Un adolescente gay de un colegio religioso premium. Una salida del closet, la suya, que se asemeja a un vía crucis y desnuda a toda una provincia: el uso público de una pulsera con los colores del arcoiris lo convirtió en víctima sacrificial. Para colmo, hizo gala en el colegio de lo que es, como si ser fuese ahí su derecho. Vaya uno a saber si la pertenencia a las grandes ligas familiares no llevó a Santiago a pensar que tenía entre sus misiones la de ser vanguardia de un cambio generacional. Justo en Salta, que se enorgullece de ser rémora de los valores coloniales. Humillado, injuriado hasta lo delictivo, expulsado (de hecho ya existe una denuncia judicial en marcha por discriminación), el chico hace temblar la provincia, y hasta el gobernador Urtubey se impregna de tolerancia, porque está en campaña. En Salta coger se coge, pero en la oscuridad o en el desarmadero de las sexualidades, en las que tantas mujeres sin el amparo de la Vírgen de los Milagros terminan violadas y muertas, y donde -¡ay el famoso mito!- son comunes las endogamias sacramentadas.

Expulsado del Santa María junto con otros tres compañeros que salieron en su defensa y hasta imitaron el gesto de calzarse la pulsera, Santiago ya está en otra. Recibió el apoyo lúcido de la abuela católica de uno de sus compañeros, que escribió un tuit dirigido al papa donde le cuenta que están degollando a sus palomas, como en la canción de Violeta Parra. También del propio padre. Ni qué decir su hermana; la carta durísima se viralizó en las redes y  recogieron los medios de comunicación. Funciona como un Manifiesto contra la hipocresía del paisaje social donde nació, y que Lucrecia Martel -otra coterránea- ya había guionizado y filmado en su celebrada trilogía salteña: La ciénaga, La niña santa y La mujer sin cabeza. Un universo donde lo cotidiano está atravesado por silencios y fantasmas. 

Santiago y sus defensas desestabilizan el gallinero porque pusieron en cuestión las políticas del secreto que mantienen cohesionadas a las elites. Así, pusieron a Salta contra su propia historia, y al revelar en palabras e imágenes la trama de sus peores tradiciones, demostraron que hasta los ricos lloran allá si se la juegan fuera del campo de los códigos de clase. Claro que ser marica y pobre es peor; Lohana Berkins solía decir que Salta la macha es la mayor reserva originaria de travestis de la Argentina que, como ella, emprendieron la huida muy jóvenes para poder subsistir, porque si en todos lados es difícil, en esa provincia -cuyos íconos religiosos seguía Lohana sintiendo como pulso de infancia- es un poco peor, aunque estudiando el panorama general argentino, lo dudo.

Se me ocurre que en Salta se les metió el diablo, por ahora tan pequeñito, de los derechos sexuales, y que hoy todos, sobre todo la cría aristocrática, están debatiendo que si la ESI, que si el protocolo del aborto, que si la Iglesia y el Estado, que si la homofobia. Por ahora hegemoniza la santa inquisición, pero díganme si esta montura de verdad llamada Santiago, y las genias tutelares que son aquella abuela y su propia hermana, o la misma Lucrecia Martel, no hacen ingresar al bicho de la libertad por la ciénaga de atrás.