Desde Barcelona
UNO Aquí vienen de nuevo. Aquí se acercan y ya llegaron. Con ese aire helado que las empareja con otros tríos míticos y ominosos como Las Furias y Las Parcas y las Tres Brujas de Macbeth. Rodríguez se refiere aquí a Las Tres Chifladas Fiestas: Navidad y Año Nuevo y Reyes Magos (la propaganda del canal de tv La Sexta define a todo el asunto como “Power Xmas” y presente a un trío de chicas de muy buen ver llamadas Melchora y Gaspara y Baltazara). Sálvense quien pueda.
Y este diciembrenero en el que Rodríguez no tiene nada que festejar y no está obligado a andar por ahí con la triste y más bien desesperada euforia de James Stewart al final de Qué bello es vivir (porque es un flamante separado) es, paradójicamente, en el que más feliz se ha sentido en años.
Porque Rodríguez –aunque esté triste– por una vez no siente la obligación de sentirse feliz. Y, así, el Ho Ho Ho cambia a Oh Oh Oh. Y todo bien con el todo mal.
DOS De ahí, también, que Rodríguez vaya a pasarlas a solas. La ex familia ha pactado no dividirse ni repartirse sino todo lo contrario: atomizarse en múltiples direcciones que implican a novio (su hija de fiesta con el disc-jockey argentino Tomás Pincho), su hijo (con sus primos del sur), y su ex (mejor no pensarlo). Así que, mejor, las uvas frente a su flamante mejor amigo y nuevo pariente: su nuevo televisor de plasma con abundantes pulgadas y perfecta definición de imágenes cuando no de ideas. Paz en su mundo.
Y otra atendible diferencia: la tradición de volver a llorar con el clásico navideño de Frank Capra será aggiornada y su polaridad alterada con el visionado no de un ícono de la Natividad sino con algo muy diferente pero igualmente festivo. Rodríguez va a volver a ver The Party con Peter Sellers y dirigida por Blake Edwards.
TRES Y el ‘68 fue tan abundante en cincuentenarios trascendentes (2001: A Space Odyssey, el Gran Mayo y sus alrededores, la película Yellow Submarine y el álbum doble The Beatles, despegue y aterrizaje del primer 747 y digestión del primero de millones de Big Macs, carnicerías de Martin Luther King y de Robert Kennedy, Rosemary’s Baby, la Ofensiva del Tet en Vietnam) que a muchos se les pasaron las cinco décadas de esta gran destroyer-comedy estrenada en España como El guateque y en Argentina (donde era una especie de fenómeno de culto y Rodríguez la vio por primera vez) como La fiesta inolvidable. Allí, en ella, Peter Sellers con la cara pintada de marrón y un acento indio monstruoso que hoy sería la condena de huestes de correctores políticos pero que por entonces hacía estallar en carcajadas a la mismísima Indira Ghandi. Y el protagonista era y es un tal Hrundi V. Bakshi: un actor de tercera pero un apocalíptico y desintegrador de primera a la altura del mismísimo Shiva. Un danzarín del caos suelto en una casa que se propone como escenario perfecto para el montaje desmontador del Apocalipsis.
La película –se enteró Rodríguez viendo los extras de la edición conmemorativa– fue producto de las ganas de Edwards de intentar algo “à la Jacques Tati” pero elevándolo a la millonésima potencia a partir de un guión que no alcanzaba las sesenta páginas a nutrirse de las improvisaciones de Sellers en el set. Película que por entonces más de un crítico consideró mucho más avanzada (fue el primer film que se filmó simultáneamente en vídeo para poder contemplar las tomas en el acto y mejorarlas al instante) y mucho más experimental que los productos de la vanguardia de entonces.
En su siguiente film –la mucho menos conocida Hoffman– Sellers intentó una variación depresiva sobre The Party. En ella, Benjamin Hoffman encerrado en una casa con una chica a la que intenta manejar pero contra lo que lo único que consigue es chocar una y otra vez. Sellers siempre dijo que Hoffmann nunca le gustó porque Hoffman se parecía demasiado a él.
