La serie yanqui Los años maravillosos, libros de oferta en un verano de la Costa, la autogestión como recurso para no esperar a nadie y la certeza de que el acto artístico de la literatura no dista mucho de las resoluciones creativas que aplica como consultor de empresas fueron suficiente para que el posadeño Fran Linares abandonara su carrera como músico en Misiones y se dedicara a escribir. “Tocaba la guitarra y cantaba pero sentía que eso no terminaba de llenarme. Y así apareció esto como una nueva forma de expresarme”, asegura. La decisión, a la vista de los hechos, parece acertada: el polímata de la tierra colorada acaba de publicar El costado frágil de la inocencia, novela que se agrega en su bibliografía a El viejo truco de no recordar, poemario por el cual lo llamaron de varios colegios para que cuente de qué se trata el difícil oficio de crear universos de ficción a través de la palabra escrita.
Al igual que aquel tomo iniciático como supervivencia artística más allá del rock, el flamante es una mezcla de explosión imaginativa con la necesidad de escapar de algo, que en este caso era la poesía, o tal vez él mismo. “Cuando descubrí la poesía, me impactó de inmediato por su sencillez y brevedad. Hay mucho de pensamiento lateral en ella. Pero una vez que saqué el libro, sentí que la relación con los poemas se había terminado: trataba de escribir y no podía, quería leer y me costaba”.
Agotado ese formato, Linares se recostó en textos de mayor aliento. “Un verano, en Villa Gesell, fui a una librería sobre la peatonal que vendía novelas a 40 pesos. Me compré tres y las leí en diez días. Entre ellas Setenta acrílico, treinta lana, de Viola Di Grado, una siciliana. Y al igual que con Fabián Casas, quien me demostró que la poesía no era esa colección de palabras solemnes con rima y métrica que me enseñaron en el colegio, ese libro en una mesa de saldos de la Costa fue una invitación a meterme en este nuevo formato. Aunque no estaba preparado para semejante quilombo.”
¿Cómo llegó Linares desde ese impulso inicial a la entretenida, ágil pero compleja novela de 141 páginas? Por empezar, como una forma de mojarse la oreja: “Dentro de mi conciencia viven dos chabones: uno muy quedado y el otro muy despierto, que se quiere comer al mundo. El problema es que el segundo es muy joven, entonces suele estar desbordado por la adultez del primero. Pero cada tanto uno interpela y hace salir de su zona de confort al otro”.
En ese debate interno, Fran encontró un argumento sólido para darle andamiaje al texto: a través de un narrador maduro y culposo, la novela trasunta el pasaje de la niñez a la adolescencia, “el momento justo en el que abrimos los ojos y vemos el mundo real, donde nada es tan hermoso y sencillo como lo pensábamos”. Algo que en El costado frágil de la inocencia sucede, curiosamente, en un veraneo de Esteban Sabater, su protagonista, quien habla –escribe, bah– en tono de diario personal.
“La novela está inspirada en primera instancia en Los años maravillosos, una serie yanqui de fines de los ochenta que narraba la historia de Kevin, niño de familia tipo en Estados Unidos que comienza a hacerse adolescente”, reconoce Linares. “La encontré un día en YouTube y le di play como para reírme de lo bizarra que pensaba que era. Sin embargo, cuando comenzó me di cuenta de que había un narrador en off que tenía un guión de la puta madre. Quedé impresionado: los actores me parecían horribles, muy duros y toscos, pero la voz en off, que sería el protagonista de adulto, tenía una manera magistral de contar los sentimientos de ese chico-niño-adolescente.”
Una vez resuelta la parte creativa y literaria, el escritor misionero debió hacerse cargo de otro aspecto igual o más difícil: la publicación. “Primero pensé que podía hacer una especie de blogonovela, pero después preferí el formato convencional. Escribí a varias editoriales, hasta que me contestó una, pero para decirme que estaban tapados de títulos. Eso me terminó de dar envión para dejar de esperar a otra persona y decidí pagar la publicación con ahorros que tenía destinados para un viaje. Igual no lo hice solo: me ayudaron varios docentes de Letras y amigos diseñadores.”
La tapa del libro muestra un helado palito de frutilla (tan característico de Misiones y sus calores de infierno) con un mordisco y moscas merodeando. “Pensamos en un objeto que simbolizara la infancia… y lo dañamos”, explica Fran. La idea de la inocencia frágil tiene que ver con una cuestión biológica inevitable, aunque también representa una pulsión que la juventud de Misiones pretende combatir: “Hay un potencial increíble que está siendo desaprovechado por un montón de cuestiones, como la falta de interés de las autoridades y la falta de conocimiento. Por ejemplo, siguen obligando a los chicos a escribir sobre la selva. Parece que si naciste en Misiones, tenés que escribir sobre el tucán o el yaguareté, sino te quedás afuera. Por suerte hay una camada de pibes de entre 18 y 30 años que están tratando de romper con esa imposición y la falta de talento… de los dirigentes”.