Aún se movía la red del arco de Franco Armani por los cuatro golazos que nos clavó Francia en el Mundial cuando todas nuestras prótesis tecnológicas empezaron a titilar. Crueles o justicieros, geniales o decididamente idiotas, los memes de ese día, pero también del Mundial, nos hicieron pasar del llanto a la risa, de la frustración total por no ganar la Copa a ese premio consuelo de baja fidelidad pero alta efectividad que son los memes mismos.
Si bien el término parece provenir de memez –que significa “tontería, simpleza”–, esta suerte de grafiti de esta era de ventanas sonoras, links y fake news institucionalizadas se hace el tonto o el loco pero para decir una verdad, aunque sea tan relativa como efímera. Según Wikipedia, este término se usa para describir “ideas, conceptos, situaciones, expresiones o pensamientos manifestados en cualquier tipo de medio virtual, cómic, video, audio, textos, imágenes y todo tipo de construcción multimedia que se replica mediante internet de persona a persona hasta alcanzar una amplia difusión”. La naturaleza propia de la web, basada en la premisa de compartir información, ha contribuido a la difusión de los memes, una expresión que desafía cualquier tipo de patrimonio cultural, nacional o de copyright.
El término tiene su origen en el concepto concebido por el zoólogo y científico Ricard Dawkins en su libro El gen egoísta (1976), donde expone la hipótesis memética de la transmisión cultural. Según este autor, que luego lo describió como “un secuestro de la idea original”, el meme es la unidad mínima de información que se puede transmitir. Para Dawkins, los memes conforman la base mental de nuestra cultura, como los genes conforman la primera base de nuestra vida. Los memes son, de alguna manera, el lenguaje y el medio de expresión que desde el 2000 hasta ahora usan los habitantes de ese “accidente de los accidentes” que, según Paul Virilio, es internet. Y como tal, su estética es accidentada, deteriorada, fantasmal: sólo la tecnología digital podía producir una imagen tan deteriorada desde el inicio.
Pero, ¿quién hace los memes? ¿Qué valor tiene esta explosiva irrupción de imágenes tan pobres en su calidad técnica como ricas en significados? Para el periodista especializado en cultura pop Hernán Panessi, los memes son “la mejor manera que encontró la modernidad de sintetizar un montón de estados de ánimo, sentimientos o estados de situación, acciones o devenires”. Y asegura: “Los memes no tienen autoría, son ‘de internet’. Son de todos, por eso es que no se firman. Es una característica muy increíble que tienen y que los hace universales”.
Natalia Drago, de Srta. Trueno Negro, los ve como un fenómeno: “Acorde a la dinámica ansiosa y depresiva que el sistema exige, el tráfico de información se mueve en forma de meme. En estos tiempos, cuando todo tiene que ver con todo y lo personal es político, el meme es la forma más esencial para que, a través de una lógica determinada, se puedan aplicar de infinitas formas distintas ideas”, señala la cantante y guitarrista. “A través del humor y de la ironía, el meme es la forma más directa y entradora de inculcar una idea o una forma de pensar, una queja o una exigencia”, dice Drago, quien admite estar haciendo una tesis sobre los memes.
Su colega Reno, músico, productor y camionero, también es un vehemente consumidor y productor de memes: “Son la última alternativa para generar algún tipo de evento colectivo de conocimiento común, libre de culpa o ‘policía’ de la moral”, analiza y no duda en considerarlos “una forma de vida”. Para él, la frase “una imagen vale más que mil palabras” acá se convierte en “una imagen vale más que mil explicaciones”. Además, Reno asegura: “Capaz que se tiene que pedir perdón por una frase errada, pero el meme no se mancha”. Y lo dice fascinado por la impunidad moral de una práctica que tiene algo de adictiva.
Desde su exilio en Dolores, donde acaba de terminar Muy turbio para morir, un nuevo EP cuyo imaginario se nutre de estas fantasmales expresiones, el músico analiza: “Con un meme, una imagen que iconicamente significa una cosa pasa a tener otro significado totalmente distinto y que genera tantas definiciones y contenidos que se vuelven un laberinto de posibilidades”.
