Belén López Peiró es periodista y tiene la misma edad que Thelma Fardin. Para la actriz, conocerla y leer su libro Por qué volvías cada verano, donde cuenta los abusos sexuales que sufrió en su adolescencia, por parte de un tío, fue un apoyo importante –entre otros que recibió en estos meses– para poder hacer pública la denuncia por violación contra Juan Darthes. El nexo entre ambas fue la periodista de PáginaI12 Luciana Peker, que viene acompañando desde su escucha contenedora y empática a sobrevivientes de violencias machistas. En una entrevista con este diario, López Peiró contó sobre ese vínculo y sobre su propia historia. “Cuando estaba por denunciar, me hubiese allanado mucho el camino tener otra mujer al lado que me contara lo que vivió en una situación similar, y no la encontré porque somos muy pocas las que denunciamos. Y menos las que nos animamos a hablar. Por eso, que Thelma supiera que alguien más lo había hecho y había seguido su vida, a pesar de lo que había pasado, es una forma también de alivianar el peso”, dijo López Peiró.
Por que volvías... (Madreselva, 2018) es una novela polifónica. A través de distintas voces, López Peiró va construyendo el relato de los abusos padecidos entre los 13 y los 16 años, en manos del esposo de la hermana de su madre, un comisario de la localidad bonaerense de Santa Lucía.
–¿Qué te pasó cuando escuchaste que para Thelma fue importante tu libro?
–Luciana Peker nos conectó hace varios meses atrás. Charlamos y ella me dijo que había leído el libro. Y en conjunto con otras cosas, como el testimonio de las otras mujeres que lo habían denunciado a Darthes, le dio el impulso para dar ese paso tan importante de poder hacerlo público. Y más allá de la denuncia, apropiarse de la causa. Al escucharla vi un poco un reflejo, pero también una gran diferencia entre las dos historias. Me alegré mucho de que Thelma esté acompañada de esa manera, por un montón de actrices. A mí me pasó, que los primeros pasos, en el 2014, los di sola: hablar con mi familia, hacer la denuncia. Recién un tiempo después, cuando empecé un taller de escritura con Gabriela Cabezón Cámara, y en una charla en la Feria del Libro conocí a Marta Dillon y a Luciana Peker, y me fui acercando a NiUnaMenos, sentí que mi voz se fue haciendo más colectiva. Lo que sentí el martes fue eso. No era solo una voz pidiendo justicia, sino un coro de voces, donde el dolor se vuelve más liviano y la voz, más fuerte.
–¿Cómo fue el proceso de escribir un libro sobre un tema tan doloroso?
–Empecé hace tres años el taller de Gabriela. Iba más que nada a divertirme, a jugar, a hacer ficción. Más o menos al finalizar el primera año llegó una propuesta de Abuelas de Plaza de Mayo, que llamaba a escritores inéditos a escribir una antología para jóvenes de lo que para ellos significaba la palabra identidad. Llegué a mi casa, me senté a escribir y lo primero que hice cuando pensé mi identidad fue relatar una de las situaciones de abuso. Esa fue en primera persona. Pero después me salían voces. No me salió seguir relatando en primera persona mi historia. Me salió la voz de mi tía, después la de mi tío, el victimario, de la abogada, del fiscal, de la psicóloga, la ginecóloga. Me salieron voces, que fui derramando y que sentía que no tenían coherencia. Se las llevé a Gaby y me dijo: “dejá todo lo que estás haciendo y escribí esto”. Fueron entre tres y seis meses. Todas las semanas llevaba un montón de voces. Y me di cuenta de que todas contaban una misma historia, que era la mía. Y que reflejaban ese mismo contexto que hace posible el abuso. Dejarlo de lado implica que jamás podamos entender por qué una mujer no habla, porque espera dos, cinco, veinte años o toda su vida y no habla, porque el cuestionamiento. La primera pregunta que me hicieron fue... ¿y entonces por qué volvías a Santa Lucía si te abusaban? Siempre lo primero es culpabilizar a las víctimas y de hecho en el libro hay algo que cuestiono mucho y que son esos conceptos de víctima o victimario, que fueron asignados por la justicia y nosotras nos apropiamos, y en verdad, lo que hay que hacer es correrlos. Por supuesto, siempre hay un primer momento en que es necesario reconocerse víctimas, decir “yo viví esta situación” pero después hay que correrse porque si no la palabra “víctima” te genera una identificación en la que siempre sos víctima de un otro. Te anula. Ya viene el tipo y te expropia de tu cuerpo, te expropia de vos misma y con la palabra víctima implica toda una serie de comportamientos que vos tenés que cumplir para ser víctima. Si vos hablás, si vivís, si te desarrollás libremente, te empiezan a cuestionar.
