La jornada deportiva “Tacleando contra la homofobia”, coordinada por el equipo de rubgy Ciervos pampas, se hizo principios de este mes y duró toda la mañana y tarde bajo un cielo diáfano, en el anexo del Club Daom, enfrente de la Asociación Cristiana de Jóvenes, donde la meta fue la visibilización de la discriminación, la homofobia y transfobia en el rugby, promoviendo que los equipos de rugby convencionales tomaran conciencia que hay otras formas de vida. Jugaron 14 equipos, de los 22 invitados; algunos tradicionales, otros mixtos donde había jugadorxs mujeres, varones y trans, y también el emblemático equipo de rugby San Francisco Fog, que viajó desde Estados Unidos para hacerle el aguante a la diversidad, y de paso probar la carne pampeana.

Ciervos Pampas Fue el equipo que organizó el torneo contra la homofobia y el que trabaja para construir un espacio libre de discriminación desde el deporte, pero también creando eventos culturales y sociales. Hace unos días, la Legislatura Porteña los reconoció por su labor: de promoción del respeto y la valoración de los derechos humanos del colectivo LGBTI mediante el deporte. La idea de armar un torneo surgió a partir del ataque homofóbico que hace un año sufrió Jonathan Castellari, ex jugador de Ciervos Pampas, en el Mc Donalds, de la Avenida Córdoba 3188, cuando Jonathan esperaba, junto a un compañero, los combos de hamburguesas y entraron 7 machirulos, de entre 20 y 25 años, que a través de la violencia que ejercieron contra Jonathan quedó internado en el Hospital Güemes.

PRIMER TIEMPO

Con colas de pato, algunas barbas y panzas, los Ciervos Pampas se concentran en círculo, abrazados, intercambiando energía y estrategias, dejando exhibir con orgullo sus medias rosas con la bandera del arco iris, como si fuese un pico dulce, en un césped corto e intenso como el calor que se empieza a vivir desde la mañana.

Caio Varela, presidente del equipo, juega de hooker, es decir arriba, escoltado por “1” y “3”, desde hace 4 años en Ciervos Pampas. Su compañero corre, se mente en un grupo de hombres abrazados, que son del equipo contrario, no sé sabe qué hace ahí adentro, pero sale con la pelota. La hace girar por el aire, como si quemara, y desaparece llega a las manos de unx compañerx. Después cuenta: “El primer partido oficial que jugamos de la Unión de Rugby de Buenos Aires nadie nos discriminó por putos, pero entre los nervios y la ansiedad por jugar el primer partido, mientras algunxs jugadores pisaban por primera vez una cancha profesional, fuimos acusadxs de robar un bolso lleno de botines. El árbitro nos amenazaba diciendo que nos iba a denunciar a la URBA”.

Cuando compartían vestuarios con un equipo paki, estos les preguntaban cómo bautizaban a los nuevos (es un clásico en el rugby recibir al recién ingresado con golpes en la espalda). Los Ciervos se miraban atónitos, mientras el equipo contrario molía a golpes al compañero nuevo, hasta que el Capitán contestó que ellos no hacían eso, sino lo abrazaban entre todxs. Desde ese día, cuando terminan un partido, el equipo hace una ronda, ubican al compañero nuevo en el centro, y le dan un abrazo colectivo de bienvenida.

La pelota vuelta por el aire como un búmeran. La agarra Eleonor Miranda, 24 años. Es la única, jugadorx trans que tiene el equipo. Viene del vóley, y desde hace dos años juega en Ciervos. Eligió el equipo por la impronta que tienen sus compañerxs de visibilizar la diversidad: “Por la lucha, tanto dentro como fuera de la cancha. Cuando me alejé fue por poco tiempo, y sufrí la transfobia, la discriminación y la xenofobia. Luchar sola era más complicado... Por eso decidí reintegrarme al club, para avanzar todes juntes”. 

