En la cuerda floja del alma humana, el amor y el crimen transforman el destino de un joven de veinte años, que consigue trabajo como secretario de un enigmático personaje, Antonio Augusto Millhouse Pascal, viejo aristócrata y una especie de “mentalista” que vive en una mansión alejada de Lisboa, llamada La Quinta del Tiempo, junto a su jardinero y mano derecha Arthur. El viejo en cuestión fue un mercenario que le vendía sus servicios a los bandos enfrentados en la guerra. Los clientes que tiene hicieron una vida similar, traicionando a diestra y siniestra. De los tres nietos del dueño que visitan la quinta, el encuentro con Camila, una joven fascinada con el funambulismo –actividad circense que consiste en hacer equilibro en una cuerda o alambre tensado—, quedará tatuado en su memoria. Las tres vidas, extraña y bella novela del escritor portugués João Tordo, publicada por primera vez al español gracias a la editorial argentina Crackup, con traducción de Constanza Penacini y Laura Cabezas, se presentó en la 32° Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL).
Tordo (Lisboa, 1975) pide disculpas a PáginaI12 por su “pobre” español. Pero no hay pobreza, sino una morosidad calculada al hablar, como si tuviera que levitar con las palabras antes de pronunciar cada frase. El escritor, que trabaja como traductor, guionista de cine y televisión y que además dicta talleres literarios y escribe crónicas, confiesa que está “agotado” y “feliz” por el ritmo que impone estar en Guadalajara. Las tres vidas, novela que publicó hace diez años y que en 2009 obtuvo el Premio Literario José Saramago, transcurre entre Lisboa, Nueva York y Londres, con un narrador que al final de la novela comprende que muchas cuestiones permanecerán “eternamente veladas” y que con el tiempo transcurrido aprendió a vivir con resignación. “A veces, claro, es imposible evitar los enigmas que me atormentan y me pongo a hablar solo, murmuro a las paredes, me pregunto por los rostros invisibles que atraviesan mi vida como relámpagos, queriendo saber, ansiando saber. Y deseo sanar mis heridas con la lógica absurda de este mundo que, a cada hora que pasa, me resulta más distante. Oigo el zumbido de los espíritus que intentan desafiarlo y comprendo la inutilidad de esta empresa”.
–El narrador de la novela, al tomar contacto por primera vez con las fichas que tiene Millhouse Pascal, dice que no le interesa averiguar la veracidad de las informaciones. ¿A usted como escritor le interesa la veracidad de la novela?
–Es una muy buena pregunta, pero muy compleja. A mí me interesa la veracidad de los personajes. El escritor japonés (Haruki) Murakami habla de los escritores como personas que no se conforman con las cosas obvias y más evidentes. Murakami se refiere a dos hombres que van al monte Fuji, un hombre que no escribe y dice que el monte es maravilloso y regresa a casa. El hombre que es escritor sube al monte y se queda en la cima porque quiere comprender la fascinación que genera ese lugar. En la escritura no creo que sea tan importante decir la verdad como el modo en que se cuenta la historia. La construcción de un mundo ficcional no pasa por la verdad de los hechos, sino por la verdad emocional. Y la verdad emocional es siempre mucho más fuerte que la verdad de los hechos. La vida no te da tantas verdades como las que encuentras en los libros.
–En un momento, cuando el narrador está revisando lo que dice una ficha, lee: “pasó gran parte de su vida convencido de que el odio era una forma competente de hacer política”. ¿El odio es hoy una forma de hacer política?
–Sí, el odio tiene su raíz en el miedo y el miedo es probablemente la emoción humana más reconocible; muchas emociones humanas brotan del odio y el miedo. La política de la extrema derecha y también la de la extrema izquierda surgen de ese odio, de esa manipulación de la gente para que siga odiando a su prójimo, a los extranjeros y a todo aquel que sea diferente. Lo que está pasando es muy serio y muchas veces cuesta entender cómo un par de payasos, como (Donald) Trump y (Jair) Bolsonaro, tienen un poder tan grande. Hay mucha gente que está controlada por dos payasos peligrosos, que saben manipular políticamente, sobre todo en las redes sociales, en Facebook y Twitter. Esto también empieza a suceder en Europa, en Hungría, en Francia, en Austria; los gobiernos se están desplazando hacia la derecha más radical. Portugal parece una especie de oasis porque tenemos un gobierno socialista, en un país que es muy democrático y que espero que se mantenga así.
–El narrador va leyendo una serie de libros, como 1984, de George Orwell; La montaña mágica, de Thomas Mann; Crimen y castigo, de Fiodor Dostoievski; La metamorfosis, de Franz Kafka, y El gran Gatsby, de F. Scott Fitzgerald, entre otros. ¿Estas novelas forman parte de su educación sentimental?
–Sí, fueron los libros con los que me formé como lector y escritor. Yo estudié filosofía en la facultad y mi tesis de final de curso fue sobre 1984 de Orwell porque me parecía que es una novela muy filosófica, sobre todo en la tercera parte, cuando Winston Smith, el protagonista, tiene conversaciones muy metafísicas con su torturador. El torturador empieza diciendo: “yo te voy a convencer de que dos más dos es cinco”. Y lo convence. Siempre me impresionó de esa novela cómo Orwell está defendiendo el socialismo al mismo tiempo que lo critica.
–“Si el pasado es alterable, entonces somos dueños del presente y del futuro”, se dice en la novela parafraseando a Orwell. ¿Qué importancia tiene la memoria en su narrativa?
–La memoria tiene mucha importancia; mis protagonistas son muy melancólicos y tienen un problema con su pasado; el pasado tiene un peso significativo en sus historias. La memoria puedes observarla desde muchas perspectivas; en esta novela es muy melancólica, pero en otros libros la memoria es vista con mucho humor, casi como si fuera una pieza cómica. La memoria falla y fracasa a toda hora. Lo que recordamos es una selección muy inteligente que nuestro cerebro hace, pero el resto lo olvidamos. ¿Adónde va lo que olvidamos? Me interesa reflexionar sobre qué pasa con esta memoria tan maleable que puede corregir el pasado.