El 23 de noviembre de 2010 la Comunidad Qom Potae Napocna Navogoh, La Primavera, fue reprimida por la policía de Formosa, que desalojó el corte de la ruta 86 que mantenían hacía cuatro meses por un reclamo territorial. Este pueblo originario no se dejó amedrentar y sus miembros participaron de movilizaciones que concluyeron con un acampe de la comunidad en el cruce de la Avenida 9 de Julio y Avenida de Mayo en la Ciudad de Buenos Aires. Ignacio Ragone y Juan Fernández Gebauer estudiaban por entonces en la Escuela Nacional de Experimentación y Realización Cinematográfica (Enerc). “Pasábamos todos los días por ahí y nos empezamos a acercar. Comenzamos a descubrir esta problemática de la que hasta el momento no teníamos idea”, cuenta Fernández Gebauer. Ambos tenían como docente a Ulises de la Orden, director de Río arriba y Tierra adentro, quien tenía ganas de hacer una película al respecto. “Una reunión entre los tres junto con el guionista Lucas Palacios fue el germen que motivó después una serie de cuatro viajes donde fuimos a investigar, a meternos en las problemáticas de las comunidades en sí, recorrer y conocer a los que después fueron nuestros protagonistas. En un quinto viaje hicimos el rodaje”, cuenta Fernández Gebauer sobre Chaco, el documental que dirigió con Ragone y De La Orden. El film se estrenará mañana en el Gaumont.
A través de cinco hombres pertenecientes a distintas comunidades originarias del Gran Chaco, el documental narra la historia de lucha de todo un pueblo, desde la llegada de los primeros blancos hasta el día de hoy. Israel Alegre fue designado por los chamanes como buscador de justicia después de la brutal represión que recibió su comunidad en 2002. Ahora carga con un mandato ancestral del que no puede huir. Valentín Suárez es cazador, docente y cacique de ocho comunidades. En su moto, recorre el territorio aconsejando a sus hermanos ante el avance de la usurpación criolla. Juan Chico y Laureano Segovia son historiadores. El primero recorre el país buscando sobrevivientes de las peores masacres que la historia oficial oculta. El segundo graba con su vieja casetera los relatos de los ancianos, luchando contra el olvido de la historia oral. Félix Díaz es uno de los mayores referentes mundiales en la defensa por los derechos indígenas. Tras la represión a su comunidad en 2010, lideró el acampe y una huelga de hambre en la ciudad de Buenos Aires, teniendo que abandonar su hogar en el monte. La película está filmada en Formosa, Chaco, Salta, Santiago del Estero, Buenos Aires, Bolivia y Paraguay, y hablada en qom, wichí, pilagá y castellano. El film cuenta, además, con animaciones a cargo de Adrián Noé y Dante Ginevra, que utilizaron manchas de tinta y texturas superpuestas para conformar los fondos. Un recurso que permitió contar las principales masacres perpetradas a lo largo de la historia argentina de una manera directa y elocuente.
–¿La idea fue narrar sobre el lado que no muestra la historia oficial?
Ignacio Ragone:–Sí, exactamente. Hay un relato que constituye la identidad argentina que nos dice quiénes somos y de dónde venimos. Y, según nuestro punto de vista, ese relato es falso. Esta película es una semilla más y una voz más que desmiente esas ideas que se siguen divulgando en los colegios y en un montón de lugares.
–Antes que investigadores o analistas, ustedes decidieron hablar con los propios miembros de las comunidades, algo que no siempre se da en este tipo de películas. ¿Esto fue pensado desde el inicio?
I. R.:–Sí, justamente los antropólogos con los que trabajamos en Buenos Aires nos dijeron: “Esta es una historia del pasado, pero también es una historia del presente. Esto está pasando ahora. Vayan a hablar con esa gente que les va a mostrar cómo este proceso que ustedes quieren contar sigue teniendo efectos hoy en día”.
–Si bien algo se refleja, antes que una película sobre las culturas originarias, ¿se plantearon un documental de denuncia?
Juan Fernández Gebauer: –Queríamos encontrar la forma de dar voz a estas voces que nunca habíamos escuchado, a mostrar la otra cara de la historia, pero también buscamos, en algún punto, un equilibrio con lo que se está perdiendo al eliminarse estas culturas porque la película también refleja el vínculo de estas culturas con la naturaleza, la relación con el monte, el respeto. Es una forma distinta de pensar ese vínculo. Intentamos encontrar un equilibrio entre las dos cosas. Después, lo que pasa también es que esas historias tienen tanta fuerza y son algo tan desconocido que termina teniendo mucha pregnancia. También buscamos la forma de mostrar estos registros que no existen porque de estas masacres hay unos registros policiales que los lees y son un papelón. Y no hay fotos ni nada porque si hubo algo, todo fue eliminado ya que a nadie la interesa que se conozca. Ahí es donde surge la idea de las animaciones y una forma de darle como una especie de literatura.
–¿Estos cinco hombres de distintas comunidades originarias vienen a representar al conjunto de las poblaciones indígenas que están siendo perseguidas?
I. R:–Como en todo, en parte sí y en parte no. Es interesante eso porque no quisimos hacer una película coyuntural que se metiera en los intersticios políticos de las organizaciones originarias. Buscamos contarla más como un proceso más global, más abierto y no ir tanto ahí.
J. F. G.:–También tratamos de contarlo como un proceso histórico porque no es algo del ahora sino que es un proceso que se inicia desde la llegada del hombre blanco y se perpetúa hasta el momento.
I. R.:–Obviamente, son gente muy representativa con amplio impacto en el territorio pero no me animaría a decir que representan a todos.
J. F. G.:–Pero sí que representan diversidad dentro del movimiento. Son cinco personas y algunos responden a los mismos intereses pero entre sí también tienen sus contradicciones y todos accedieron a estar en la película y todos entienden la película como algo positivo para algo más global.