El Gobierno yemení y los rebeldes hutíes acordaron ayer una tregua, la primera desde que comenzó la guerra que ha causado la crisis humanitaria más grave del mundo. Lejos de ser un conflicto puramente interno, en Yemen se mide el poderío regional entre Irán –que apoya a los rebeldes– y Arabia Saudita, que sostiene al gobierno de Abd Rabbo Mansur Hadi. Así, esta tregua es, en parte, fruto de la presión internacional que sufrió la monarquía de Riad después del asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi en el consulado de Estambul, dicen expertos. Tanto es así, que el Senado de Estados Unidos aprobó ayer una resolución para detener el apoyo militar que da su país a Arabia Saudita para intervenir en el país más pobre de la península arábiga.
Según se acordó ayer en Suecia, las fuerzas de ambos lados se retirarán de la estratégica ciudad de Al Hudeida, a orillas del mar Rojo. La ciudad, hasta ahora en manos de los rebeldes, pero objeto de una ofensiva de la coalición liderada por Arabia Saudita, pasará al control de las fuerzas locales. La ONU, por su parte, desempeñará un papel clave en el control tanto en Al Hudeida, como en su puerto, reveló ayer el secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres. “El compromiso de las partes mejorará las condiciones de millones de yemeníes y permitirá abrir corredores humanitarios”, afirmó el portugués.
Sin embargo, la ONU no puede controlar la zona en solitario. “Esto quiere decir que necesita apoyo, y si la ONU se va a apoyar exclusivamente en gobiernos occidentales (específicamente, Estados Unidos e Inglaterra, que son los que más han apoyado la coalición liderada por Arabia Saudita) lo que seguramente genere es desconfianza en el campo rival”, opinó Jodor Jalit, licenciado en relaciones internacionales e investigador del Instituto en Diversidad Cultural de la Universidad de Tres de Febrero, consultado por este diario. Entonces, si bien la ONU anunció que la retirada de las fuerzas se producirá en los próximos días, el ministro yemení de Exteriores, Jaled Al Yamani, dijo que el acuerdo sobre la retirada de las fuerzas es hipotético hasta que se implemente de hecho. “Asumimos que la otra parte se retirará”, afirmó el canciller. Ello demuestra la desconfianza persistente entre el gobierno y los insurgentes.
Para lograr que las partes en conflicto se sienten en la mesa de negociación, el enviado especial de la ONU para Yemen, Martin Griffiths, les había entregado una batería de propuestas sobre un marco político con vistas a la resolución del conflicto. Las dos partes intercambiaron una lista de más de 16.000 presos para estudiar un posible canje y convinieron también en facilitar la ayuda humanitaria a la ciudad de Taez, devastada por los combates. En cambio, no hubo acuerdo sobre la reapertura del aeropuerto de Saná (la capital), en manos de los rebeldes y cerrado desde hace tres años.
La guerra en Yemen comenzó a finales de 2014, cuando los hutíes se hicieron con el control de la capital, y el conflicto se generalizó en marzo de 2015 con la intervención de la coalición árabe liderada por Arabia Saudita. Hoy la situación humanitaria en Yemen es crítica: hasta 20 millones de personas están actualmente amenazadas por la hambruna.
El hecho de que dos de los países más poderosos de la región –y enemigos jurados– se hayan involucrado en el conflicto tiene dos razones principales, explicó el académico. “Primero, Yemen está situado en la frontera sur de Arabia Saudí, y un país que aspira a ser potencia regional, no va a permitir que haya desorden en su patio trasero. Al mismo tiempo, Yemen también está ubicado cerca de rutas comerciales muy importantes”, afirmó Jalit. Sobre las costas de Yemen se encuentra el estrecho de Bab al Mandeb que enlaza al mar Rojo con el océano Índico.
Arabia Saudita anunció ayer que apoyaba decididamente el acuerdo entre las partes del conflicto. “Sólo una presión militar persistente de las fuerzas armadas yemeníes y la coalición árabe obligó a los rebeldes a aceptar la propuesta de la ONU”, dijo el embajador de Arabia Saudita en Estados Unidos, Jaled bin Salmán, eludiendo la fuerte presión internacional que generó el asesinato del periodista saudita en Turquía. “El asesinato de Khashoggi le dio visibilidad a la guerra en Yemen, esa visibilidad hizo que se cuestione la vinculación de Estados Unidos y del Reino Unido con Arabia saudí, y entonces Washington y Londres pusieron presión sobre Arabia Saudí y Emiratos Árabes para que no sigan avanzando sobre Hudeida y llevarlos a una mesa de negociación”, afirmó Jalit. Aunque también hubo presiones para el patrocinador de los actores del otro lado del tablero, dijo el experto. “Las sanciones de Estados Unidos a Irán y las protestas que hubo este ultimo año en Irán también han puesto sobre Teherán alguna presión para de alguna manera mermar su apoyo a los rebeldes en Yemen”, señaló el analista argentino.
En este contexto, el Senado estadounidense aprobó una resolución para terminar con el apoyo militar que la Casa Blanca da a Arabia Saudita. A pesar de su carácter mayormente simbólico –la resolución no puede ser debatida en la Cámara Baja antes de enero y probablemente sería vetada por Trump–, con ello lanzó un fuerte mensaje al presidente estadounidense, que apoya fuertemente a la monarquía de los Al Saúd. “Hoy le decimos al despótico gobierno de Arabia Saudita que no vamos a ser parte de sus aventuras militares”, sentenció ayer el senador independiente por Vermont, Bernie Sanders. Los senadores estadounidenses aprobaron, asimismo, una resolución para condenar el asesinato de Khashoggi y para denunciar que el príncipe heredero saudita, Mohamed bin Salmán, como responsable.
Informe: Bianca Di Santi.