Sensaciones encontradas: esa es la mejor forma de definir lo que provoca la nueva apuesta del que fuera el gran sello de la historieta estadounidense, DC Comic, en su carrera por alcanzar a su competidora Marvel, cuyas películas cada año le sacan más y más ventaja. Aquaman es el aporte más reciente al universo de la casa madre de Superman, Batman y Mujer Maravilla que, como la mayoría de los títulos dedicados a estos personajes, no termina de aprovechar el potencial de sus criaturas ni de dar con el tono adecuado para retratarlos. Aunque es cierto que por momentos lo consigue, haciendo equilibrio sobre la ligereza pop, característica que define a los superhéroes en tanto criaturas cuya identidad surge del vínculo entre la cultura popular y la cultura de consumo. Pero ocupándose de lo cinematográfico a través de una serie de herramientas tomadas de géneros como la comedia, la acción, la épica, la aventura e incluso el drama. Sin embargo otras veces se pasa de rosca y es ahí donde el artificio derrota al verosímil, llevando el asunto hasta las proximidades de la vergüenza ajena.
Aquaman es en realidad Arthur, hijo mestizo de Atlanna, reina fugitiva de la Atlántida, y un hombre. El film aprovecha la leyenda helénica del continente perdido para explotar un costado de tragedia griega. Atlanna es descubierta por los suyos y llevada de regreso al imperio submarino, dejando huérfano a Arthur. Pero antes de ser desterrada a las profundidades a casusa de su traición, la monarca envía a Vulko, un consejero real, para que eduque al chico en la cultura acuática. Arthur crecerá y utilizará sus sobrehumanos poderes anfibios para combatir el mal de la vida en la superficie, hasta que su medio hermano menor Orm, heredero del trono atlante, decida darle una lección a los humanos, a quienes considera enemigos por la forma en que contaminan los mares. Este giro eco-friendly, que por escrito suena un poco forzado, está más o menos bien resuelto en la película, aunque es apenas el disparador para la historia de fondo: el enfrentamiento entre hermanos.
Puede decirse que la elección del actor Jason Momoa es uno de los aciertos de esta adaptación. Su apariencia de rugbier neozelandés le da a Aquaman un aire salvaje que no poseía el insulso American Blond del original, creado en 1941 por el artista gráfico Paul Norris y el editor Mort Weisinger. La decisión sin embargo también puede ser analizada con desconfianza, en tanto surge del intento de endurecer a un personaje que históricamente ha sido menospreciado por su aspecto. Es que Aquaman sufrió un caso de discriminación bastante habitual (pero no muy visibilizado), en el cual por ser demasiado “rubiecito” se lo asociaba con el lado queer de la vida.
Lejos de ir contra el prejuicio, los productores no solo eligieron darle al personaje el perfil machote de Momoa, sino que reservaron el look clásico del rubio lindo para Orm, el hermanastro celoso, interpretado por Patrick Wilson. De esta forma creyeron asegurarse que la perfidia y cualquier tipo de duda sobre la sexualidad de algún personaje recaerían en el lado negativo de la película. Pero como ya dijo el especialista en superhéroes Sigmund Freud, todo aquello que intente ser reprimido reaparecerá de forma inesperada. Así Aquaman incluye una escena en la que una pandilla de Hell’s Angels se acerca a Arthur en una taberna de marineros, pero cuando parece que todo acabará en trifulca, los muchachos revelan sus verdaderas intenciones y le piden una selfie al héroe. La escena es muy efectiva y desemboca en una juerga en la que todos terminan borrachos y abrazados. Y, ya se sabe, no hay nada más queer que un grupo de grandotes musculosos vestidos de cuero, toqueteándose transpirados en un bar a media luz. Todo muy Tom of Finland.
Más allá de eso Momoa resulta adecuado para hacer de su Aquaman un tipo un poco hosco pero al mismo tiempo noble, sensible e inteligente, capaz de sacrificarse por todos como un verdadero héroe (o un Dios). Y aunque su simpatía ayuda a la película cuando recorre los carriles de la comedia o la aventura, se vuelve por completo inútil cuando esta se toma demasiado en serio a sí misma, enroscándose en las ramas del melodrama infumable. Eso por no hablar de errores de casting (Nicole Kidman luce siempre fuera de lugar en el rol de reina Atlanna) o de personajes subexplotados en beneficio de la secuela, como ocurre con Manta Negra, el gran enemigo de Aquaman.