–No podés ser feliz porque dicen que, entonces, mentiste...
–Lo primero que te dicen es “te cagaron la vida”. Y vos te la creés. Y la realidad es que no es así. Y ahí va otro paso, en el que me ayudaron Gaby y otras escritoras: a darme cuenta que al contrario, que era una llave, que me permitía transformar a mí una situación de violencia en una obra, ya sea la tapa del libro que es una pintura mía, que hice cuando tenía 14 o 15 años o en un texto.
–Fuiste abusada entre los 13 y los 16 años. ¿Cuándo lo pudiste contar?
–Alrededor de los 21 o 22 años.
–¿Cómo reaccionó tu familia?
–Mi familia más íntima, mi mamá, mi papá, mi hermano, me apoyaron incondicionalmente desde el primer día. Del resto, fueron muy pocos los que dijeron hasta acá llegamos. Los demás siguieron tapándolo, cubriéndolo, haciendo como si nada pasaba.
–¿Qué fue lo que te movilizó o te permitió poner esos abusos sexuales en palabras?
–Fue a través de la pregunta de la pareja de mi mamá, que no es mi papá, que es psiquiatra, en una cena, creo que era. El observó un comportamiento extraño en mi tío hacia mí. Y se lo planteó a mi mamá. Ella me lo preguntó a mí. Yo jamás imaginaba esa pregunta, jamás me había imaginado hablar. Me sorprendió mucho, pero a la vez fue el puntapié porque pude reconocer que algo me había pasado. Y de a poco, primero lo fui haciendo consciente porque es todo un laburo reconocerse, empezar a recordar los momentos, a trabajarlos, a tratarlos en terapia, en grupos con amigas. Fue toda una reconstrucción que después fue libro, pero empezó años atrás.
–¿Qué dijo tu tía, la esposa del victimario?
–Me dijo la pregunta que le da título al libro. Lo primero que hizo fue cuestionarme, que por qué volvía cada verano, por qué le hacía esto a la familia, por qué quería destruir a la familia. De alguna manera, yo entendía más esa posición de su hija, mi prima, porque él era su padre. El tema es que mi tío es el buen hombre, el buen macho de la familia, el que ayuda, el que es incondicional, el que tiene poder en el pueblo porque es comisario. Esa figura hace que se vuelva incuestionable. Claramente, para mí, siendo tan chica, viviendo en la ciudad, era mucho más fácil tapar, ocultar, seguir viviendo en esa comodidad, que hacer algo al respecto. Que es un poco lo mismo que se da en todas las situaciones. En el caso de Thelma y en mi caso particular también, tuve herramientas que no tienen un montón de mujeres: mis padres y mi hermano que me creyeron desde el primer momento –que no siempre pasa–, la posibilidad de hacer terapia, grupos, de pagarme un taller de escritura y de poder tener voz. Y hoy Thelma puede ser escuchada, por otra parte, por el lugar que tiene en la sociedad. Entonces, es fundamental, que tanto ella como yo, y otras mujeres que puedan hablar del tema, salgan a la calle y hablen. Es importantísimo. Esta unión, que gestionó y promovió Luciana es valiosísima. Me pasó muchas veces que me escribieran y me dijeran que leyeron el libro y a partir de eso pudieron hablar con su mamá, con su hija... eso es lo importante. Y tenemos que ser cada vez más las mujeres dispuestas a escuchar. Yo todavía no tuve hijas o hijos, pero a las madres y padres les digo que estén atentos. Una de las cosas que me dijo mi ginecóloga de la adolescencia cuando volví a verla, cuando ya era adulta, fue gracias por venir a decirme esto, porque quizás el día de mañana tenga más cuidado con mis pacientes y no me crea de primera que fue un accidente con la bicicleta si hay un desgarro vaginal.
–¿Qué pasó en la Justicia?
–Presenté la denuncia en 2014 y sigue en proceso. Mi tío está libre, en su casa, ya jubilado. La causa ya fue elevada a juicio oral y estoy esperando que se fije la fecha.
–¿Qué te dejó denunciar, hablar, escribir sobre los abusos?
–Alivio. Reconstruir parte de mi historia. Conocer otras voces, y darme más valor. Y ayudar. Hoy por hoy es lo que me hace más feliz: saber que el libro sirve y es una herramienta para otras mujeres.