Sidonie-Gabrielle Colette, conocida simplemente como Colette, fue una novelista, cuentista, guionista y artista de variedades que, dada su celebridad e importancia, recibió dos de las máximas distinciones que la república francesa otorga a personalidades excepcionales, es decir a las que ensanchan su tiempo y su espacio. Así, Colette, fue condecorada con la Legión de Honor y recibió, a su muerte, funerales de Estado.
Este repaso por los puntos altos de una personalidad hecha para que la contemplemos incrustada en un cielo con diamantes, evidencia que su vida y obra tiene todo lo necesario para convertirse en una narración que también aspire a premios y reconocimientos. Pero ocurre que Colette, como una flor de loto que sale del barro, es decir, como cualquier mujer independiente y empoderada, hizo de su vida un largo que fue, de punta a punta, contra la corriente.
Entonces, el problema de la película recién estrenada que versa sobre su vida, Colette, liberación y deseo, dirigida por el inglés Wash Westmoreland, es que se sirve de un esquema narrativo clásico, disciplinado y decimonónico para contar la vida de una mujer que rompió con esas categorías. La pregunta por la pertinencia de narrar cristalinamente a una personalidad que no lo fue, le cabe entera a este largometraje que, parece haberse posicionado para recibir galardones y aplausos moderados por parte de un público que es considerado con declaraciones de género y sexo que reivindiquen los aires de época pero que no sean demasiado revulsivos. A la flor de loto que fue Colette, Westmoreland le sacó el barro.
No obstante, a pesar de pifiarle bastante a la forma narrativa, Colette, liberación y deseo, se las arregla para que, por momentos, nos identifiquemos con la escritora –protagonizada por la perfectamente gélida Keira Knighleit– y con sus componentes modernos basados en una agenda feminista que fue construyendo, como cualquier pionera, en un contexto adverso. En este caso, los fastuosos salones parisinos repletos de frivolidad y títulos nobiliarios que la miran torva y le dicen crueldades. Colette, una muchacha de la periferia, se casa con un libertino con contactos que le lleva varios años y que se dedica a tener un ejército corto de escritores fantasmas que producen libros que llevan su firma. Un día, este tal Willy la suma a su ejército de ghost writers y los libros escritos por ella descollan y se venden como pan caliente, especialmente entre las mujeres jóvenes.
Pero claro, como toda mujer que duda de las condiciones que le brinda el presente, empieza a estar cada vez más incómoda con esta correa larga que le impone su esposo. Si bien la impulsa a incorporar prácticas sáficas a su vida que ella abraza con mucho entusiasmo y dedicación, y si bien la pareja se desliza hacia prácticas poliamorosas sin resultados catastróficos, los manejos económicos de su esposo, el lastre de tener que soportar a un vividor, más la arrogancia y soberbia que ostenta (en ese sentido parece un escritor de verdad) y el buen sexo que ella obtiene con mujeres, impulsan a Colette hacia un sentido de justicia feminista, es decir, la impulsan a querer participar cada vez más de los asuntos del mundo.
Cuando Colette le solicita la coparticipación en la firma de las obras que escribe sola, él le responde que ¨las escritoras no venden¨; entonces ella hace tronar el castigo retirándose del pacto marital, dejando de escribir para él y empobreciéndole la vida. Obligado a vender la casa en la campiña, los muebles y los cuadros, vende las obras de su esposa a perpetuidad por 5.000 francos. Ella, furiosa, estalla contra el vividor pero, como la mano que sostiene la pluma escribe la historia, se venga con la intangibilidad del talento y sigue escribiendo hasta convertirse en una de las escritoras más importantes del mundo.
Qué vida maravillosa he tenido, tan solo me hubiera gustado darme cuenta antes, dijo Colette en algún lado. Más allá de contarnos ideas vigentes sobre las mujeres y de cómo se las arreglan para deshacerse de sus grilletes, esta película tampoco nos hace darnos cuenta del todo de esa vida maravillosa que tuvo.