El prolífico sello local Baltasara Editora cierra el año con dos libros que abordan desde diversos lugares, en todos los sentidos de la palabra "lugares", algunas posibles conexiones entre ciencia y literatura, o viceversa.
Este viernes, a las 18:30, la editorial presenta en Paradoxa Libros (Mendoza 923) la primera edición argentina y en su lengua original (castellano) de la novela Pasajes, de Mariana Graciano.
Nacida en Rosario en 1982, Mariana Graciano estudió en la UBA y reside desde 2010 en Nueva York, donde trabaja en la universidad municipal. Tiene un libro de cuentos premiado y publicado en Madrid: La visita (2013). Pasajes se publicó primero en inglés por el sello estadounidense Chatos Inhumanos, en traducción de Sarah Pollack.
Todos estos desplazamientos (de país, de lengua) marcan profundamente el texto de Graciano, que está construido como fragmentos mezclados de un diario íntimo y al que su editora Liliana Ruiz sitúa en el vasto corpus de las "literaturas migrantes". La novela se trata de una toxina que produce alteraciones en la percepción del espacio y el tiempo, o bien revela la realidad oculta del espacio-tiempo mismo; esto puede leerse como alegoría o metáfora del éxodo de su protagonista, que parece tener mucho en común con su autora.
No todo: la autora ficticia del diario, a quien la escritora rosarina le presta sus experiencias, es una investigadora en biología. La dislocación efecto del exilio (¿o de una toxina, o de qué?) se expresa en una prosa de una poesía desquiciada y se anuncia en la tapa de la edición argentina con un mapa donde se mezclan las calles de Nueva York y las de Buenos Aires. La de la edición estadounidense, acuarela fantástica de una mujercita azul que viaja por un laberinto de crisoles de alquimista, enfatiza otro aspecto: el diálogo entre disciplinas.
Pasajes pertenece al género de la ficción especulativa, campo que reformula y amplía los límites de lo que antes se llamaba "ciencia ficción". En este caso, al uso de un género literario menor y a la incrustación de pasajes científicos en el relato (recursos de los que se valieron popes de la Sci Fi como Úrsula K. LeGuin) les suma Graciano el bilingüismo, unos gráficos hechos a mano y la novedad de suprimir los números de página (en ambas ediciones) para indicar que los papeles se mezclaron. El caos y el azar, conceptos relevantes en la ciencia actual, cobran así forma artística a través de la materialidad del libro en aspectos que se tenían por extraliterarios, como el paginado, las viñetas y el código idiomático. Esto suma valor a la hibridación entre órdenes del discurso, y a la incertidumbre que experimenta la narradora protagonista ante su propia experiencia.
La ciencia ficción tuvo su auge en el siglo veinte, cuando avanzó de la mano de la expansión de ese otro género de la literatura, no reconocido como literario por la crítica, que fue y es la divulgación científica. De esto, de incertidumbre (o ambigüedad) y también de metáforas o alegorías escribe el reconocido poeta Osvaldo Picardo (Mar del Plata, 1955) en su ensayo Colgados del lenguaje. Poesía en las ciencias, también publicado recientemente por Baltasara Editora.
Editor de la revista La Pecera y de publicaciones universitarias, autor de varios libros de poesía, crítica y ensayo, Osvaldo Picardo es una de las figuras destacadas (junto con Liliana Lukin, María Teresa Andruetto, Joaquín Gianuzzi, Roberto Malatesta, Alejandro Schmidt, Javier Foguet y otros) de la "poesía de pensamiento" que se cultivó en Argentina a partir de la post dictadura y que reconoce sus precursores en T. S. Eliot, Jorge Luis Borges y Macedonio Fernández.
"Diré apenas que el punto en cuestión consiste en la duda (filosófica más que metodológica) de si existen los objetos atómicos (es decir las cosas, todo lo real) con independencia de los instrumentos y las observaciones humanas", apunta Picardo en uno de los ensayos breves reunidos en el libro a modo de capítulos (a veces algo reiterativos).
La lectura de Pasajes revela esa pregunta. ¿Está desorientada la diarista, o es el mundo una "superficie no orientable"? ¿Han dejado de suceder hechos, o el cerebro de la observadora ya no puede "producir memoria nueva"?
En un pasaje en inglés no traducido de la novela, la asistente que ha mezclado los papeles se compara con un pez en una pecera. Nadando en círculos, se encuentra siempre con el mismo castillo de fantasía y se asombra en cada vuelta como si se lo encontrara por primera vez: "Oh, a castle! Oh, a castle!". Esa metáfora sintetiza la discontinuidad entre sujeto y objeto que es el meollo mismo de la perplejidad, origen de la ciencia.
Señala Picardo la relativa novedad de la palabra "científico": es de mediados del siglo XIX. Hasta entonces, los científicos se llamaban "filósofos". Un aparato erudito de lecturas le permite al poeta polemizar con sus pares del Romanticismo, quienes acusaban a Isaac Newton de "deshilachar el arco iris". La belleza de la naturaleza no se ha perdido, sostiene, ni tampoco la del discurso: un bidireccional tráfico de metáforas circula entre la ciencia y la poesía. Ese tráfico nutre Pasajes. Picardo elude sin embargo la verdadera naturaleza del objeto perdido. Podrá haber belleza en las galaxias y corales, pero eso es un magro consuelo. Hoy es el Gran Arquitecto, primer espectador de su propia creación (en quien Newton creía, como toda su época), el gran ausente de las representaciones occidentales del mundo.