PáginaI12 En Francia
Desde París
La vida los llevó a militar en el mismo partido, a usar casi las mismas camisas y las mismas corbatas, a cursar los mismos estudios de historia. Lo único que no compartieron dentro del Partido Socialista fueron sus orientaciones políticas. Benoît Hamon y Manuel Valls, los dos finalistas de las primarias que los socialistas organizaron para designar al candidato que los representará en las elecciones presidenciales de 2017, son el emblema mismo de la fractura que desde hace años atraviesa al PS sin que se resuelva jamás la disyuntiva por una u otra línea: la izquierda socialista más pura, la de Hamon, o la socialdemocracia reformista de clara orientación social-liberal, la de Manuel Valls, el ex primer ministro de François Hollande. El PS francés lleva décadas enfrascado en esa controversia y usando al primer discurso, el de izquierda, para ganar elecciones y concluir luego gobernando con la segunda opción, la de Valls. Nunca, hasta ahora, ambas corrientes se habían podido enfrentar tan abiertamente en las urnas. Los dos socialismos incompatibles se juegan el próximo domingo, en la segunda y última vuelta de las primarias, no sólo el nombre de quien defenderá sus banderas en las presidenciales sino, antes que nada, su identidad.
Ningún sondeo de opinión califica al candidato socialista para la segunda vuelta de las presidenciales: sea Hamon o Valls, ambos recién aparecen en la quinta posición, detrás del representante de la derecha, François Fillon, de la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen, del social liberal y ex ministro de Economía del gabinete de Manuel Valls, Emmanuel Macron, y de Jean-Luc Mélenchon -Frente de Izquierda. La batalla entre las dos izquierdas es más una disputa por la influencia ideológica dentro del PS que una guerra por la candidatura. Las rupturas provocadas por François Hollande y el mismo Manuel Valls fueron tales que otro de los representantes del ala izquierda del PS, Arnaud Montebourg, suele decir que las primarias socialistas “son la última parada antes del desierto”.
Hasta hace unos días, dentro del PS, Benoît Hamon tenía un apodo que definía bien su posición: lo llamaban “mino” por su papel “minoritario”. Frente a él, el socialismo de corte autoritario, pedantón y autodeclarado “más moderno” parecía tener los favores de una militancia mayoritaria. La primera vuelta de las primarias demostró que no, que por más que Valls haya pasado más de dos años gobernando en muchos casos mediante decretos por fallos en su propia mayoría, insultando a la izquierda “demodé”, “anticuada” o “irrealista”, ese sector conserva todas sus peyorativas en el presente. La eterna minoría dio un paso adelante que complica los dos proyectos políticos del ex primer ministro: la candidatura presidencial y terminar de “modernizar” a la izquierda, propósito que, si no se cumple, según pronosticó Valls, la “izquierda podría desaparecer”. Todo separa a estas dos izquierdas. En un número especial de la revista Esprit dedicado al “Porvenir de la Izquierda”, esta prestigiosa publicación resumía muy bien el camino en el que se encontraba, bloqueada entre una concepción “del pasado” que consiste en poner el buque del Estado como insignia salvadora, y una posición “realista” que se parece mucho a una “pedagogía de la renuncia”. Valls promete realismo y disciplina para que la izquierda tenga crédito y denuncia a menudo las promesas imposibles de financiar, como la que planteó su rival durante la campaña por las primarias cuando el ex Ministro de Educación propuso una suerte de subsidio universal de 650 euros para cada ciudadano. Modernos y anti modernos, dicen algunos. Sólo que no todo es tan evidente. Hamon, por ejemplo, defiende la legalización del cannabis mientras que Valls promueve su prohibición.
Los dos hombres son la perfecta síntesis de todas las divisiones y polémicas que trastornan a la izquierda francesa desde hace 30 años, cuando se la dividía entre una “primera” izquierda enfrentada con la economía de mercado (Hamon) y la llamada “segunda” izquierda abierta, al contrario, a esa economía (Valls). A esta segunda corriente se la llama hoy social liberal. En la línea de esa ruptura, Hamon plantea justamente el pago de un subsidio universal de 650 euros para aliviar la obsesión por el trabajo. La medida cuesta carísima (unos 450 mil millones de euros, el equivalente a 20 puntos del PBI). Para financiarla, Hamon propone cobrarle impuestos a los robots que han reemplazado al ser humano en las tareas laborales. Por el contrario, Valls es partidario de una política voluntarista y fue hasta copiar la formula ganadora del ex presidente Nicolas Sarkozy: trabajar más, para ganar más. El ex jefe de Gobierno cree que bajando el costo de la mano de obra (menos impuestos, menos subsidios, menos cargas sobre las espaldas de las empresas) se crean empleos. Otro punto irreconciliable se sitúa en el futuro de las estrictas reglas presupuestarias europeas:uno, Hamon, promueve su renegociación: el otro, Valls, su respecto estricto. Los mismo ocurre en el campo ecológico. El abanderado del ala izquierda del PS asegura que es preciso “regular” todas las poluciones, el social liberal alega que hay que dirigirse hacia la “transición” energética. En cada tema central, que sea social, económico o medioambiental, las dos izquierdas que conviven en el Partido Socialista defienden opciones tan radicalmente diferentes que resulta un milagro que hayan podido resistir tanto tiempo en el seno de un mismo movimiento. Sus posicionamientos son moral, política y filosóficamente contrapuestos. El tema de la justicia, por ejemplo, ilustra una vez más las distancias siderales desde las que se observan: Benoît Hamon propone penas alternativas para desahogar las cárceles, a las que juzga como verdaderas “fabricas” de delincuentes. Valls se sitúa en las línea más de derecha y en vez de penas de recambio propuso construir más cárceles. Esos dos socialismos se ven la cara este domingo. El que gane dominará el partido en el futuro. Siempre y cuando sea capaz de proponer uno. Hasta el momento, sólo ha cantado la opera nostálgica con la que llega al poder para luego pegarle a la palabra “socialismo” su nuevo amigo del alma: “liberal”.