El golpe llegó hasta los cimientos de la banda. Pensaron incluso que podía desencadenar el final. Hace dos años, a Los Reyes del Falsete, el trío oriundo de Adrogué que navega en esa constelación de indie-electrónica-rock-pop-lo-fi-, de voces multicolores y sonidos caleidoscópicos, les robaron sus instrumentos. El auto en el que los habían guardado apareció saqueado en la noche porteña. De un día para el otro, la sala de ensayos se convirtió en tierra arrasada. “Nos quedaba una guitarra, la batería y la computadora, nada más”, dicen ahora en un bar de Constitución. “No sabíamos qué iba a salir de ahí. Veníamos muy armaditos, con pedales, con todo. Pero nos dimos cuenta que con dos palitos teníamos una banda igual. Nos podíamos juntar con dos boludeces y las canciones aparecían”. Esas canciones que seguían encendidas le dieron vida a Guacalart, su cuarto disco, que solo estará disponible en formato digital y que presentan hoy en La Tangente (Honduras 5317).
“Guacalart es una idea que tenemos desde la época del Fotolog, cuando subíamos imágenes pixeladas, saturadas de color, horribles y hermosas: eran un ?guacalart?. En lo musical es esquivarle a todo lo que sea homogéneo, hacer un Frankenstein de sonidos”, dice Juan Martín Cianfagna, guitarrista y cantante del trío que completan los hermanos Nicolás y Tomás Corley (guitarra y batería, voces). Esa búsqueda aparece en Guacalart desde el comienzo. Un diminuto ruido de interferencia abre paso a bajos y guitarras sampleados en “La Verdat”, el tema de apertura. Un ruido que empieza a mezclarse con voces distorsionadas, power chords, teclados que se van tensando, platillos resplandecientes. Un ruido que se termina transformando en canción. A lo largo de siete temas, esa serie de conexiones distópicas y melodías contagiosas se sostienen como un mantra eléctrico. “Todo el disco tiene que ver con discutir en ese terreno en el que se juega qué es ?lo lindo?”, dice “Nica” Corley. “El disco se mueve siempre en un borde, hasta nos pusimos a rapear. Metimos un montón de sonidos e instrumentos y nos preguntábamos: ¿esto se puede hacer? De repente agarrás algo que suena mal, lo recortás, le das una nueva forma y lo que era un error se convierte en algo muy distinto”.
Ese intento de transformar su música con cada movimiento es también el motor que fue guiando a esta banda ecléctica que cuenta con tres discos –La fiesta de la forma (2009), Días Nuestros (2012) y Lo que nos junta (2016)–, que viajó por un sinfín de presentaciones que fueron desde El Tío Bizarro en Burzaco hasta el Teatro Colón, que tuvo paradas clave en el sello Melopea y en los Estudios Panda, que mantiene una intensa amistad y un profuso trabajo compartido con Litto Nebbia, y que sobrevive a base de la experimentación. “Nos pareció muy bien cuando nos dijeron, con este disco, que ya no somos los mismos, que cambiamos de piel”, dice Tomás “Tifa” Corley. “Siempre le otorgamos un valor supremo al cambiar. Es algo así como ?la búsqueda de la búsqueda?, porque no estás queriendo llegar a ningún lugar, ni responderte nada, pero siempre seguís buscando”.
–¿Con qué se encontraron en esa búsqueda de la que nació Guacalart?
Nicolás Corley: –Lo que pasó con el disco, después del robo, es que nos encontró limitados en un montón de cuestiones, y tuvimos que luchar con lo que teníamos. Pero también nos devolvió a ese espíritu de juego de los primeros discos. Es mucho más desprejuiciado, más ligero, más luminoso.
Juan Martín Cianfagna: –El disco anterior había sido recontra pensado. Tardamos mucho en hacerlo y era todo muy medido. Acá hicimos todo lo contrario. Nos pusimos una línea de entrada que era mantener la magia de la maqueta del tema, que cuando grabás “en serio” es lo que se termina enfriando. Ganás calidad de audio pero perdés la frescura, esa esencia. Este disco es el demo con muchísimas cosas encima.
–¿Por qué decidieron sacarlo solo en formato digital?
Tomás Corley: –Para nosotros se destruyó un poco lo que era el álbum. Nos dieron ganas de hacer canciones y subirlas. Tener esa constancia de contacto con la novedad, la frescura de las canciones. Cuando grabamos no tocamos, así podemos estar más activos. Tenemos el poder de subirlo cuando queremos y no cuando alguien nos quiere editar. Encima es al pedo, ya nadie compra discos. Estamos en 2018, de todos modos va a estar gratis en internet.
–¿Ya no les interesa la intención conceptual del disco?
J. M. C.: –Sí, nos gusta también lo conceptual. Pero se trata de ver cómo pueden convivir esos dos formatos. No tenés que quedarte con uno solo.
T. C.: –Este disco, por ejemplo, lo estamos sacando a fin de año, que si tenés que pensarlo en formato físico no lo podés hacer, porque tenés otras restricciones. No somos tan fríos y calculadores como para meter el disco en el freezer y sacarlo en marzo. ¿Qué hacemos durante el verano? Lo sacamos ahora en digital y nos ponemos a hacer temas nuevos.
N. C.: –Eso lo aprendimos de Litto, que nos dice “graben, háganlo rápido, no pierdan el tiempo”. Nos enseñó también que la primera toma es la mejor, que hay que mantenerse frescos.
J. M. C.: –Que la muerte te encuentre con la menor cantidad de canciones guardadas. (Risas)
–Con Litto Nebbia y su banda grabaron seis discos en menos de un año y terminaron tocando juntos en el Colón, ¿cómo vivieron esa experiencia?
T. C.: –Fuimos todos los días durante casi dos meses al estudio. Nos dio un entrenamiento que no teníamos. Ninguno de nosotros sabe leer una puta partitura. Somos autodidactas. Nadie buscó ser profesional, fuimos avanzando por algo inevitable que tiene que ver con la música. Fue cumplir un sueño que nunca habíamos tenido.
N. C.: –Y que Litto nos considere músicos fue un gran aval, nos dio mucha responsabilidad y también confianza. Nos hizo cantar mejor, aceptarnos la voz, ir más allá de lo que teníamos para dar. Con eso, uno después puede romper sus propias estructuras.
–En ese intento de romper las estructuras, ¿es posible dentro del rock o del indie salir del formato canción?
N. C.: –Es un poco lo que buscamos en este último disco. El primer tema no tiene estribillo, no tiene estrofa, es una larga línea de dos momentos y listo. Y es el tema más largo. Hay otro, “El Principio”, que tiene la forma de una montaña, que sube y baja por el mismo lugar. Está bueno romper con ese paradigma de lo que funciona, pero también estás siempre negociando, porque si no nada de eso te termina de gustar. El gusto está unido a esas intuiciones que en algún momento se tienen que completar. Y al mismo tiempo hay que romperlas, estirarlas. Ver hasta dónde pueden llegar.
T. C.: –Ahí es donde nos gusta meternos. Cada canción la vivimos como una oportunidad para volvernos locos en esa búsqueda.