Apenas horas después de que el colectivo Actrices Argentinas denunciara públicamente a Juan Darthes por la violación de Thelma Fardin en 2009, se viralizó en redes sociales un fragmento de la tira Soy gitano (2003) en el que Josemi Heredia, el personaje del actor y cantante, habla con Walter Barraza, interpretado por Toti Ciliberto, sobre una futura cita con la mujer que le gusta. Según su particular óptica, ella le dio a entender que “aceptaba su propuesta” aun cuando dijo exactamente lo contrario. “¿Viste cuando un ‘no’ es un ‘sí’?”, pregunta Heredia sobre el final, buscando una complicidad en su interlocutor que nunca llega. “Para mí un ‘no’ es un ‘no’”, responde tajante el otro. La industria audiovisual ha hecho unos cuantos aportes para instalar esa idea de “no es sí”. Programas como Showmatch, con los cortes de polleras en pleno prime time, o Polémica en el bar, en el que ellas cumplen pasivamente el rol de servidoras y depositarias de comentarios sexuales, son dos muestras cabales de la cosificación a la que las mujeres han sido sometidas en la pantalla local. Lo mismo ocurre con la saga Bañeros, cuya quinta entrega, estrenada unos meses atrás, fue lapidada por el público y la crítica. Pero el mundo del espectáculo siempre estuvo repleto de hombres que piensan igual que Heredia.
El acoso y hostigamiento a actrices por parte de directores, actores y productores fue una norma que recién en octubre del año pasado, cuando se realizaron las primeras denuncias contra Harvey Weinstein y el colectivo #MeToo se instaló en el ámbito artístico, empezó a tener consecuencias concretas para los victimarios. El miedo de las mujeres y la complicidad tácita de los popes de un negocio dominado por hombres convirtieron a esa conducta en una constante a lo largo de la historia del cine. De allí que el primer caso resonante date de cuando Hollywood daba sus primeros pasos como meca de la industria. El acusado fue Roscoe Arbuckle, que para 1920 era uno de las estrellas mejor pagas gracias a un contrato por un millón de dólares de aquella época. En septiembre de 1921 participó en una fiesta en un hotel de San Francisco en la que coincidió con la actriz Virgina Rappe, quien horas después apareció ensangrentada en el cuarto del actor. Murió tres días después a raíz de las heridas en la vejiga generadas por un supuesto abuso sexual con una botella de gaseosa. Arbuckle fue declarado inocente en el juicio por asesinato y cambió su nombre, pero su carrera estaba acabada. Falleció de un ataque al corazón en 1933, a los 43 años.
Por aquellos años también brillaba otro actor de prontuario robusto. Emblema del cine de aventuras, Errol Flynn fue acusado de estupro luego de que Betty Hansen, de 17 años, afirmara haber tenido sexo con él en una fiesta. El panorama se agravó cuando Peggy Satterlee, de 16, aseguró que había abusado de ella en su yate. Absuelto en ambas causas, el actor tuvo una relación con Beverly Aadland que comenzó en 1957, cuando ella tenía 15 años, y terminó con la muerte de él, en 1959. En 1988, casi treinta años después, ella rompió el silencio recordando el miedo que sintió ante ese hombre “demasiado fuerte”. “En un momento me arrancó el vestido y me llevó a una habitación. Lo que pasaba por mi cabeza era qué iba a decirle a mi madre”, confesó. Igual de mal la pasó la actriz Shirley Temple cuando, con apenas 12 años, un productor se desabrochó sus pantalones y le mostró los genitales durante una reunión en 1940.
Roman Polanski y Woody Allen son dos emblemas de la impunidad. El director de El bebé de Rosemary y El pianista, que actualmente tiene 85 años, reconoció haber tenido sexo con Samantha Geimer, una menor de 13 años, luego de haberle dado champán y sedantes durante una sesión de fotos en la casa de Jack Nicholson. La denuncia se hizo en 1977 y le costó al director poco más de 40 días de cárcel. Libre bajo fianza, huyó de Estados Unidos ante la certeza de una condena mayor. Más allá de haber forjado una sólida carrera artística en Europa, llegando incluso a ganar un Palma de Oro en Cannes y un Oscar, y a pesar de no haber vuelto a cruzar el Atlántico, los fantasmas de su pasado no han dejado de perseguirlo. En octubre de 2017, mientras se destapaba la olla del escándalo Weinstein, Renate Langer denunció a la policía suiza que el director abusó sexualmente de ella en 1972, cuando tenía 15 años. Algo similar contó en 2010 la actriz británica Charlotte Lewis. Según ella, el polaco la obligó a tener sexo cuando ella tenía 16 años.
Lo de Allen es aún peor. El neoyorquino estuvo en pareja con la actriz Mia Farrow entre 1980 y 1992. Se separaron luego de que ella le descubriera algunas fotos de su hija adoptiva, Dylan, desnuda. Farrow siempre sostuvo que Allen había abusado de Dylan cuando ésta tenía siete años, versión que la chica confirmó en 2014 enviando una carta al New York Times con los detalles del hecho. El director siempre negó las acusaciones y nunca sufrió ningún tipo de consecuencias penales. “¿Por qué Harvey Weinstein y otras celebridades acusadas han sido expulsadas de Hollywood, mientras que Allen acaba de firmar un acuerdo multimillonario con Amazon con la aprobación del ex ejecutivo Roy Price, quien luego fue acusado de acoso sexual y tuvo que renunciar?”, cuestionó Dylan en una carta abierta publicada en Los Ángeles Times el año pasado. Sin embargo, el estrepitoso fracaso comercial de la primera película con Amazon, La rueda de la maravilla, sumado a la condena generalizada del ambiente artístico, incluyendo la de varios actores y actrices que han trabajo bajo su paraguas, han puesto la carrera de Allen contra las cuerdas. Es muy probable que no llegue a filmar esas cuatro películas. Incluso que ni siquiera se estrene la segunda, que filmó poco antes del #MeToo.
Los abusos no son patrimonio exclusivo de Hollywood. La muerte del director Bernardo Bertolucci, hace dos semanas, obligó a recordar lo ocurrido durante el rodaje de la que es considerada su película más importante, Último tango en París. Allí se ve una de las escenas de sexo más famosas de la historia del cine, en la que el personaje de la actriz María Schneider es sodomizado por el de Marlon Brando. Esta escena no estaba en el guion original y fue una idea del actor. “Me la contaron antes de que tuviéramos que filmarla. Yo ya estaba muy enojada, pero Marlon me dijo: ‘No te preocupes, es sólo una película’”, recordó la actriz en 2007. Lo que no le dijeron fue que el punto culminante sería una violación con una barra de manteca. “Durante la escena, aunque lo que Brando hacía no era real, mis lágrimas sí eran reales. Me sentí humillada y, para ser honesta, un poco violada tanto por él como por Bertolucci. Ninguno me consoló ni se disculpó cuando terminamos”, agregó ella, de 19 años al momento del rodaje: “No es bueno ser famoso a esa edad. No tenía novio, era virgen. Los efectos de esta escena se terminaron notando. Bertolucci me utilizó”. En 2013, tres años después de la muerte de la actriz, el director explicó que para que la violación luciera real, era indispensable no decirle nada a Schneider: “Me siento muy, muy culpable, pero no me arrepiento de haberla filmado así”, sentenció.