Los hechos de la semana hablan por sí solos: la eterna, repugnante y generalizada corrupción vuelve a las primeras planas. Hasta Carrió la admite en Cambiemos, aunque livianita y para cuidar al jefe.
Esta columna insiste en que la corrupción será el tema central de la campaña que se viene. Los candidatos a todas las posiciones parecen no verlo, o no quieren verlo, pero ésa y no otra será la médula de la campaña. Y ojalá el pueblo argentino vote en consecuencia.
Porque estos tipos podrán seguir mintiendo con transparencias que no tienen, pero todo culo sucio siempre, finalmente, resulta inocultable. Y la sociedad política argentina, y la económica, la judicial, la empresarial, la de los banqueros y latifundistas, está sobrada de coimeros y corruptos. Que están donde están porque tuvieron la astucia de convencer al pueblo de que “los ricos no necesitan robar”, falsedad que montaron sobre mentiras, amenazas y exageraciones, y que se tragó medio país. Los ricos puede que también lloren, como decía una serie de tele hace años, pero son los peores a la hora de robar.
Por eso da grima que no se escuche todavía, y con fuerza, la decisión de luchar contra la corrupción. Que solamente es irrenunciable, consistente y constante en la voz todavía no estentórea del Manifiesto Argentino. Cuando la política argentina, para que tengamos más y mejor política, debiera empezar con toda urgencia por un profundo sinceramiento y el compromiso de acciones de transparencia contundentes.
Por fortuna ese saneamiento sí alcanza –y era hora– a otro aspecto fundamental para la república: el derrumbe del patriarcalismo, que ya en 1869 vislumbraba el tantas veces cuestionado Sarmiento al inaugurar la Academia Nacional de Ciencias, en Córdoba: “Señores, veo en este salón repleto, que no hay una sola mujer que nos acompañe. Pero yo les auguro que, dentro de un siglo, la Argentina en sus universidades va a tener más mujeres que hombres”.
Las denuncias por violaciones y abusos machistas, que en estos días se denuncian una tras otra, desnudan la histórica hipocresía de la doble moral que por generaciones afectó a las mujeres –y también varones– de este país. Luego del espectacular despertar feminista de mediados de este año, cuando el debate por el aborto seguro, legal y gratuito, el empoderamiento femenino no dejó de crecer y ahora estalló en el punto más doloroso para millones de mujeres que desde el fondo de la historia de este país y este continente han venido siendo abusadas, violadas, sumergidas en miedos y censuras, y negados sus derechos. Esto es sano para la democracia y la vida republicana que este país necesita renovar, ensanchar y mejorar.
Por eso ni siquiera sirve cuestionar –aunque entendiendo su perversa intención distractiva– la parafernalia montada por los medios machistas con su inveterado oportunismo. Su único afán es distraer al pueblo para proteger al Presidente acaso más machista que ha tenido este país.
Y mientras todo eso sucede, hay que saber también que estos tipos acaban de vender el Tiro Federal porteño, sin avisos y de una. Se apropiaron del llamado Miniestadio de Atlanta. Se produjo otro incendio de documentaciones sensibles en pleno centro porteño. Y cacarean moralidad pero en territorio bonaerense extienden el horario de venta de alcohol. Y algunos tipos, como un capo del Senasa, se autoasignaron sueldos de 600 mil pesos.
El ministro Dietrich (con su cara de nazi de película y su dureza de idem), tras destruir la recuperación ferroviaria del gobierno anterior, ahora está destruyendo Aerolíneas Argentinas mientras otorga a las llamadas low-cost más de un centenar de destinos, y entre ellos los vuelos a las Islas Malvinas, con lo que de paso –y es claro que sin importarle– ofende nuestra historia.
Por su lado el amigo presidencial, Nicolás Caputo, fue designado cónsul en Singapur pero con el consulado en sus propias oficinas de Puerto Madero, y además tendrá inmunidad judicial por las tareas consulares que realice. ¿Y cuáles va a realizar? El primer ministro de Singapur ya anunció que participará de la licitación por el puerto de Buenos Aires, cuyas concesiones –todas– vencen en 2020.
Como frutilla del postre, la Universidad Católica Argentina reveló que hay ahora 2,2 millones de pobres más que hace un año. Y un título principal de La Nación de ayer fue: “Encuesta: Macri frenó su caída y la aprobación de su gestión subió del 32 al 39 por ciento”. Deberían recorrer las calles, en lugar de inventar encuestas truchas.
¿Qué creen estos tipos? ¿Que la sociedad es idiota? Ciertamente parecerían serlo quienes los apoyan ciegamente, pero no la inmensa mayoría de la población.
Los corruptos, los estafadores y los mentirosos –de común cepa mafiosa– se dan la mano unos a otros. También a veces se traicionan, se camaleonizan siempre. O simplemente huyen, como aquella Adelina de hace dos décadas que ha de estar riéndose (o pudriéndose, ojalá) en algún paraíso. Los mentimedios los ayudan siempre. Los corrompen. Los utilizan. Se sirven de ellos. Los corruptos siempre buscan tapar la realidad después de sus latrocinios. Como dice Richard Kapuscinsky en “Los cínicos no sirven para este oficio”: “Durante cinco mil o siete mil años de historia escrita, hemos vivido una sola historia, la que hemos creado y en la que hemos participado. Pero desde el desarrollo de los medios de comunicación en la segunda mitad del siglo XX, estamos viviendo dos historias distintas: la de verdad y la creada por los medios. La paradoja, el drama y el peligro están en el hecho de que conocemos cada vez más la historia creada por los medios de comunicación y no la de verdad”.