En 2013, Michelle Bachelet puso fin a la coalición que gobernó Chile ininterrumpidamente durante dos décadas. La Concertación estaba terminada. Ya no podía garantizar la vuelta al poder. La expresidenta reunió entonces a los partidos de centroizquierda en la Nueva Mayoría y arrasó en las elecciones de ese año gracias a un ambicioso programa de reformas. Pero las cosas no salieron bien. Bachelet dejó el cargo en marzo pasado sin poder ofrecer resultados a la altura de sus promesas: Chile sigue sin gratuidad universitaria para la mayoría de sus estudiantes, con un sistema de pensiones privatizado, una estructura tributaria deficiente e injusta y una Constitución redactada en la dictadura de Augusto Pinochet. 

Pese a la decepción, los estudiantes siguieron en las calles reclamando por una educación gratuita y los trabajadores salieron a protestar contra las empresas administradoras de fondos de pensiones. No todo parecía perdido. El año pasado, un grupo de partidos y movimientos de izquierda decidió competir contra la Nueva Mayoría y la coalición de derecha de Sebastián Piñera. El Frente Amplio sacudió el escenario político y logró colarse en el Parlamento con 20 diputados y un senador. Entre ellos está Camila Rojas, de Izquierda Autónoma, la legisladora más joven de la alianza más joven del Congreso.

Camila Rojas pertenece a una generación que creció con la idea de que todo cambio estaba clausurado. Nada podía hacerse para transformar un país –Chile, o “la Corea del Norte del capitalismo”, como definió una vez el excandidato presidencial Marco Enríquez-Ominami– atravesado por la desigualdad y una lógica individualista. Un país donde el progreso personal está marcado por el mérito propio. Y Camila, nacida en 1991, es hija de un obrero de la construcción y una modista. En una sociedad en la cual los privilegios hacen la diferencia, este no es un detalle menor.

A Camila le iba muy bien en el colegio, pero le fue muy mal en su primer año de carrera. La distancia entre su escuela del puerto de San Antonio –al sur de Valparaíso– y las aulas de la Universidad de Chile era abismal. Tendría que esforzarse el doble, el triple, para recibirse de administradora pública. Quería ser la primera universitaria de la familia. Pero también era tiempo de movilización. Si la revolución pingüina en contra de la privatización del sistema educativo coincidió con sus años de secundario, las masivas protestas estudiantiles de 2011 encontraron a Camila entre apuntes y parciales. Ese año comenzó a militar en Izquierda Autónoma. 

En 2015 se convirtió en presidenta de la Fech, la poderosa federación de estudiantes de su universidad, la que presume de haber derrocado al general Carlos Ibáñez del Campo en 1931, la que fue liderada por los ahora diputados Camila Vallejo y Gabriel Boric. Eso significaba que buena parte del país la conocería. Como destacó la revista The Clinic, muchos de los dirigentes de la izquierda chilena “cargan con el mote de ser ‘hijos de’, tienen los ojos claros o provienen de linajes extranjeros”. Camila Rojas, por el hecho de no cumplir con esos requisitos, es la excepción. Tal vez por ese motivo la misma publicación la definió como “la líder sin cuna del Frente Amplio”. Y seguirá siendo la excepción si Chile continúa ensanchando las distancias. Paradójicamente, la realidad hace que mujeres como Camila Rojas sean más necesarias que nunca para intentar cambiarlo todo.