Esa noche primaveral en Madrid Julio Gallego Soto estaba a punto de acostarse a dormir cuando golpearon a la puerta de su habitación en el hotel Plaza. Era un cura que le traía un mensaje de Juan Domingo Perón. Le pedía que fuera ya, junto al emisario, a su casa de Nalvalmanzano 6, en Puerta de Hierro.
La intriga por la urgencia de la reunión creció aún más para Gallego Soto cuando el cura le pidió poco antes de llegar que se acostara en el piso del auto para que los guardias de seguridad no lo vieran.
Cuando entró a la casona de tres plantas lo recibió Perón y lo llevó a una sala donde estaban hablando algunas personas con acento cubano. Al ser presentado por el General, vio con incredulidad que desde las sombras aparecía el mismísimo Ernesto “Che” Guevara vestido como un fraile capuchino.
Hacía 21 años que Gallego Soto era uno de los hombres más cercanos a Perón y sin dudas el de más bajo perfil. Manejaba varios de los negocios que le permitían a Perón vivir y desarrollar su actividad política en el exilio.
Había nacido el 3 de noviembre de 1915 en Bermillo de Sayago, un pueblito de Zamora, que por entonces tenía la misma cantidad de habitantes que hoy; menos de 500. En una de las grandes oleadas de inmigración española a la Argentina, la de la década del 20, llegó al país con sus padres, a quienes les fue muy bien en el negocio de importar telas de Inglaterra.
El joven empresario, amigo de Raúl Scalabrini Ortiz y Arturo Jauretche, se acercó a Perón en 1943 cuando tenía 27 años. En la mítica Secretaría de Trabajo y Previsión fueron construyendo una relación de confianza que nunca más se rompió. Eso explica en parte que Perón le pidiera esa noche de fines de marzo o principios de abril de 1964 en Madrid, adelante del Che, que se encargara de administrar “los fondos de la liberación”. Ese dinero financiaría la enorme movida política del regreso de Perón a la Argentina y el aporte de hombres del peronismo al minúsculo grupo guerrillero que había instalado, por órdenes del Che, el periodista argentino Jorge Masetti en la selva salteña cerca de Orán. Ninguno de los dos objetivos pudo cumplirse. Sin que el Che lo supiera, en esos mismos días sus guerrilleros eran muertos o detenidos en Salta y a Masetti se lo vio por última vez el 21 de abril y nunca se encontró su cuerpo. Y el 2 de diciembre de ese año, al hacer una escala en Río de Janeiro, el gobierno de Brasil, por pedido del presidente Arturo Illia, impidió a Perón seguir vuelo hacia la Argentina y lo obligó a regresar a España.
Esa reunión entre Perón y el Che la reveló, luego de una investigación que le llevó años, el periodista Rogelio García Lupo en su libro Ultimas noticias de Fidel Castro y el Che, publicado por editorial Vergara en 2007. Al parecer no fue la única. El biógrafo oficial de Perón, Enrique Pavón Pereyra, aseguró haber sido testigo de una segunda reunión en septiembre de 1966.
El hijo de Gallego Soto, Víctor, recuerda que su padre le contó aquella reunión entre Perón y el Che mientras compartían un viaje a Córdoba en auto en 1972 o 1973. “Como yo tenía menos de 18 años, sinceramente la impresión que me produjo entonces fue menor que ahora”, le contó a García Lupo.
Según García Lupo, Gallego Soto tenía a su cargo “las operaciones confidenciales de mayor riesgo. Conocía las cuentas numeradas de los bancos de Nueva York, Barcelona, Montevideo y París, donde era mayor la discreción, y también podía reconstruir de memoria la historia de los contradocumentos y las transferencias de fondos que respaldaban los pactos políticos del jefe del justicialismo”.
Y no solo eso. Todos conocían el nexo entre el delegado personal de Perón, John William Cooke, y Fidel Castro. Más reservado era el vínculo del ex canciller Jerónimo Remorino con los cubanos. Pero en 1964 Gallego Soto comenzó a tener un rol importante y silencioso en esa relación.
Por un lado, pasó a ser la contraparte de Jorge “Papito” Serguera, embajador cubano en Argelia, que era el contacto entre el Che y Perón (Serguera cuenta en su libro Caminos del Che tres encuentros que tuvo con Perón en Madrid para transmitirle mensajes de Guevara).
Pero los hilos que llevaba Gallego Soto también comunicaban a Fidel Castro con Perón. Del anecdotario de esa relación entre Perón y Castro quedan perlas, como cuando Fidel, siendo estudiante de derecho, durante el primer peronismo, iba a buscar dinero que la embajada argentina en La Habana le aportaba para su actividad política, o que en Estados Unidos lo tuvieran fichado como “joven agitador peronista nacido en Cuba” o que en los ‘60 le diera a Perón –a través de Gallego Soto– la franquicia para vender los habanos cubanos en Europa.
Gallego Soto hizo innumerables viajes junto a Perón o en nombre de Perón, siempre como una sombra borrosa, aunque algunas fotos quedan como testimonio, acompañándolo en China y Chile, por ejemplo. Se lo recuerda como un hombre noble que arriesgó su fortuna y su bienestar por sus ideales de justicia social y por Perón. Tuvo la satisfacción de ver el regreso definitivo del General en 1973 y sufrió con su muerte en 1974.
Ese casi anonimato que se había propuesto y que Perón valoraba como un secreto bien guardado, quizás conspiró para evitar ser una víctima de la dictadura. En 1955 se había exiliado con su familia a Montevideo, pero en 1976 se quedó en Buenos Aires. Un peronista de Perón, cómo él, fue sospechado de tener vínculos con el ERP y el 7 de julio de 1977, a los 61 años, lo secuestraron, lo torturaron y lo desaparecieron.
“En la documentación entre el general Perón y mi padre, noto que hay distintas comunicaciones que me hacen inferir máxima confianza”, dijo su hijo a PáginaI12 hace seis años en una nota de Alejandra Dandan en ocasión de comienzo del juicio por la desaparición de su padre.
Gallego Soto ocupó cargos menores cuando era muy joven (interventor en Tres Arroyos y asesor de los ministros Ramón Carrillo y Miguel Miranda) pero los historiadores del peronismo lo ubican como una figura central en la resistencia de los ‘60. Aun así, al hombre invisible de Perón, de tan invisible, todavía no se lo puede ver en el altar de los próceres peronistas.