SEGUNDO TIEMPO

Camioneros es un club social que no le cierra las puertas a nadie que quiera practicar un deporte. Cuentan con 500 chicos en juveniles e infantiles y un plantel superior conformado por 50 jugadores; a ninguno se le cobra cuota (para que el dinero no sea un impedimento). “Cuantos más chicos tengamos, más chicos están alejados de las calles”, dice Pablo Mandiga, de Camioneros Rugby y sigue: “Comencé a jugar hace ya 22 años, hoy soy un ex jugador, y desde hace dos años coordino la actividad en el club; a la vez soy el entrenador del plantel superior”. Sentado en la sombra de un árbol, mientras los Ciervos suplentes reparten bananas y manzanas, observo a un equipo mixto jugando contra otro conformado por heteros. Mandinga dice: “No existen diferencias y no se juega distinto, en este deporte cualquiera te puede desparramar por el piso de un tackle sin importarle tu elección sexual. El ejemplo es que muchos chicos que arrancaron en Ciervos Pampas hoy forman parte de distintos clubes de Buenos Aires”.

¿Por qué el equipo de Camioneros Rugby se hizo presente en el torneo? “Nos motiva jugar, más allá de la amistad que tenemos con algunos organizadores (nosotros fuimos el primer equipo que Ciervos enfrentó en un torneo oficial). Queremos que todo el que quiera practicar un deporte lo pueda hacer sin restricciones. Es política la cuestión. Nosotros, por ser camioneros, más de una vez fuimos prejuzgados”. Cuando les pido que poseen para la foto alguien dice: “Pero no en la sombra porque somos todos negros y sino no se va a ver nada”. La alianza queer, no es sin lo sexual, pero va más allá de ella: la xenofobia, la lucha por la liberación está presente en el torneo. Mandinga continúa: “Ni machotes ni sensibles, simplemente tratamos de que los chicos aprendan los verdaderos valores que este deporte tiene. En la cancha son 15 vs 15, y afuera cada uno tiene su vida; pero, sabiendo que puede contar con sus compañeros o amigos para lo que sea. Estamos contentos de que nos hayan invitado. Ojalá en un futuro tengan que cambiarle el nombre al torneo y se demuestre que crecimos como sociedad”.

En la tercera línea de la cancha está Emiliano, de Camioneros. Hace un aporte para el ataque y después vuelve hacia atrás, tratando de no dejar huecos en la defensa. Después dice: “Sé de rugbiers gays jugando en equipos heterosexuales (y pone comillas en heterosexuales) que tomaron visibilidad luego de la aparición de Ciervos Pampas. Por eso creo que el trabajo de ellos es fundamental. No está bueno que alguien sufra por ocultar lo que uno es y por miedo a la discriminación. Hay clubes que recién este año dejaron votar a las mujeres; imaginate los pacatos que son puertas adentro...”. Ahora parece negociar el tacle. Corre. Sube. Baja. El olor a pasto recién cortado viene en oleadas. “Hoy creo que, sí bien falta mucho, los chicos se sienten más acompañados: no están solos. Y como hay un precedente importante, se sienten libres de contarlo. Sí, falta mucho, pero por suerte, hay mucha gente trabajando para que eso cambie”.

TERCER TIEMPO

Mafe, cuenta al SOY que el equipo se formó en el 2009, en el Club DAOM llevando el mismo nombre. “Hace 3 años que juego, y empecé en rugby femenino de grande, pero tenemos infantiles y juveniles, chicas de 10, 12, 14 años. Nuestro objetivo es competir y que la gente conozca que las mujeres podamos jugar cualquier deporte que nos propongamos. Que no hace falta ser hombre para disfrutar del rugby adentro de la cancha. El rugby femenino crece y, por eso, invitamos a las chicas que se acerquen a los clubes; les va a encantar y se van a enamorar como nos pasó a nosotras”.

Hace 3 años el equipo estaba conformado casi en su totalidad por tortas, donde se formaron parejas; después muchas chicas menores de edad. “No nos importa eso, lo importante es que seas chica, más allá de la orientación sexual, y le damos la bienvenida a todas”. 

A eso de las cuatro de la tarde entre mates y bizcochitos de grasas, los novixs y amigues, padres tomando en reposeras playeras detrás de las canchas, esperaban un ganador. La sorpresa fue que en medio de abrazos de todxs con todxs no hubo equipos perdedores en el torneo, todxs los que apostaron a la visibilización luchando contra la discriminación y la homo/lesbo/transfobia: ganaron. “Esto solo pasa por la diversidad”, dijo un jugador.