“¿Y ahora qué?”, podrá preguntarse Andrés Ciro Martínez en su descanso. El hombre acaba de cumplir el máximo objetivo de su segundo nacimiento. Cuando termine de desmigajar qué pasó, qué le gustó y qué podría haber salido mejor, cuando hayan volado los cheques y consigo las hormonas de una noche templada, el cantante tendrá que crear un nuevo horizonte. A casi diez años de la mojada jornada de mayo que vio a Los Piojos tocar por última vez en la cancha de River, su frontman retornó al mismo punto al mando de Ciro y Los Persas, su proyecto solista que, meses después de aquella separación, arrancó con una sola meta: presentarse nuevamente en ese lugar. Así lo reveló anoche, cuando se convirtió en el primer artista argentino en hacerlo con dos proyectos diferentes. Recordó entonces una charla que tuvo con el guitarrista Juan Gigena Ábalos, primer miembro real de Los Persas: “Después de esa noche y toda esa historia maravillosa, me junté con él –dijo–. Me preguntó cuál era mi idea, si ensayar, si armar algunas fechas… y yo le dije: ‘Tocar en River’. Gracias por estar hoy acá, a pesar de la crisis y de lo difícil que es comprar una entrada”.
Ciro conoce muy bien los códigos del rock de estadios y su necesidad permanente de entretenimiento. Su popularidad se reconstruyó en torno a esa idea, que lo llevó a realizar una ambiciosa convocatoria en época de vacas flacas. Así fue que, más de una hora después de lo prometido, desprolijidades mediante, “Banda de garage” plantó la semilla con un claro axioma iniciático escrito en Espejos, su trabajo debut de 2010: “Sabe adónde va, sabe de dónde es”, tronó sobre la pasarela, a metros de los músicos.
Añejos rituales encapsulados vistieron al público con sus banderas de palo, un tres tiros que reventó en el aire y un puñado de cantitos populares sin la fuerza de aquella juventud alejada que los llevó hasta allí anoche. “Desde lejos no se ve” plantó la cepa puramente piojosa, de gran peso a lo largo de todo el show, hasta llegar a catorce versiones. Viejos clásicos como “Ay ay ay” –dedicada al fallecido guitarrista “Tavo” Kupinsky–, “Tan solo” o “Pistolas” –cantado a dúo con su hijo menor, que incluyó un fragmento de “She don’t give a fo”, de Duki–, más otros no tan viejos como “Canción de cuna” o “Fantasma”. En modo trovador jaggeriano, Ciro manejó una vez más la situación como un maestro de ceremonias personalista. El grupo siempre lo acompaña, ahora enriquecido por una sección de vientos, sostén de canciones como “Juira”, y el excelente trabajo vocal de Julieta Rada en “Por cel”, que pusieron más colores en la paleta y esquivaron el amesetamiento.
La excusa formal era la presentación de Naranja Persa 2, lanzado en abril de este año como complemento del disco editado en 2016. Pero el concierto no hurgó en la noción novedosa, más bien planteó una indiferenciación entre presente y pasado, al punto de lograr una masa uniforme, digerible y bien guionada. Desde la perspectiva de género actual con “Dale darling”, hasta el relato social crudo de “Dientes de cordero”, pasando por “El país de los infinitos comienzos” descrito en “Prometeo”. Como uno de los referentes activos del rock que marcó la década del ‘90 en la Argentina, Ciro logró así hacer de su historia personal la de muchos de los que estaban ahí, que advierte cómo tanto cambia y tanto se repite.
La invocación a Los Piojos, ese arcón sacro de adolescencia para muchos de los miles que se juntaron este sábado en River, no fue una sorpresa, sino una promesa. Las tres bandas soporte estuvieron atadas a ese legado, con Chucky de Ípola, tecladista de la última década, La Que Faltaba, liderada por Miguel Ángel Rodríguez, y La Chilinga, compañía de percusión fundada por Daniel Buira. Con aquellos ex compañeros sobre las tablas, las expectativas por una pseudo reunión fueron superadas, con más de una decena de piezas compartidas, incluida “Fijate”, cantada por Rodríguez.
Para la primera tanda de bises, la imagen ya no fue la de Ciro cortándose solo por la pasarela. Ahora todo el grupo se amuchó en el extremo, como si de un club nocturno se tratara, o una nueva invocación a los orígenes. Recuerdos del primer disco persa con “Antes y después” y “Servidor”, más la invitación a saltar con “Como Alí” y “Morella”, y una improvisación de toque rythm & blues al estilo stone. A fuerza de más bises, ya pasando las 3 horas y media de concierto, con un medley piojoso –“El farolito”, “El balneario de los doctores crotos”, “Muévelo”– “Astros”, y una interpretación personal del himno nacional argentino, Ciro fue dejando el escenario en un mar de agradecimientos. A los que le permitieron estar ahí que, quizás, le abran las puertas a su próximo sueño.