A pesar de todo su brillo clásico, infecciosamente energético, La La Land es una película de grandes contradicciones. Tensiones entre fuerzas opuestas; entre el compromiso hacia aquellos que amamos y a los propios sueños; entre el impulso de la preservación del arte y el deseo de revolucionarlo. El último de estos conflictos reside entre dos personajes de la película en particular: el pianista tradicional de jazz Sebastian (Ryan Gosling), que tiene un apego casi histérico a los viejos maestros, y su colega Keith (John Legend, músico en la vida real), que argumenta que el jazz es una forma de arte criada en el arte de pioneros y radicales. Para él, quedarse colgado del pasado es traicionar el espíritu de evolución del jazz.
Hay una interesante metacalidad en el modo en que el joven director estadounidense Damien Chazelle (32 años) se aproxima a La La Land. Resulta claro que las apasionadas discusiones entre Seb y Keith sobre el jazz son algo con lo que el realizador se siente cómodo, teniendo en cuenta que fue responsable de Whiplash, la exitosa película de 2014 que enfrentaba a un ambicioso baterista de jazz (Miles Teller) con su despiadado maestro (J. K. Simmons, quien ganó el Oscar al Actor de reparto y tiene una intervención en este film). Aun así, La La Land como expresión de un género musical parece existir en algún punto en el medio de los puntos de vista de Seb y Keith. Retornando a muchos de los temas frecuentados durante la Era Dorada de Hollywood, de las fantasías en un escenario pelado a los montajes bajo las luces de neón de la ciudad, mientras explora una relación romántica con un ritmo que se siente poderosamente moderno.
“Creo que es un intento de hacer un poquito de ambas cosas”, reflexiona Chazelle al analizar la pregunta de en qué lugar del espectro podrìa situarse a La La Land. “Tratar de volver a traer del pasado ciertas cosas que sentí que se habían perdido, y que no necesariamente debería ser así. Pero también, realmente, el principal objetivo era intentar una actualización de esas cosas. O intentás defender todo eso como algo que sigue siendo vital, con actualidad, o tratás de cambiarlo, actualizarlo, extender de otra manera esa tradición. Con lo que desde el principio para mí fue muy importante que la pelìcula no fuera una pieza de época”, dice. “Y que no fuera algo expresado enteramente en citas antiguas, que tuviera una energía moderna. Hoy hay cosas que podés hacer con la cámara, cosas que podés hacer con una expectativa moderna, que ciertamente no podías hacer en los años cincuenta. Con lo que fue divertido tomar ciertas temáticas de los musicales de esa década, pero ponerlos en una ciudad moderna y filmarlos de una manera moderna... y ver qué resulta de eso.”
Ciertamente, La La Land luce con orgullo sus influencias en el ropaje general, y los fanáticos del género reconocerán fácilmente guiños y referencias a algunos de los clásicos más grandes del género. Por ejemplo, el trabajo de Arthur Freed, el letrista que trabajó en la Metro Goldwyn Mayer para crear cosas como Un americano en París (Vincente Minnelli, 1951) y Cantando bajo la lluvia (Gene Kelly / Stanley Donen, 1952), y ayudó a darle forma a las carreras de Kelly, Frank Sinatra, Cyd Charisse y muchos otros. O, también, la respuesta francesa al boom del musical estadounidense, específicamente en el trabajo de Jacques Demy y sus admiradas Los paraguas de Cherburgo y Las señoritas de Rochefort.
Fue un momento en la historia de la cinematografía que hoy parece muy autónomo, contenido en su momento, luego de que los musicales fueran casi barridos de la pantalla en los setenta por el viraje al realismo y el nacimiento de los blockbusters. “Creo que el público realmente quiere cosas que se sienten reales”, reflexiona Chazelle. “Y desde los setenta de algún modo hemos decidido que la verosimilitud o la realidad –o una reproducción literal de la realidad– es lo que la gente quiere de las películas. De cualquier modo, creo que en el viejo Hollywood había un mayor ancho de banda que permitía, no sé, decorados obviamente pintados y gente hablando de una manera muy diferente a lo que la gente hablaba en la realidad. Y toda la vieja escuela de las estrellas de cine se dedicaba a lo suyo”, dice. “Creo que los musicales encajaban dentro de esa visión del cine de no ser tan literalmente reflectiva de la vida real. Los musicales requieren una cierta suspensión de la incredulidad, y eso ahora está de algún modo fuera de moda. No tenés menos películas sobre personas haciendo música que lo que había en los cuarenta o cincuenta, pero sí tenés menos películas en las que la gente rompe la cuarta pared o rompe la diégesis y se pone a cantar. No hay muchos que quieran acompañar ese salto”.
