe preparado por el asesor legal del gobierno británico. Según este informe el Backstop puede durar “indefinidamente”. Para los Unionistas de Irlanda del Norte y los duros del Brexit equivale a aceptar la desintegración del Reino Unido: la provincia pasaría a pertenecer más a la UE que al Reino.
Esa percepción no va a cambiar a menos que la UE de un imposible giro de 180 grados. May ganó la posibilidad de un nuevo round, pero el tiempo se le está acabando rápido.