Aunque no se refiera específicamente a los memes, el fundamental ensayo Los condenados de la pantalla, de la cineasta y artista Hito Steyerl y publicado acá por Caja Negra, da una clave para entender la sustancia de este tipo de fenómenos. En uno de los textos, titulado “En defensa de la imagen pobre”, esta alemana de origen japonés señala que, siempre más o menos pixeladas, alejadas del brillo y el impacto de la alta resolución, estas “imágenes pobres” son siempre imágenes populares que pueden ser hechas por muchas personas y que crean una historia compartida: subidas, descargadas, compartidas, reformateadas y reeditadas, son siempre copias en movimiento.
“La imagen pobre tiene mala calidad y resolución subestándar, y se deteriora al acelerarla. Es el fantasma de una imagen, una miniatura, una idea errante en distribución gratuita, viajando a presión en lentas conexiones digitales comprimidas, reproducida, ripeada, remezclada, copiada y pegada en otros canales de distribución”, dice Steyerl. Y señala que “las imágenes pobres son los ‘condenados de la pantalla’ contemporáneos, el detrito de la producción audiovisual, la basura arrojada a las playas de las economías digitales”. La paradoja de esta baja calidad es que la imagen pobre del meme tiende a la abstracción: “Es una idea visual en su propio devenir”.
Pero aunque sean populares y accesibles “a cualquiera”, la clave del éxito y la capacidad visual de cada meme proviene de cierta capacidad para sintetizar contenidos en formato meme. Subraya Panessi: “Cuanto más metalenguaje tenga un meme es también más disfrutable. Tiene esa particularidad de que tiene que ser comprensible inmeditamente pero también tiene un metalenguaje. El de Drake son solo dos poses en las que el chabon dice ‘Esto sí’ o ‘Esto no’, pero hay cientos de versiones. Lo mismo con el del novio distraído o el del cerebro expandido. En cuanto más niveles funcione, más gracioso. Además es saludable que el meme sirva para la comedia: hay memes que te salvan la vida o el día cuando estás mal. Creo que es algo que nos interpela a todos los que estamos en internet, y me parece una herramienta espectacular”.
Mileth Iman, bajista de Srta. Trueno Negro, es además artista plástica y DJ, y describe sus sets como memeros. “Ser memera es un orgullo. Para mí los memes son una forma de vida y yo me autoproclamo memera o digo que tengo una existencia memera, en el sentido de que me gusta tener una vida que ofenda lo que existe. Hacer memes está buenísimo porque es una forma de decir una verdad de una manera que tenga humor y que haga sentir a todos zarpados o incómodos. Es una manera de decir algo terrible pero de un modo en el que las personas lo puedan captar, lo puedan revisar y se puedan reír de su propia mierda.”
La cruda y berreta (ir)realidad virtal y una virtualidad real en la que los fantasmas pueden realmente asustar conviven en una práctica decididamente cualquierista. Panessi: “Me gusta que es algo bien de internet porque no proviene ni de la pintura ni del cine. Soy muy fanático de los memes, comparto mucho o incluso en mi programa de radio #FAN hacemos memes o los robamos. Son muy robables porque no van firmados y no conocemos a sus autores”, admite sin culpa.
Para Iman, los memes develan “un montón de contradicciones y reacciones humanas”. A veces, incluso, la bajista flashea que “es como un nuevo arte” y lo compara con lo que le pasó a la imagen fija cuando apareció el cine: “Todos se quedaron de cara porque era algo que traía nuevas posibilidades. El meme plantea una nueva posibilidad de hacer arte de otra manera, pero no sólo arte sino también filosofía o política. Para mí es un arte superior: en un mundo de copyright, en el que todo es capitalismo y propiedad privada, generar contenido, lanzarlo al mundo de esa manera y que no tenga autoría es algo revolucionario”.
Revolución cualquierista hecha con la basura de un imaginario virtual; contradictorios, narcisistas y proclives a mezclar lo obvio y lo extraordinario, los memes están para quedarse. Revisá mejor esos memes antes de borrarlos, que seguro puedas reenviárselos a alguien o, por qué no, retrucar con tu propio meme. “Hace rato que me siento a hacer memes como en otro momento me sentaba a escribir sobre lo que se me venía a la cabeza”, reconoce Iman. “Ahora con mis amigas o sola me pongo a hacer memes: me parece una forma bastante inteligente de decir una verdad aterradora”.