De hecho, aunque los musicales siguen apareciendo regularmente, encontrando su lugar en la pantalla, en su mayoría tienden a conformarse con ser fieles adaptaciones de las producciones de Broadway; quizá por eso la versión que Tom Hooper hizo en 2012 de Los Miserables se esforzó tanto en quebrar sus confines ilusorios y entregar un musical que se sintiera “real”. “Creo que mucho de eso es como un subproducto del Hollywood actual”, sostiene Chazelle. “Cualquier cosa que intente algo de originalidad encuentra dificultades para despegar. Y cuando tomás algo como el musical, que siempre resulta dudoso para quienes se encargan del financiamiento, realmente ayuda que esté basado en algo que previamente haya sido exitoso. Y algunas de esas películas son buenísimas, pero lo que se termina perdiendo es esa idea, eso que de algún modo se volvió lugar común, de la música y los musicales concebidos directamente para la pantalla. Eso es otra cosa, conduce a otro resultado, cuando son realmente concebidos al unísono. Como las películas de Jacques Demy”.
Tradicionalista en un sentido, pero modernista en otro; la búsqueda de Chazelle de una “energía moderna” del musical encuentra su momento perfecto en la balada cantada por el personaje de Emma Stone, Mia, una actriz que se encuentra ante la audición crucial de su vida, en la que finalmente se le permitirá florecer. El espectáculo usual del musical se desvanece en la oscuridad mientras la cámara queda fijada exclusivamente en Mia, y en la magnética mirada de Stone. “Es un momento en el que, de cierta manera, su personaje se convierte en ella”, dice Chazelle sobre la escena. “En audiciones anteriores, y en un montón de partes previas de la película, ella pasó mucho tiempo tratando de entender quién es, o interpretando otras partes sin siquiera darse cuenta. Con lo que ese debe ser el momento en el que todo se destila en una idea pura. Por eso las imágenes derivan de esa idea, y tratan de recordar momentos anteriores de la película en la que hicimos esta especie de gag lumínico, solo la simple idea de la sala quedándose a oscuras y todo disolviéndose hasta quedar un solo foco. Representa cierto tipo de viaje al interior de uno mismo. Con lo que pienso que la idea fue tener el número de la audición como un climax, que todo lo demás caiga y desaparezca, que uno se quede solo con ella”, explica. “Es la primera vez en la que hay un cuadro en el que ella no está en algún loco vestido en Technicolor, no está producida al viejo estilo de Hollywood y la cámara no está haciendo cosas alocadas. Hay cierta simplicidad, una textura sin barnizar que es muy importante.”
A su modo, La La Land aún busca la veracidad que ha atraído a audiencias del cine en las últimas décadas; pero es una especie de verdad emocional que aún puede convivir felizmente, lado a lado, con las fantasías nostálgicas de la película. Seb y Mia, por ejemplo, no están interpretados por experimentados performers de Broadway, con cuerdas vocales perfectamente entrenadas y años de experiencia en el baile tap, sino por dos de los más emocionalmente cercanos actores del Hollywood de hoy. “A fin de cuentas, yo quería que en la película todo se mantuviera realmente humano”, dice Chazelle. “No dejar nunca que los cuadros musicales se convirtieran en una ejecución puramente técnica de coreografías y pasos. Es algo en lo que creo que son realmente buenos, y en parte es por eso que quise actores y no bailarines o cantantes profesionales. Quería que ellos se aproximaran a las cosas como actores, que todo surgiera del personaje y de la idiosincracia de ese personaje. Nunca quise favorecer la técnica por encima de los personajes o de la historia”.
Aún así, aquí hay algo del viejo Hollywood en Emma Stone y Ryan Gosling. La La Land significa la tercera vez que la pareja se encarga del protagónico en la pantalla, después de Crazy, Stupid, Love (Glenn Ficarra / John Requa, 2011) y Fuerza Antigangster (Ruben Fleischer, 2013), esa vez imitando las apariencias de Fred Astaire y Ginger Rogers, o Katharine Hepburn y Spencer Tracy. “Me gusta mucho esa idea del viejo Hollywood de la pareja recurrente”, señala el director. “Por lo que me resultó muy divertido trabajar con Ryan y Emma, especialmente con un musical; tomar a dos personas que de algún modo ya nos resultan familiares como pareja pero ponerlas en un mundo muy poco familiar. Poco familiar para ellos y creo que para buena parte de los públicos actuales.” El director hace hincapié en ese recurso: “Ellos proveen una especie de punto de acceso porque, aun si no vimos las películas que hicieron antes, con ellos tenemos esta especie de sensación de que están hechos para ser una pareja en la pantalla. Eso es algo que ciertamente tenían las películas del viejo Hollywood; esas películas podían empezar antes que la pareja se convirtiera en pareja, y siempre tenías la sensación de que la música iba a terminar poniéndolos juntos”.
Un matrimonio armonioso entre lo viejo y lo nuevo, entre la preservación y el modernismo: La La Land es un triunfo destacable en el panorama del cine moderno. Quizá hayan transcurrido kilómetros y eras desde el apogeo de la Era Dorada de la fábrica de sueños, pero todavía hay esperanza. Con la impresionante performance de la película en la taquilla estadounidense y la aceleración que significan sus triunfos en la reciente edición de los Globos de Oro (donde el criterio de la prensa extranjera en Hollywood le dejó una cosecha de siete estatuillas) y las impactantes 14 nominaciones a los Oscar de la Academia anunciadas esta semana, quizá Chazelle está abriendo toda una nueva etapa. Y los musicales en pantalla de Hollywood finalmente estén experimentando un renacimiento.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.