CUATRO Y, ah, cómo le gustaría a Rodríguez parecerse un poco a Bakshi. Ser alguien –otro de esos modismos argentinos que se le pegaron y le gusta que se le hayan pegado– que la rompa rompiendo todo. Pero no. Rodríguez es uno de esos hombres-pegamento. Al que llaman para recoger los pedazos y los una y, si no quedan bien y se notan demasiado las grietas, echarle la culpa cómo si él lo hubiese arrojado contra las paredes. Y, volviéndola a ver, Rodríguez descubre algo en The Party que nunca había visto. Siempre había considerado a Bakshi como un ser angelical y silvestre y –de acuerdo– un agente del caos, pero portador de la armonía de un nuevo orden acuariano y hippie a surgir de las ruinas del establishment del cine de estudios que practica su anfitrión. Pero no. Resulta que Bakshi ahora le parece no un mal tipo pero sí un encandilador cretino. La clave está en esa escena en la que Bakshi se pone a juguetear con los controles de la mansión automatizada. En esos ojos pícaros y en esa sonrisa maliciosa. El rostro bajo la máscara. Apretando botones y bajando y subiendo palanquitas, moviendo cosas, molestando a los invitados, más que listo para apadrinar el desmadre por llegar (enseguida, con espuma y elefante) y, lo más importante de todo, amplificando su voz para que se oiga bien claro y repitiendo su mantra: “Birdie Num Num”.
CINCO Aunque tal vez –se dice Rodríguez– esta revisión y revisionado del carácter de Bakshi está intrínsecamente ligada a lo que está leyendo. Rodríguez lee el segundo y último volumen que Zachary Leader ha dedicado a Saul Bellow. El primero apareció en 2015 y se titula The Life of Saul Bellow: To Fame and Fortune 1915-1964 y el recién aparecido es The Life of Saul Bellow: Love and Strife 1965-2005. Y juntos son casi dos mil páginas de la vida de un mal tipo genial. Alguien quien –como Sellers, otro divorciado en serie– va por ahí robando personalidades y anécdotas para hacerlas suyas en su obra como forma de amor ambiguo o de venganza sin atenuantes. “I’m going to get you!” era la amenaza favorita de Bellow. Y su gran revancha contra todo ofensor era perseguir y alcanzar y meter en un libro y a su manera a todo aquel (amigo, pariente, esposa y ex, colega, crítico, editor, agente) que hubiese osado cruzarse en su camino cometiendo el craso error y la imperdonable falta de intentar bloquear la marcha de su arrollador tren expreso.
Más allá de lo anterior, lo que más conmueve a Rodríguez de estos voluminosos volúmenes es el comprar que alguna vez existió un mundo que ya no existe. Un tiempo en el que intelectuales y novelistas y ensayistas eran los reyes de la creación e influenciaban en la naturaleza de su tiempo. Ahora no. Ahora son pretéritas reliquias de dinosaurios en museo a los que los visitantes miran poco y dan siempre la espalda; porque lo que interesa es meterlos en un selfie que no tiene ni tendrá nunca que ver con esas otras formas mucho más inspiradas de mostrar el self que son Augie March y Moses Herzog y Von Humboldt Fleisher. Personas apersonajadas todas que bien podrían haber sido invitadas a la misma party de Bakshi por otro error secretarial.
Felices fiestas para todos, menos para el party animal de partido independentista Torra pidiéndole a Papá Noel antes que a los Reyes –porque no es monárquico ni quiere serlo– un festivo guerrateque inolvidable y volcánico y balcánico y a la eslovena y un invierno caliente en Cataluña. Y, de paso, ningún regalo para el nómade Pedro Sánchez: quien no ha tenido mejor idea que traerse el Consejo de Ministros a Barcelona el viernes que viene para convertirlo en lo que parece que será, sí, inolvidable. Lo de que vaya a ser una fiesta Rodríguez lo ve un poquito más difícil.
SEIS Y, ya que estamos en tema, este 19 de diciembre se festejan los 175 años de A Christmas Carol de Charles Dickens. Ahí, otra tríada: El Pasado y El Presente y El Futuro. Pero Rodríguez prefiere no pensar en nada de eso y aprieta PLAY y que otros se emocionen con George Bailey corriendo por las calles de Bedford Falls o de Pottersville.
Rodríguez, en cambio, se va a ir de farra con ese buenísimo mal tipo insoportable. Ese que ahora hace sonar su trompeta al principio de la película y se prepara para hacer volar todo por los aires felices y fiesteros.