Las primeras escenas tomadas con planos cortos, asfixiantes, sin perspectiva, transcurren en la oscuridad de una casa antigua en un barrio de Asunción. Allí viven Chela y Chiquita, dos lesbianas que llevan más de treinta años en pareja. La película, que se llama Las herederas y recibió varios premios internacionales, entre ellos el Teddy y dos Oso de Plata -uno para la actriz Ana Brun (Chela)-, está inspirada en hechos reales y es la ópera prima del director Marcelo Martinessi. La historia arranca cuando las protagonistas, las dos provenientes de familias acomodadas, enfrentan su incipiente desclasamiento y para sobrevivir y pagar los servicios de una mucama, primero optan por vender muebles y adornos heredados, y más tarde por un fraude que conduce a Chiquita a la cárcel. Como no hay mal que por bien no venga, parece decir Martinessi, el encierro de una las saca de otro claustro a las dos: la ausencia de un deseo sexual que no tarda en aparecer en sus vidas. Las herederas se centra sobre todo en el derrotero de Chela, devenida de pronto remisera de Angy, una joven clienta que hace a la actriz Ana Brun masturbarse de espaldas a la cámara, en una escena más que provocativa para la sociedad paraguaya. “Cuando ganamos el premio en Berlín, en Paraguay fue todo un revuelo fantástico. En el aeropuerto estaban todxs esperándonos con carteles, flores, música. Pero nadie había visto la película y por lo tanto no se sabía cuál era el argumento. Cuando se supo que era de lesbianismo, la gente empezó a tomar postura. Algunxs en contra, por suerte menos. Otrxs a favor. Pero las voces en contra fueron fuertes, incluso en el Senado. Una funcionaria tuvo un exabrupto, salió gritando, nos dijo de todo”, cuenta Ana, que volvió a la profesión actoral después de muchos años de inactividad, para encarnar un papel inesperado no solo para la sociedad donde se viene desenvolviendo como respetable abogada de doble apellido, sino también para su propia vida.     

En varias notas comentaste que te sentías identificada con el personaje de Chela, ¿de qué hablás puntualmente?

-Cuando leí el guión me di cuenta de lo puntos en común con el personaje, en el aspecto del encierro y la soledad. Yo me crié en una familia tradicional y nosotrxs no podíamos preguntar nada, ni de política ni de sexo. Y por supuesto mucho menos de homosexualidad. De chica, lo que escuchaba detrás de las puertas me hizo llegar a conclusiones absurdas y erradas. Vivimos al mismo tiempo una vida bastante difícil porque soy de una familia de la oposición, bastante perseguida, y no podíamos hablar con nadie ni nos saludaban muchas personas. Conozco y sufrí el menosprecio de la gente. También rescato el personaje de una tía que tenía la edad que hoy tengo yo y que vivía olvidada. Yo a veces me preguntaba por qué estaba tan amargada, nunca me pareció justo que no pudiera disfrutar del amor.

Esta película, justamente, trae el doble tabú del lesbianismo y la tercera edad…

-Dejame decirte algo, alguien me dijo alguna vez, pero usted es una vieja haciendo este papel y yo dije, sí, ¿cuál es el problema? Soy una vieja loca lesbiana y quiero morir feliz. 

¿Entonces sos lesbiana?

-No, aclaro que no lo soy. Pero lo que le quise decir es: ¿qué tiene que ver que sea vieja o lesbiana? Lo único que quiero ser es feliz. Un periodista me decía que películas sobre homosexualidad hay muchísimas, pero de personas mayores no es muy común. ¿Y por qué no me puedo animar? ¿Hay una sola edad para tener un amor? ¡No! Una, hasta el último suspiro, tiene que tratar de conseguirlo. Puede chocarte que a mi edad ame, porque no estás acostumbrada, pero estoy absolutamente segura que esto puede suceder en cualquier momento de la vida. 

¿Dudaste en aceptar el papel?

-Sí, primero dije que no. Porque yo tengo un estudio jurídico, no vivo ni del teatro ni del cine ni de nada artístico. Me dedico a la propiedad intelectual y yo dije: Dios mío, ¿qué van a pensar mis clientes? Capaz me sacan todo el trabajo. Te cuento que, contrariamente a lo pensado, tengo más clientes que antes. Pero bueno, es un poco fuerte en esta sociedad tan conservadora decir: estoy haciendo un papel de lesbiana. De hecho, la gente confunde que represento un papel con que lo sea. Yo cuento una historia basada en un hecho real, pero la gente no distingue y además te estigmatiza. Primero dije que no y el director me dijo: ¡No podés dejar de hacerlo! Y yo dije, sí, voy a hacerlo, no puedo ser tan cobarde, yo que siempre critiqué esa postura. Pero decidí cambiarme de nombre, porque en realidad me llamo Ana Patricia Abente Brun. Profesionalmente y conocida en la sociedad soy Patricia Abente. Ahora me encanta, finalmente, ser Ana Brun.