“Quiero volver a llamar la atención sobre las ejecuciones extrajudiciales, sumarias o arbitrarias, que son un fenómeno lamentablemente recurrente en países con o sin pena de muerte legal. Se trata de homicidios deliberados cometidos por agentes estatales, que a menudo se los hace pasar como resultado de enfrentamientos con presuntos delincuentes o son presentados como consecuencias no deseadas del uso razonable, necesario y proporcional de la fuerza para proteger a los ciudadanos”, dijo el papa Francisco hablando ayer por la mañana en el Palacio Apostólico del Vaticano ante una delegación de la Comisión Internacional contra la Pena de Muerte. En la misma ocasión el Papa volvió a ratificar su oposición a la aplicación de la pena de muerte, invitó a los gobernantes a “abolir esta forma cruel de castigo” en los países en los que permanece vigente e invitó a reflexionar sobre los criterios que imperan en la aplicación de la justicia, haciendo un llamado a aplicar los mismos desde una perspectiva de “amor social”.
El discurso, redactado originalmente en español y leído por Jorge Bergoglio, llamó la atención de los analistas vaticanos porque, pese a que la preocupación por el tema de la abolición de la pena de muerte atañe a muchos países en el mundo, el Papa puso un énfasis sobre el “uso legal de la fuerza” en el mismo momento en que en Argentina se debate sobre el protocolo de actuación de las fuerzas de seguridad federales que ha sido impulsado por la ministra Patricia Bullrich y que el gobierno de la Alianza Cambiemos pretende introducir en modificaciones al Código Penal.
Para el Papa “la defensa del bien común exige colocar al agresor en la situación de no poder causar perjuicio” y por ese motivo “los que tienen autoridad legítima deben rechazar toda agresión, incluso con el uso de las armas, siempre que ello sea necesario para la conservación de la propia vida o la de las personas a su cuidado”. Sin embargo, subrayó Bergoglio, “todo uso de fuerza letal que no sea estrictamente necesario para este fin solo puede ser reputado como una ejecución ilegal, un crimen de estado”.
En su reflexión Francisco subrayó que “el amor a sí mismo constituye un principio fundamental de la moralidad” y por ese motivo es “legítimo hacer respetar el propio derecho a vida, incluso cuando para ello sea necesario asestar al agresor un golpe mortal”. Y agregó, recordando palabras de Santo Tomás de Aquino, que “toda acción defensiva, para ser legítima, debe ser necesaria y mesurada”, pero “un acto que proviene de buena intención puede convertirse en ilícito si no es proporcionado al fin”. Ante lo cual, afirmó, “si uno, para defender su propia vida, usa de mayor violencia que la precisa, este acto será ilícito”.
Hablando el día de su cumpleaños número 82, el Papa hizo también un llamado “por una justicia realmente humana” y sostuvo que “los principios tradicionales de la justicia, caracterizados por la idea del respeto a los derechos individuales y su protección de toda interferencia en ellos por parte de los demás, deben complementarse con una ética del cuidado”. Por eso, continuó diciendo, “en el campo de la justicia penal, ello implica una mayor comprensión de las causas de las conductas, de su contexto social, de la situación de vulnerabilidad de los infractores a la ley y del padecimiento de las víctimas”. Y en el mismo sentido pidió “contemplar cada caso concreto en su especificidad, y no a manejarnos con números abstractos de víctimas y victimarios” porque esa es la manera de “abordar los problemas éticos y morales que se derivan de la conflictividad y de la injusticia social” para de esta manera “comprender el sufrimiento de las personas concretas involucradas y llegar a otro tipo de soluciones que no profundicen esos padecimientos”.
Según Bergoglio, “necesitamos una justicia que además de padre también sea madre” y que se refleja en “gestos de cuidado mutuo, propios del amor que es también civil y político, se manifiestan en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor”. Recordando documentos anteriores de la Iglesia, incluidos los propios, Francisco afirmó que “el amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no solo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas” porque “para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción”.