Thelma tenía 16 años y trabajaba como actriz en Patito Feo, cuando en una de las giras por el exterior Juan Darthés la encerró en una habitación de hotel y en un descuido le empezó a besar el cuello mientras ella le decía que no, que la soltara, y él le dijo “mirá cómo me ponés” tocándose su pija y ella le dijo que no, que se vaya, y él la obligó a tocarlo, a agarrar con sus manos su pija, y como ella no quiso entonces la tiró contra la cama y la tocó y la violó hasta que una persona llamó a la puerta y entonces dijo basta y ella pudo escapar.
Conocí a Thelma en julio, a través de Luciana Peker. Thelma estaba preparándose para hacer la denuncia, Luciana creyó que podía acompañarla y así empezamos a tejer juntas, las tres, porque si algo aprendí del feminismo en este tiempo es que es juntas o no es. Y estar ayer con Luciana, escuchando a Thelma hablar arriba del escenario, acompañada del colectivo Actrices Argentinas, denunciando al tipo que la manoseó y la penetró sin su consentimiento, fue muy emocionante.
Y empecé a pensar en lo importante que es acompañarnos. Lo importante que son los colectivos, las agrupaciones, los movimientos de mujeres que entramadas hacen que la voz sea más fuerte y que el dolor cese, al menos por un rato. Una fuerza que empodera y que nos convence de que un abuso o una violación no nos convierte en víctimas, ni nos anula o deja huellas imborrables, sino que nos da armas: somos capaces de algo tan inmenso como es transformar una situación de violencia en un gesto colectivo, en lazos inquebrantables, en un grito al unísono que reclama por nuestros derechos cada vez que salimos a la calle; o en un libro, como en mi caso, cuando escribí “Por qué volvías cada verano” y reconstruí mi historia.
Quiero decirles algo: el caso de Thelma y el mío no son aislados. Somos millones las mujeres que alguna vez en la vida sufrimos algún tipo de violencia y somos muy pocas las que hablamos, porque sabemos a lo que nos enfrentamos, un cuestionamiento público que no se agota en preguntas sobre por qué volvías al pueblo donde vivía tu abusador, por qué seguías actuando o por qué no hablaste antes, sino que también continúa exigiendo que cumplas con los parámetros de la víctima promedio, que te pide que no sonrías, que no muestres, que no te vistas provocativa, que no cojas porque eso ya no es para vos, tu cuerpo ya fue expropiado y pertenece a otro y lo que queda es solo resto, basura para desechar.
Muchas menos somos las que denunciamos ante la justicia, porque también sabemos a lo que nos enfrenamos: una justicia que cierra puertas, que protege al macho y que nos sienta en el banquillo y nos pide explicaciones durante horas, con lujo de detalles, solo a nosotras. Y también, porque somos muy pocas las que tenemos la suerte de poder contratar un abogado, de tener un terapeuta que nos acompañe, de ir a un taller literario que abra puertas.
Y la clave está ahí: somos muchas y hoy nos tenemos. La revolución feminista será unidas o no será.
Belén López Peiró: Autora del libro Por qué volvías cada verano, de Editorial Madreselva.