PáginaI12 En China
Desde Macao
Con sólo dos ediciones anteriores y la tercera –que culmina este viernes– todavía en curso, el International Film Festival & Awards Macao (Iffam) va intentando perfilar su identidad en un contexto muy particular. Parece difícil construir un público en una ciudad milenariamente asociada al comercio y que actualmente funciona como un gigantesco casino. Toda la economía de la Región Administrativa Especial de Macao, que hasta 1999 fue colonia portuguesa y desde entonces forma parte de la República Popular China, está determinada por la industria del juego. Y no da la impresión de que quienes vienen aquí a dejar sus yuanes o sus dólares tengan como prioridad el cine. Hay sin embargo una incipiente corriente de espectadores jóvenes, habitantes de la ciudad, a quienes el festival consigue ir atrayendo de a poco con un doble movimiento de pinzas. Por un lado, títulos recientes de la producción internacional protagonizados por grandes nombres de Hollywood y por otro una especial atención puesta en el cine oriental en general y en el chino en particular, en todas sus variantes, desde las más industriales a las más independientes.
En el primer caso, se diría que la apuesta del Festival de Macao fue arriesgada, por decir lo menos, pero no exenta de cierta coherencia. Oceáno Pacífico de por medio, trajo hasta este extremo de oriente a Nicolas Cage, que curiosamente no vive en Los Angeles sino en lo que vendría a ser indudablemente la ciudad hermana de Macao, que es ese otro gran casino del mundo llamado Las Vegas. El Iffam lo nombró “embajador” de la muestra, para que difunda su flamante existencia, pero también aprovechó de él su precoz popularidad en buena parte de China, previa a la de muchos de sus compatriotas, quizás debido a que Cage no le hace ascos a nada y filma indiscriminadamente todo tipo películas populares de género, ya sean de acción, de terror o lisa y llanamente bizarras.
Y el Festival de Macao puede dar buena cuenta de ello. El año pasado trajo Mom and Dad, de Brian Taylor, quizás una de las comedias más políticamente incorrectas del Hollywood reciente, donde Cage y su esposa en la ficción Selma Blair intentaban por todos los medios matar a sus dos hijos pequeños hijos, como parte de una inexplicable pandemia de histeria asesina que afectaba a toda una comunidad suburbana convertida súbitamente en una horda filicida. Y para no ser menos, este año el Iffam trajo Mandy, la expresión más reciente y radical de cierta estética “trash”, en la que Nicolas Cage se convierte en el feroz vengador del asesinato de su compañera a manos de una infame secta religiosa en plan Manson. Permanentemente bañado en sangre, con sus ojos desorbitados luciendo como platos en medio de un océano rojo que pareciera concebido por un Mark Rothko afectado por una sobredosis de LSD, Cage es el primer motor de esta “ópera rock” como la definió sobre el escenario su director Pan Cosmatos, que le debe tanto a la influencia del heavy metal como al imaginario de los cómics de la revista Metal Hurlant.
Por el lado asiático, la propuesta del Festival de Macao es menos agresiva pero más amplia. Dos veteranos de la llamada “Quinta generación” del cine chino tienen un lugar de privilegio en el Iffam: el presidente del jurado oficial, Chen Kaige, trajo fuera de concurso la que considera una de sus películas preferidas, Caught in the Web (2012), mientras que Zhang Yimou envía para la función de clausura del viernes su épica más reciente, Shadow.
A su vez, la novedad que introdujo este año el Festival de Macao es la creación de una sección competitiva denominada Nuevo Cine Chino, que incluye films independientes no sólo de China continental sino también de Taiwán e incluso uno de Malasia, todos ellos de reciente lanzamiento en el circuito de festivales internacionales de este año. “El cine chino independiente es verdaderamente bueno en la actualidad. Es audaz, experimental y merece mucha más exposición de la que tiene, porque sigue siendo difícil ver otras películas chinas que no sean las que dominan la taquilla”, señaló el director del Iffam, el británico Mike Goodridge, en su presentación de la sección, en la revista especializada Variety.
Es sin embargo el cine japonés el que brilla con fuerza este año en Macao, tanto desde el presente como desde el pasado. Ganador del premio Nuevos Directores del último Festival de San Sebastián, con tan solo 22 años, Hiroshi Okuyama trajo a la competencia de Macao –dedicada solamente a primeras y segundas películas– Jesús, su singular opera prima, realizada con mínimos recursos pero también con una sensibilidad muy especial, que deriva sin duda de una traumática experiencia personal del realizador, como él mismo lo aclara en los títulos finales.
La historia es mínima: un chico de Tokio de unos nueve años se muda con sus padres al interior profundo del Japón, donde vive su abuela, que acaba de enviudar, y cambia no solamente de ambiente sino también de entorno cultural. Asiste a la única escuela de la región, donde se profesa el culto católico, que el pequeño Yura no termina de comprender, al punto de que cuando llega el momento de las oraciones se imagina en su pupitre o en el púlpito del sacerdote a un Jesús en miniatura, como si fuera un juguete animado. Lo que le cuentan sobre la bondad y sabiduría de Dios será puesto brutalmente en duda cuando su único amigo en el curso sufra un serio accidente, lo que explica el título original de la película, Boku Wa Iesu-Sama Ga Kira, que significa “No me gusta Jesús” y que le hace verdadera justicia a este pequeño film de apenas 77 minutos, a la vez tierno, cómico y trágico.
Y desde el pasado llega uno de los grandes maestros del cine japonés y mundial, Yasujiro Ozu, a través de la sección Director’s Choice, en la que un puñado de cineastas contemporáneos son invitados a programar su película favorita. En el caso del estadounidense Paul Schrader, se trata de Una tarde de otoño, también conocida como El sabor del sake, que en 1962 fue la última de sus 58 películas, antes de su muerte al año siguiente, a los 60 años. Es coherente que el guionista de Taxi Driver y también el gran director de Affliction haya elegido para un festival asiático un film de Ozu, que siempre estuvo en su panteón personal y a quien le dedicó una parte de su ensayo Transcendental Style In Film (1972), dedicado a Robert Bresson, Carl Theodor Dreyer y Ozu, a quien contribuyó a difundir en Occidente. No es tan obvio sin embargo que se elija a Una tarde de otoño por sobre otros títulos más celebrados del director japonés, como Historia de Tokio, pero sucede que la película final de Ozu confirma hoy –en una impecable restauración de la productora Shochiku con toda su paleta de colores– que sigue siendo una obra maestra como las hay pocas.
Su historia y su protagonista, Chishu Ryu, tienen mucho en común con otro de sus films más celebrados, Primavera tardía (1949): la difícil decisión de una hija de no casarse para seguir cuidando de su padre viudo. Pero como un pintor que siempre encuentra variaciones dentro de su mismo tema, Ozu le da aquí un tono menos melancólico que a su film anterior: hay cierto humor en la manera en que el padre y sus amigos -durante sus rondas de sake– admiten en ellos los efectos del paso del tiempo, pero también una tristeza inherente a los cambios y a las pérdidas que signan sus existencias. Es tanta la nobleza del film que a la salida del cine la vida parece otra, mejor sin duda, y hasta una ciudad–casino como Macao parece encontrar su humanidad.